Teatro

Pásalo

Portulanos

24 abril, 2008 02:00

Según se cuenta, cuando Robert Devereux, segundo Duque de Essex, estaba organizando su conjura contra la reina Isabel, tuvo la modernísima idea de contratar a la compañía de Shakespeare para que representara Ricardo II. Al final de dicha obra el rey era depuesto y moría decapitado, y Essex pensaba, adelantándose a los asesores políticos de hoy, que semejante argumento estimularía a los espectadores para que se unieran a él en su rebelión contra la Corona. Una especie de "pásalo", pero sin móviles. Essex cometió un pequeño error de apreciación: ni la televisión, ni el fútbol, ni la prensa del corazón, ni, por supuesto, los móviles, se habían inventado aún, y el teatro demostró no tener gancho suficiente para calentar a los espectadores que, después de la obra, se fueron a su casa, a cenar sándwiches de pepino (eran ingleses) y a la cama, y no a la revolución. La cabeza que rodó fue la de Essex, no la de la reina, lo cual puso punto final a tan interesante experimento sociológico; seguro que a Mercedes Milá le hubiera encantado retransmitirlo, sobre todo el día de la ejecución. Hoy es mucho más fácil sacar a la gente a la calle, pero tampoco es el teatro el que lo consigue (lo siento, Shakespeare, tío) sino los eslóganes: no profundizan en nada, ergo funcionan. Ahí se equivocaba el de Stratford, empeñado en contar cosas complejas.

Vean ustedes lo de las Olimpiadas: a mí me asombra que los mismos memos que desprecian al Papa por ser Papa y que acusan a los musulmanes de ser todos unos teócratas fanáticos se desvivan por elogiar al Dalai Lama que, por lo que le llevo escuchado desde hace años, es más bien mediocre, teológica, intelectual y políticamente (quizá sea por eso). Si añadimos al guión que los chinos han sido siempre el peligro amarillo desde los tiempos de Fu Manchú, como si no hubiera otros malos en el mundo, ya tenemos un conflicto perfecto para el consumo. Toma nota, Essex: si quieres resultados déjate de Shakespeare y búscate un publicista.