Teatro

Un cómico para la eternidad

Adiós a Fernando Fernán-Gómez

29 noviembre, 2007 01:00

Fernando Fernán-Gómez. Foto: Begoña Rivas

Cuando Fernando Fernán-Gómez ingresó en la Real Academia Española alguien dijo que aquel acto protocolario y estirado no encajaba con el perfil anarquista y tiernamente abrupto de Fernando Fernán-Gómez. Y en parte era verdad; pero aquella ceremonia era algo más: los cómicos en la Academia. Y cuando su Majestad el rey Juan Carlos le entregó no se qué premio, alguien dijo: ¡qué barbaridad, un republicano cimarrón inclinándose ante un rey! Y en parte también era verdad; pero era también algo más: un sentido muy realista de la historia, una idea de la convivencia para acabar con el instinto cainita y guerracivilista de este desdichado país. Y mucho más todavía: los cómicos en Palacio.

Engrandecía así Fernando Fernán-Gómez, hijo de Carolina Fernández Gómez, cómica de prestigio que mudó sus apellidos por eufonía a la síntesis reductiva de Fernán-Gómez. A la estirpe maldita y perseguida de los cómicos siempre fue fiel, su representante máximo en la farándula española, Fernando Fernán-Gómez. Cómicos de la legua que no podían hospedarse en las ciudades, sólo acampar extramuros, "a una legua"; reos de sospecha y vida disoluta, excomulgados de tierra sagrada en su muerte. Los cómicos marginales y magníficos; porque pese a los estigmas, fueron y acaso todavía sean, la sal de la tierra: fuente fecunda de alegría y diversión; conciencia crítica de una sociedad; que hayan abdicado, en buena medida, de esa conciencia acusatoria, es otra historia a la que Fernán-Gómez daba vueltas frecuentemente. Por ácrata o simplemente por fidelidad a los orígenes fue siempre fiel a este espíritu. Un cómico con todas las de la ley.

Esta condición, aplicando la idea de cómico a todo lo que se relacionara con la escena o el plató, prevaleció en Fernán-Gómez por encima de todo lo demás, por encima de adversidades y por encima también de algún rifirrafe político de resistencia a los que nunca volvió la cara. Sabidas son las perniciosas consecuencias que le originó su adhesión a la lucha antifranquista, al firmar la carta de solidaridad con los mineros asturianos torturados.

Al elegirlo académico no se elegía al escritor, al guionista o al dramaturgo: se elegía al cómico, el ser de alma limpia y plural, al hombre capaz de hacer reír o hacer llorar; al camaleón de muchos matices y un alma sola: el alma de los genios. Con Fernán-Gómez entró en la Española la turba díscola y revoltosa de los cómicos y su lenguaje, no el autor de novelas como El mal amor o El ascensor de los borrachos, o de la autobriografía El tiempo amarillo; o de las piezas teatrales Los domingos bacanal o Del rey Ordás y su infamia.

Ni siquiera el autor de Las bicicletas son para el verano, melancólica comedia sobre la guerra civil española, la que él vivió en un piso del Madrid cercado, del Madrid capital de la gloria y el dolor; Ningún historiador ha retratado como este cómico, en una sola frase, el desenlace de la guerra civil al final de Las bicicletas son para el verano: "Luisito, no ha llegado la paz; ha llegado la victoria." En la Academia se honraba, probablemente más, al autor de El Viaje a ninguna parte, guión de radio primero, novela después y película por último donde se narran con infinito amor, las desventuras de unos cómicos trashumantes vilipendiados. Los desencuentros que Fernando Fernán- Gómez pudo tener con el teatro eran de otra índole que no afectaba para nada a la verdadera naturaleza de los cómicos: cansancio repetitivo de una misma obra y una misma situación cotidianas, frivolidad incompetente e insufrible del público. Cuando, a finales de los cincuenta, acaparado ya por la fama del cine, le ofrecieron dirigir un grupo en el Instituto Italiano de Cultura, no lo dudó un instante; Maquiavelo, Pirandello, Valle Inclán y otros astros de la escena fueron su repertorio. El cine, sobre todo el cine de los cuarenta y los cincuenta, le dio popularidad, fama y dinero (Botón de ancla, La mies es mucha, Balarrasa...). Pero el teatro, como intérprete, le hace acreedor a un título que nadie, creo yo, osará regatearle: el más grande; un cómico para la eternidad.

Ahí están los papeles en Sonata a Kreutzer, La pereza, Un enemigo del pueblo... De la treintena de películas que dirigió destacan La venganza de don Mendo, Manicomio, Mambrú se fue a la guerra, el mencionado El Viaje a ninguna parte o El malvado Carabel. Mi hija Hildegart no tuvo fortuna y la mereció mejor. Y respecto a El extraño viaje, que ni siquiera llegó a distribuirse, el tiempo ha hecho justicia a la película, a él, su director y a Pedro Beltrán, el guionista. Fernán-Gomez fue siempre leal al poeta Pedro Beltrán, uno de los talentos que se derramó y desperdició entre las mesas de los cafés. Cuando, no hace muchos años, de resultas de una paliza de un energúmeno, Beltrán tuvo que irse a un hospital, algunos temimos por el triste destino de Pedro, habitualmente impecune. El propio apalizado lo confesó con lágrimas en los ojos: "Tranquilos, Emma y Fernando se han hecho cargo de todo". Un genio, un "malgenio", cuando era menester. Y un buen samaritano. Fernando Fernán- Gómez. Descanse en paz.