Barcelona
Portulanos
29 mayo, 2008 02:00Cuando a Dashiell Hammett le llevaron ante el Comité de Actividades Antiamericanas, el viejo y magnífico borracho se subió al estrado y dijo: "No van a ser los jueces y los policías los que me enseñen a mí qué es la democracia", y se negó a declarar. Acabó en chirona, pero hasta los más encallecidos bribones de la trena miraban con admiración a aquel flaco canoso. Yo no soy Hammett, pero tampoco voy a permitir que sean los politicastros quienes me enseñen el cariño y el respeto hacia el teatro catalán. Si estoy aquí es porque Lluís Pasqual se la jugó estrenando a un chaval de veintiún años del que nadie sabía un carajo en una época en que el Centro Dramático Nacional ignoraba de plano a la dramaturgia española y joven. En aquellos días los estudiantes de teatro madrileños visitábamos Barcelona cada vez que teníamos un poco de dinero en el bolsillo: íbamos exclusivamente a ver teatro, porque queríamos ser como aquellos colegas que nos fascinaban. Una vez, en el Lliure, vi a Fabiá Puigserver, y fue como ver a Dios. En otra ocasión pude conversar con Flotats a la salida de Per un si o per un no; todo el mundo me había dicho que mordía, pero no sólo no me mordió sino que me atendió con gran amabilidad. La senyoreta Julia y Al vostre gust se pusieron en Madrid, en castellano y en catalán, y no sólo no protestaba nadie sino que íbamos a verlas en los dos idiomas para aplaudir a Homar y a la inmensa Anna Lizarán.
Luego, como profesor, he vivido mil aventuras junto a mi amigo Jordi Font, combatiendo juntos a favor de la educación teatral española. ¿Pero qué mierda es ésta de montar una guerra que no existe? Aquí nadie ha hablado contra el teatro catalán, porque eso sería como escupir al propio padre. De lo que se trata es de denunciar la negligencia y el amiguismo de las políticas culturales, y eso no tiene nada que ver con la identidad geográfica: los canallas no tienen patria.