'La gramática', una sátira retrofuturista ambientada en las tripas de la RAE
- María Adánez y José Troncoso protagonizan la nueva obra de teatro de Ernesto Caballero, una comedia sobre el uso y la norma de la lengua.
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Un accidente absurdo convierte a una de las mujeres de la limpieza de la Real Academia Española en una erudita del lenguaje, defensora acérrima de la corrección lingüística. Condenada al ostracismo social, ella anhela volver a su condición de iletrada y, para solucionarlo, acude a un centro de investigación neurolingüística donde recibirá terapia de un conocido científico.
Bajo este alocado punto de partida, Ernesto Caballero (Madrid, 1957) lleva a cabo en Nave 10 Matadero –hasta el 22 de diciembre– su particular homenaje a la lengua en La gramática. Una parábola retrofuturista en tono de sátira sobre la imposibilidad de encontrar el equilibrio entre la norma y el uso del lenguaje. Tal vez porque, como dice el director y dramaturgo por teléfono, “la lengua debería ser un puente y no un abismo”.
Protagonizada por María Adánez y José Troncoso, la obra indaga en el equilibrio entre la perfección académica y el empobrecimiento del idioma. ¿Hasta qué punto, como decía Wittgenstein, los horizontes del lenguaje son del mundo?
Con parecidos razonables a La autora de Las Meninas, en La gramática Caballero opina que “la falta de exigencia en el rigor sintáctico o, simplemente, en la precisión, son señas de identidad de nuestro tiempo, potenciadas por las redes sociales”.
“Más que reivindicar el rigor morfosintáctico del léxico –razona–, reivindico la precisión, que es algo que se está diluyendo. La sociedad actual, con los algoritmos, la prisa, la política de trincheras, con esta especie de esquematismo de buenos y malos, parece que ha renunciado a los matices. La pobreza del lenguaje estrecha el pensamiento y la actitud crítica sobre la realidad”.
Con una puesta en escena sencilla, que depende únicamente del juego de los actores sobre el escenario, esta especie de fábula escrita en clave de comedia –registro donde Caballero se mueve particularmente bien–, le sirve al dramaturgo para quitarle hierro y establecer una comunicación más amable.
“Hay un humor entre absurdo y excesivo, y es verdad que veo cierta influencia de Eugène Ionesco, del que monté, en su momento, Rinoceronte –comparte–. Cuando hablamos sobre cuestiones como el lenguaje, los horizontes o la identidad, si uno se pone muy sesudo, al final termina dando una conferencia. Ese era también el desafío, hacer una reflexión dramática en clave de comedia sobre el uso y el abuso de la lengua”.
El dramaturgo, que en abril dirigirá la Orestíada de Esquilo en La Abadía, reivindica de este modo tan original la necesidad de “buscar un equilibrio y entender que la lengua, como la vida, es un organismo vivo que está sujeto a transformación, pero que esa transformación debe ser orgánica. Y en cuanto se fuerza en un sentido o en otro, se producen desajustes. Un idioma debe servir para lo que sirve, que es para que las personas se relacionen”, concluye.