Lo mejor de Cunillé
'Después de mí, el diluvio' llega al CDN
29 mayo, 2008 02:00Vicky Peña, una de las protagonistas de la obra.
Después de mí, el diluvio es la última obra de Lluïsa Cunillé y, en opinión de la crítica Maria José Ragué-Arias, lo mejor de su autora. Protagonizada por Vicky Peña y Jordi Dauder, se estrena mañana en la sala pequeña del Valle-Inclán. Una pieza con un protagonista en la sombra, áfrica.
Para todos los públicos. En la frontera de unas etapas cuyos límites se señalan con una línea invisible cual signo de crecimiento -que no de cambio- autoral, podríamos situar La venda (1999), en un espacio vacío en el que se trata de la venta de un piso, y también Passatge Gutenberg (2000), para mí la primera gran obra de la autora, gran metáfora sobre la palabra, la escritura y la muerte. Pero es con "Barcelona, mapa d'ombres (Barcelona, mapa de sombras) cuando Cunillé da el gran paso hacia un excelente teatro de calidad que ya no es minoritario, dirigido a todos los públicos. Con personajes de carne y hueso, enraizados en la ciudad del título, dos ancianos próximos a la muerte nos dibujan a la vez los secretos y misterios de unos inquilinos de las habitaciones que alquilan. Todo con el telón de fondo del pasado y presente de la ciudad de Barcelona.
Los autores residentes del Lliure escriben sus textos teatrales adaptándose a las coordenadas que les marca el teatro. En el caso de Après moi, le déluge se trataba de escribir a partir del informe de la FAO sobre mortalidad infantil, desnutrición y hambre. Y Cunillé ha escrito la que hasta ahora es su mejor obra.
Cuando Mobutu abandonó El Congo lo hizo diciendo: "Après moi, le déluge". Al personaje femenino de la obra, también su marido la abandonó con la frase "Después de mí, el diluvio". Ya desde el título aparece la ironía ambigua de Cunillé. "Los hombres que vienen aquí no deberían tener entrañas" es la frase de El corazón de las tinieblas, de Conrad, que encabeza el texto. La solidaridad, la explotación, son los temas que plantea, aludiendo al pasado del Congo, revelando el contraste de su riqueza natural con la miseria de su población. La situación es la de un hombre de negocios europeo y una intérprete que se hallan en la habitación de un hotel de Kinshasa, un espacio anodino, como siempre en Cunillé, que permanece sin cambios a lo largo de toda la obra.
El hombre europeo trabaja para una compañía surafricana que se dedica a la extracción y comercialización del coltan, mineral esencial para las nuevas tecnologías. En Barcelona, el actor fue Andreu Benito y su interpretación tenía una enorme calidad. Pero no le irá a la zaga Jordi Dauder, quién le dará vida en Madrid. También es un enorme actor con una de las mejores voces.
Ella, europea también, es un personaje ambiguo característico de Cunillé. Hace años que está instalada en un hotel del que parece no salir nunca y cuyo trabajo es hacer de intérprete para los hombres que se alojan en él. La Intérprete ha vivido en Brazzaville hasta 1997 pero no llegó allí por el golpe de estado de Mobutu, como cree el Hombre. Todo lo que tiene relevancia para el hombre de negocios, a ella parece serle indiferente. La Intérprete, como tantos seres humanos, olvidará. En realidad, quizá ella no sea nadie, sólo una imagen de algo que nunca apareció en la realidad o acaso sea un cúmulo de diferentes personalidades reales o impuestas por el texto, como muestra Vicky Peña en una de sus grandísimas interpretaciones.
Porque existe un misterioso tercer personaje que aparece en escena sin un tercer intérprete para darle cuerpo. Es un hombre que vive en Kinshasa y al que traduce la intérprete, un hombre africano que quiere que el hombre europeo se lleve a su hijo de Africa y le ofrezca cualquier trabajo. Un hijo cuya vida es la de todos los habitantes del mísero país.