La tolerancia
Con su segunda película, Paraíso Travel, Simon Brand ha logrado que lo comparen con Meirelles o González Iñárritu y arrasar en su país, Colombia. El filme, una luminosa tragicomedia, retrata la dura peripecia existencial de un inmigrante de Medellín en el asfalto de Nueva York.
Se da por supuesto que la tolerancia es la virtud esencial si uno quiere llegar a formar parte de esa tribu singular pomposamente autodenominada "los buenos demócratas". Sin embargo, la tolerancia es una falsa virtud puesto que resulta incompatible con la justicia. Tolerar, según la primera definición de la R.A.E., es sufrir, llevar con paciencia, y según la segunda, permitir lo que no se tiene por lícito aunque con el disimulo, o mejor dicho, la hipocresía, de no aprobarlo expresamente. La tolerancia es un rasgo típico de los mediocres: aquellos que no son nada ni saben nada se muestran naturalmente indulgentes ante las carencias ajenas. Es que no les queda más remedio: si les diera por ponerse exigentes también los demás lo serían con ellos. Por eso han inventado el mito del intolerante, ese monstruo malvado que, ¡oh, cielos!, se atreve a llevarles la contraria y decir no. La tolerancia, en fin, no es más que el disfraz que más se lleva entre los cobardes en los tiempos que corren. Se empieza, por ejemplo, aplaudiendo los malos espectáculos o a los profesionales mediocres so pretexto de que lo merece "su esfuerzo" (¡faltaría más!) y esperando que ellos nos devuelvan luego el favor, y se acaba mirando para otro lado cuando el teatro municipal de tu ciudad, que no invierte un céntimo en creadores locales, se gasta 400.000 euros en pasear a unas cuantas estrellas extranjeras para generar titulares y llenar algunos bolsillos. Ahora, se entiende tanta cobardía, perdón, tanta tolerancia, ya que lo contrario es exponerse. Yo conozco a un programador que, en privado, presume de no poner mi último espectáculo para castigarme por hablar demasiado. Mira cómo tiemblo.