Teatro

El año de Ricardo

Portulanos

1 mayo, 2008 02:00

Llevo veintitantos años discutiendo de casi todo con Ricardo Doménech: a él le apasiona Antonioni, y yo soy de Howard Hawks; él cree que El otro, de Unamuno, es una obra extraordinaria, y a mí me resulta insoportable; Ricardo cree en la importancia del compromiso político del artista, y a mí ese discurso me suena a chino. Y sin embargo, es una de las pocas personas del teatro español ante las que yo me cuadro sin dudarlo. Ricardo no es actor ni director ni dramaturgo, así que no suele aparecer en los medios. Tampoco está en la wikipedia, que es de donde se saca hoy la información. Y como no le gusta hacerse fotos, porque debe pensar, como los indios, que al hacerlo le pueden robar un trocito de alma, parecería que no existiera. Pero habría que preguntarse entonces por qué la mención de su nombre despierta de inmediato una sonrisa y un gesto de cariño entre los muchísimos profesionales que alguna vez le han tenido como profesor: todos recuerdan su entusiasmo al hablar de lo sobrenatural en Valle Inclán o del teatro del exilio, entre otros muchos temas que le son queridos, o sus notas, escritas con esa letra minúscula y hermética que utiliza. En un país donde es costumbre regalarles a los altos cargos las titulaciones que nunca fueron capaces de estudiar para que luego no se avergöencen ante la prensa, Ricardo fue de los que se empeñaron en luchar por la dignificación académica de las enseñanzas superiores de arte dramático, cosa que durante años se consideró absurda y hoy es realidad gracias a gente como él. Por si fuera poco, este hombre es uno de los máximos especialistas internacionales en la obra de Buero, Valle y Lorca, los Tres Grandes.

Este año se jubila, no por voluntad propia, sino porque la sociedad moderna desatiende a los jóvenes, por miedo a su energía, y se deshace de los viejos, por pánico a su sabiduría. Pero lo hará sabiendo lo mucho que sus alumnos le queremos y le debemos.