Teatro

Las máscaras

Portulanos

17 enero, 2008 01:00

El simbolismo de las máscaras de la comedia y la tragedia es de una fuerza extraordinaria; sin embargo, nos hemos acostumbrado de tal manera a la proliferación de esta imagen que tendemos a ignorarla, y no le asignamos ya más valor que el de un tópico un tanto sonrojante. Sea cual sea el diseño elegido, las máscaras son siempre idénticas, con la excepción única de la boca que, en un caso, sonríe, y en otro se frunce de dolor. Esto quiere decir que ambos géneros son aspectos de una misma cosa, y, por tanto, que los dos tienen la misma importancia, en oposición a todas esas opiniones -empezando por la del propio Aristóteles- que consideran la comedia como de naturaleza inferior a la de su hermana. Además, las máscaras, en su simetría, constituyen una perfecta formulación gráfica de la esencialidad del equilibrio: cada una de ellas existe en función de la otra; cada una tiene algo de la otra; y el teatro no es ni una ni la otra, sino la suma de ambas, la dualidad que se resuelve en un tercer elemento.

El teatro griego, recordémoslo, era un círculo perfecto. Una sociedad como la nuestra, en la que absolutamente todo es motivo de guasa, no puede generar una buena comedia: le falta el contrapeso de lo trágico, ese asombro reverencial que, según el gran Walter F. Otto, provocaba en los hombres el encuentro con lo divino. Y así, su risa es la de las hienas, mero ruido sin sentido alguno. Sus dramas, por la misma razón, son sólo el relato de pueriles pasiones genitales, elevadas, ridícula y artificialmente, a una importancia de la que carecen. Una sociedad en la que todo el mundo quiere subirse a un escenario, o donde sea, actuando, cantando, bailando, haciendo lo que sea, argumentando que eso es un derecho, no puede tener teatro, porque corrompe el equilibrio, menospreciando el valor del actor y el del espectador, confundiendo ambos en un inmundo revoltijo. Meditemos sobre las máscaras de la comedia y la tragedia: tienen mucho que enseñarnos.