Cada año, por estas mismas fechas, los madrileños nos estremecemos porque, junto con la caída de la hoja, las primeras lluvias, las colecciones de fascículos de los quioscos, y el inicio de la temporada teatral, se acerca una cita ineludible con algo que estimula nuestra imaginación y nuestra felicidad, si bien nos obliga a vaciar nuestra cartera. ¡Ah! ¿Qué, no saben lo que es? Voy a darles una pista: es una actividad eminentemente cultural que nos trae hasta nuestra ciudad lo mejor de la creación artística internacional. Ya, ya sé que muchos de ustedes son muy finos y han viajado por el mundo durante el verano, pero, seamos serios: ¿cuánto tiempo le han dedicado al arte? ¿Eh? ¡Pues eso! ¿Todavía no saben a qué me refiero? Otra pista: está dirigido a todos, sin distinción de razas, gustos, ideologías o clases sociales. Hasta los políticos van, no les digo más. (Bueno, en realidad, aunque esté pensado para que vayamos todos, a la hora de la verdad resulta que no son tantos los que acuden) ¿Siguen sin adivinar? Venga, una pista más: gracias a este acontecimiento incomparable muchos madrileños entramos en contacto por primera vez con el arte oriental o africano, o de otras culturas muy exóticas, que hasta entonces nos pillaban un poco a trasmano (y que lo siguen estando, para qué vamos a decir lo contrario) ¿Sigue sin sonarles? Vale, Sherlock, la última: pese a sus muchas virtudes, no faltan quienes lo critican despiadadamente, unos discutiendo su calidad objetiva en la selección de las obras, otros porque lo acusan de competencia desleal. ¡Ahora sí! ¿Verdad? Si en el fondo era muy fácil… Estaba claro desde el principio que me refería a la Semana Mexicana/Asiática/Africana de El Corte Inglés, donde uno puede encontrar, sin moverse del barrio, ese cenicerito zulú que siempre soñó para decorar el salón, o esa muñequita mexicana con sombrero que queda tan mona encima de la panera. ¿Cómo? ¿Qué ésta es la página de teatro? Si bueno, pero… ¿El Festival de qué? No, no, aquí debe haber un error.