Teatro

La educación

Portulanos

3 mayo, 2007 02:00

Me enervan esos ‘intelectuales’ imbéciles que tanto se quejan ahora de la catástrofe educativa cuando durante años han apoyado, no ya los planes educativos, sino, lo que es más grave, las ‘poses’ sociales que nos han traído hasta aquí. Sus críticas, por supuesto, son brumosas: la culpa la tenemos todos, el mundo, los demás, siempre los demás. Desde sus torres, no sé si de marfil o de cemento armado (por la caradura, digo), estos genios desprecian a los jóvenes a quienes ellos, en alguna ocasión, han condescendido a ilustrar con alguna conferencia y que, ¡oh escándalo!, ¡oh, vergöenza!, han demostrado no saber dónde está Teherán o desconocer al autor de Fuenteovejuna. ¡Como si los chavales, además de víctimas, fueran los culpables de su propia situación! Como docente con unos cuantos años de experiencia me consta que el nivel básico de los estudiantes es hoy mucho más bajo que hace años. Pero también quiero decir esto: ‘la mayoría de los alumnos está deseando aprender’. Se arrojan como lobos sobre cualquier pedazo de información, piden libros, piden películas, te retienen a la salida de las clases para pedirte más. No son ellos los que han tirado la toalla, sino esos padres que siempre están ocupados con cualquier otra cosa, esos profesores más pendientes de cobrar sexenios que de revisar sus capacidades pedagógicas, esos políticos entretenidos en pegarse entre ellos, empeñados todos en quejarse como Leoncio el León y Tristón, haciendo como que se preocupan en vez de preocuparse de veras. En estos días se aprobará el nuevo plan de educación y en él habrá, sin duda, insuficiencias importantes y hasta errores serios. Pero también novedades felices: por ejemplo, el nuevo bachillerato artístico que, por primera vez en nuestra sociedad, reconocerá a fondo la importancia de las artes plásticas, de la danza, de la música, del teatro, en la educación básica de los jóvenes. Seguramente nadie quede satisfecho. Pero es algo. Y cuando se puede algo es posible también llegar a poderlo todo. Que es, por cierto, lo que los adultos deberíamos enseñar a nuestros jóvenes.