Teatro

XXX

1 abril, 2011 02:00

Silvia Marsó como Nora

Ibsen se sirvió de la desgraciada experiencia de su amiga Laura para Casa de muñecas. García May cuenta la historia real de Nora, con motivo del estreno de la obra en el Fernán Gómez de Madrid, dirigida por Amelia Ochandiano.

A principios de la década de 1870 vivía en Copenhague Laura Petersen, una joven escritora noruega casada con Víctor Kieler, un profesor de colegio danés. La pareja aspiraba a un futuro razonablemente tranquilo pero el marido enfermó de tuberculosis y el diagnóstico del médico resultó concluyente: la única manera de salvar su vida era viajar al sur, a un clima más propicio.

Como consecuencia de su delicado estado de salud, Kieler había desarrollado una fobia ante la simple mención del dinero; así pues, le correspondió a Laura hacerse cargo de todo y, dado que no poseían la cantidad suficiente para hacer el viaje, cargó sobre sus hombros la responsabilidad de obtener un préstamo que les permitiera el dispendio.

El viaje a Italia fue un éxito, ya que Kieler se repuso y la pareja vivió feliz durante algún tiempo, pero llegado el plazo para devolver el préstamo Laura no había conseguido reunir el dinero. Para que su marido no se enterase decidió escribir un libro considerando que eso le proporcionaría ganancias suculentas y rápidas. Envió el manuscrito a un amigo literato y éste se lo devolvió alegando que la obra era muy mala y aconsejándole que compartiera abiertamente el problema con su marido. Pero Laura, que temía que Víctor recayera si se le obligaba a enfrentarse con los problemas económicos, falsificó, en su desesperación, un cheque. Descubierta por el banco, fue tratada como una criminal. Víctor no sólo no salió en su defensa sino que le arrebató la custodia de los hijos que ambos compartían y Laura, víctima de un colapso nervioso, fue internada en un asilo para lunáticos. Si algo en esta historia suena familiar es porque Henrik Ibsen se basó en ella para escribir Casa de muñecas.

Él era, claro, el amigo literato. A diferencia de Nora, Laura no sólo no se marchó de casa sino que tuvo que implorar su regreso a ella. No es cierto que pasara el resto de su vida en el manicomio, como a veces se cuenta: al cabo de un mes le dieron el alta y Víctor le permitió fríamente el regreso al hogar utilizando el bienestar de los hijos como justificación. Se ha hablado hasta el aburrimiento del inexistente feminismo de Casa de muñecas pero apenas se ha tratado un tema mucho más real e interesante: la naturaleza rapaz del escritor Ibsen, que no dudaba en servirse de los parientes, amigos y conocidos del Ibsen persona como modelos para sus personajes. Digamos, en su defensa, que el dramaturgo se dio a sí mismo idéntico tratamiento: Borkman, Solness o Rubek son autoretratos de inusitada crueldad.

El estreno de Casa de muñecas supuso para Laura un nuevo disgusto: si bien la obra se posicionaba claramente del lado de Nora, el chismorreo popular generado por las representaciones dañó aún más la relación, ya de por sí espinosa, entre Laura y su marido, y el trato entre ella e Ibsen se enfrió. No obstante aún debían encontrarse en diferentes circunstancias.

Laura trabajó como periodista y llegó a entrevistar a su antiguo amigo. Luego, a finales de la década de 1880, envió a Ibsen un nuevo texto, una obra de teatro titulada Hombres de honor. En esta ocasión el dramaturgo le respondió con elogios y la obra llegó a estrenarse tanto en Copenhague como en Cristianía pero ambas fracasaron.

Ibsen cobarde.
Sin embargo lo peor estaba por llegar: Georg Brandes, el crítico más importante de la literatura escandinava, aprovechó la ocasión para escribir un artículo particularmente insidioso en el que resucitaba los fantasmas de Casa de muñecas asegurando que Laura había pedido dinero no para curar a su esposo, sino para gastarlo frívolamente en la decoración de su hogar. Aunque ella rogó a Ibsen que interviniera en su favor, el dramaturgo se quitó cobardemente de en medio argumentando que él jamás había asegurado que Nora estuviera basada en Laura.

Pero lo estaba, y todo el mundo lo sabía, así que la negativa de la Esfinge, como popularmente se conocía al autor, a participar en el debate se tomó como una admisión implícita de la acusación de Brandes. En noviembre de 1891 Laura e Ibsen se vieron por última vez en casa del escritor. Lo que pasó en aquel encuentro no puede asegurarse ya que no hubo terceras personas, él no dejó escrito nada al respecto, y sólo contamos con la versión que ella, ya anciana, gustaba de relatar a quienes le preguntaban por su relación con el Gran Hombre. Al parecer, Laura pidió a Ibsen, de nuevo, que dijera ante Brandes la verdad sobre el episodio del préstamo, ya tan lejano en el tiempo, pero él no quiso ceder. Más adelante Laura diría que no sólo había sido la inspiración de Nora, sino también de otro personaje ibseniano: Irene, protagonista de la última obra del autor, Cuando resucitemos, una modelo a la que un escultor explota inmisericorde en su intento de lograr su obra maestra.