Image: De Trevélez a 'Calle Mayor'

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Teatro

De Trevélez a 'Calle Mayor'

El Arniches más glorioso en el Amaya de Madrid

3 abril, 2008 02:00

Tomás Gayo, Pedro Miguel Martínez y Ana Marzoa, en una escena de la obra. Foto: Javi Martínez

En la historia del teatro español hay dos figuras que inducen a compasión por la falta de piedad con que suelen ser tratadas: viejo que casa con mujer joven y solterona, ajada su hermosura, si la tuvo, burlada por pretendientes apócrifos. De lo primero es ejemplo preclaro la obra de Castelao, Los viejos no deben enamorarse. De lo segundo, la muestra cumbre es La señorita de Trevélez, de Carlos Arniches, muy por encima de la mihuresca La bella Dorotea. Puede que hoy esta figura de mujer que "se queda para vestir santos" haya dejado de existir y si existe no sea una mujer marcada. La idea de soltería carece de significado; pero incluso antes, en un orden social moralista y estricto, no era lo mismo una soltera que una solterona: la soltería era una circunstancia pasajera y hoy, disuelta la idea de vínculo matrimonial como garante de un orden moral, no es nada; o si se quiere lo es todo: una idea no de frustracción, sino de libertad; la "solteronía", en cambio, permítaseme el palabro, era una condena exigente de una conducta que llevaba aparejada la castidad. Flora, la conmovedora heroína de Arniches, es una solterona condenada a no conocer varón, a la privación de las virtudes domésticas y a una vida de rigor monástico en un hogar inhóspito.

Esta pieza le ha dado al autor alicantino -raro inventor de un casticismo madrileño- más gloria imperecedera que todos sus sainetes, aunque menos popularidad. Flora de Trevélez (Ana Marzoa), la bondadosa solterona engañada, llega estos dias al teatro Amaya de la mano de Tomás Gayo, productor y autor, dirigida por Mariano de Paco Serrano. Gayo es, creo yo, uno de los casos más pertinaces y heroicos de afición por el teatro; peripecia tras peripecia, sea cual sea el resultado, arriesga dinero y estabilidad y vuelve a la escena con brios renovados.

Hay títulos que marcan a un autor y que se alzan como elemento germinal de otras aventuras que llegan incluso a superarlos. La señorita de Trevélez es uno de ellos. La historia de esta solterona, de cuya soledad necesitada de amor hacen befa un grupo de señoritos ociosos, hizo fortuna y elevó el rango de Arniches. La señorita... es una anomalía en el teatro de Arniches, aunque no sea ajena a la sensibilidad social que pregna el casticismo de ese artificioso pueblo de Madrid que puebla sus sainetes. Hay en ella algo más que una abstracta sensibilidad moral; hay una crítica social bastante explícita sin costumbrismos ni folclores. Costumbrismo es, por supuesto, la costumbre de menospreciar a las solteronas, a las mujeres que se les "ha pasado el arroz". Por lo tanto, el posible costumbrismo de La señorita de Trevélez es una denuncia que enlaza con las corrientes del pensamiento crítico español. Y que entronca con el espíritu machadiano contra esa España cerril, la que "ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza". En la constatación de esa manifestación de la raza hispana impiadoso con los males ajenos, reside la vigencia de esta señorita que fue feliz algún tiempo porque se creía amada. Puede que ahora no haya solteronas sedientas de amor; pero existen mujeres maltratadas y existen seres diferentes sedientos de justicia. Puede que sea un desorden social de otro grado; pero es del mismo tronco: la intolerancia.

Como factor germinal de otras aventuras La señorita de Trevélez dio pie a una de las películas más significativas de Juan Antonio Bardem: Calle Mayor. La pieza de Arniches, de 1916, le permitió hacer un retrato más próximo de la sociedad española de los años cincuenta: prepotencia impune de un grupo de señoritos ociosos en una ciudad levítica. Por entonces (1956), un Bardem irreductible consideraba el cine español "políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico". En la transformación de ese sombrío panorama algo tuvo que ver Calle Mayor. O sea que, aunque sólo sea por derivación, el cine español le debe mucho a esta Señorita de Trevélez.