El ministerio maldito
por Ignacio García May
26 julio, 2007 02:00A la gente hay que criticarla cuando está en el poder y no cuando ha dejado de ejercerlo, así que no cuenten conmigo para hacer ahora sangre de Carmen Calvo, como pretenden algunos que hasta hace cuatro días le ponían la lengua de alfombra. La cuestión que realmente interesa es ésta: no ha habido un solo ministro de cultura que dejara buen sabor de boca con su gestión. Más aún: algunas personalidades consideradas de prestigio en otros campos se han estrellado espectacularmente durante sus etapas en dicho cargo. El caso extremo sería el de Esperanza Aguirre, que hoy se aburre de escuchar elogios pero de la que, siendo ministra se dijeron, ¿recuerdan? las máximas barbaridades. Otros ejemplos demoledores son los de Jorge Semprún, notable escritor y pésimo gestor, o Javier Solana, que bombardea mejor de lo que culturizaba. El Ministerio de Cultura fue una macana de De Gaulle y Malraux para fomentar el espíritu nacional francés, maltrecho tras el muy intenso colaboracionismo con los nazis que ellos pretendían disimular. Dicho invento fue trasplantado aquí sin caer en que la sociedad francesa y la nuestra son muy diferentes, dado que aquí, para empezar, ni siquiera hay espíritu nacional, lo cual es seguramente la clave del fracaso. El término cultura se usa como usaba Pedro Gailo las divinas palabras, como un mantra ante el que hay que cuadrarse porque su mera invocación garantiza la presencia de lo sagrado, pero, a la hora de la verdad, resulta que cada vez son más, artistas y no artistas, los que se expresan como si en el colegio sólo hubieran ido, poco, a clase de trabajos manuales. Cuando eso pasa no basta con cambiar de ministro, sino que hay que cambiar el concepto entero y el país, si es posible. Como guinda, resulta que los profesionales adoran al ministerio cuando les reparte subvenciones y cargos, pero le pierden el respeto en cuanto les lleva la contraria, como los niños, obviando que ese comportamiento pueril les hace parte esencial del fiasco. Señor Molina, tiene usted trabajo.