El libérrimo 'Teatro furioso' de Francisco Nieva, recopilado en el centenario de su nacimiento
- Este domingo hubiera cumplido 100 años uno de nuestros dramaturgos más internacionales, que rompió la taquilla en los 70 y dejó un legado imperecedero.
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En el principio fueron Esquilo, Sófocles y Eurípides, con un bufón, Aristófanes. En nuestro siglo XX, han sido Valle, Lorca y Buero, más un soñador, llamado Francisco Nieva…
Como una fiesta lectora, nos llega la edición, de Punto de Vista Editores, del Teatro furioso, de Francisco Nieva (Valdepeñas, 1924 - Madrid, 2016). Un cuidado volumen con una introducción impecable y también con reflexiones del propio Nieva, que desvelan los propósitos de su Teatro furioso y de las obras que lo articulan.
Pedro Víllora, en su prólogo nos advierte: “El Teatro furioso es la mejor entrada que puede haber al universo literario y artístico de Nieva”. Y hay que decir que se encierran en esa categoría solo once obras, la cuarta parte de toda su producción dramática. Dejando a un lado su admirable, intensa y cuantiosa narrativa, entre la que están, como su bastión, mucho más que personal, sus muy indiscretas memorias, Las cosas como fueron.
Las once piezas fueron concebidas en el arranque de su ejecutoria literaria y teatral, en los años cincuenta y sesenta, cuando la libertad del escritor era máxima, sin tener en cuenta los condicionamientos profesionales de los estrenos escénicos ni los peajes y reservas debidos a la caprichosa y cruel censura, limitaciones que, para un espíritu tan libérrimo como el de Nieva, habrían supuesto la mutilación de su talento, y la privación para sus lectores y espectadores de lo mejor de su creatividad, por ser lo más genuino de su ser y la base de su contundente edificio artístico.
“Comencé a los catorce años a escribir bajo especie teatral… Y, al filo de los treinta y ocho, quise reanudar ese sueño, como deseando materializar y consagrar al joven muerto que llevamos dentro”. Así se nos confesó Nieva.
Tras el Teatro furioso, Nieva dará cauce a su Teatro de farsa y calamidad. Del ámbito poético pasará al teatral, pues ya su escritura va a ser consciente de las condiciones de la vida escénica. Sin duda, el Nieva puro está en el Teatro furioso, en sus once piezas que, por otra parte, consolidarán al dramaturgo en la cúspide de nuestra escena y le abrirán sus taquillas. A partir de los años setenta comienzan la ascensión y los dividendos.
José Luis Alonso Mañés, al que admiramos como director del Teatro María Guerrero, que supo engarzar a Nieva con el teatro como renovador figurinista y escenógrafo, sabrá así mismo comprender su Teatro furioso, poniendo en escena, en 1976, La carroza de plomo candente y El combate de Ópalos y Tasia, que en el Fígaro rompen la taquilla y hacen que Nieva ingrese un millón de pesetas cada mes.
El 'Teatro furioso' de los años 50 y 60 fue concebido cuando su libertad era máxima, sin tener en cuenta peajes de la censura
A partir de entonces, no solo la profesión y los aficionados estarán pendientes de Nieva. Por la poesía que encierra su Teatro furioso ya habrán apostado vates destacados; desde quien estuvo más cerca de su creación, don Vicente Aleixandre, hasta Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez o Francisco Brines, grandes amigos y colegas.
El Teatro furioso, a partir del doble y productivo estreno del Fígaro, tendrá momentos gloriosos, pero no hallará una ordenación hasta la publicación de la Obra completa, en 2007, en la que el escritor establece su canon de preferencia, por el orden siguiente: Pelo de tormenta, Nosferatu, Es bueno no tener cabeza, La carroza de plomo candente, El combate de Ópalos y Tasia, Los españoles bajo tierra, El fandango asombroso, El rayo colgado y peste de loco amor, La magosta, El paño de injurias y Coronada y el toro.
Nieva fue consciente de las prelaciones y ubicaciones de las once obras en la lista. Como Calderón, que al editar sus obras puso al frente de ellas La vida es sueño, él pone en cabeza Pelo de tormenta.
Es muy significativo que coloque en el frontispicio de su Teatro furioso Pelo de tormenta y Nosferatu, que denominó el dramaturgo como “reóperas”. Fueron escritas como libretos de ópera para que las musicara su hermano Ignacio Morales Nieva, inseparable compañero de su infancia. Ignacio fue, además de teólogo protestante, compositor destacado, llegando a producir seis óperas, ninguna con textos de su hermano Paco.
En postreras notas, Nieva reveló el envés más luminoso de su Teatro furioso: “Con la excepción de Nosferatu, todas estas obras tienen como fondo la ‘leyenda negra’, más o menos justificada, y su glosa burlona y distanciada, lírica y grotesca. Todas fueron secuela de lo que para mí significó la revelación técnica y estética de Pelo de tormenta, todavía redactada en París, en mi exilio dorado”.
Me consta que Nieva se decantó por sus dos “reóperas” tras observar su resultado en escena y deducir que el impulso que le había llevado a condensar los argumentos, personajes y acciones para servir como inteligentes y medidos libretos había ido en beneficio del control temporal de su universo dramático.
Comienza Nieva, de esta forma, la clasificación de las once obras de Teatro furioso con Pelo de tormenta, estrenada en olor de multitud en el María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional, en 1997, dirigida por un inspirado Juan Carlos Pérez de la Fuente. Y la sigue Nosferatu, presentada en 1993, en la recordada Sala Olimpia, sede del no menos añorado Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, que fundó y condujo con talento Guillermo Heras, director de la obra, hasta su insólita desaparición.
Son dos piezas que nos dan la medida de Nieva. Nosferatu, decantación de sus vivencias europeas, en el París o la Venecia de sus pasiones. Y Pelo de tormenta, síntesis de su entendimiento del ser de España, desde sus entretelas manchegas. Así, nuestro autor –el más internacional junto con Max Aub de nuestros dramaturgos, sin olvidar a Arrabal, y el más indagador del sainete serio que es esta piel de toro, junto al Marqués de Bradomín–, nos ofrece dos retratos, de Europa y de España, que nos redime de nuestra torpeza al convivir con esas realidades. Pero todo partió de Pelo de tormenta, como nos lo hizo saber.
El Ciego clarividente de Pelo de tormenta bajará su telón con un volapié: “Pues, ¡cruz y raya! Se acabó lo que se daba. Ha llegado la hora de aburrirse. ¡Ay, pobre pueblo burlado, pobre víctima toreada!”. Y Nosferatu, nacido en el Madrid de las guerras civiles, Nieva lo “trasladó a la Viena fatal del expresionismo”. Nosferatu es un destructor-constructor: un dinamitero al final: “Es necesario que mueran los más para que los menos se atracamunden y se inflen de lo prohibido tentador”. Un Nieva trágico que se asoma a nuestra Europa.
Es bueno no tener cabeza se estrena en 1971, y en 1980, El rayo colgado y peste de loco amor. Entre paréntesis, en 1979, Nieva recrea en el CDN Los baños de Argel, de Cervantes, una joya, Premio Nacional. En 2008, fui testigo de cómo, sobre la bocina, Marsé robó el Cervantes a Nieva, académico desde 1986...
Cuando se produce el atentando contra Carrero, Nieva está trabajando con minuciosidad su obra Coronada y el toro, “lo que considero el mejor remate al ciclo furioso”, sentenció. Una “rapsodia española”, que encierra “la comedia, el auto sacramental, la tragedia rural, el entremés cervantino, el género chico y la revista”. En 1982, Coronada vive en escena con Esperanza Roy, y en 2023, con Nerea Moreno. Un sueño eterno sobre “algo que muere y algo que renace” de nuestro Aristófanes contemporáneo.