Los piratas más famosos de la historia: después del botín esperaba la horca
Renacimiento reedita el clásico diccionario biográfico de la piratería de Philip Gosse, lleno de sorpresas sobre los hombres –y mujeres– reales que depredaron los mares de todo el mundo entres los siglos XVI y XIX.
25 enero, 2022 01:11Noticias relacionadas
Thomas Goldsmith, un marino de la localidad británica de Dartmouth, fue el capitán del buque corsario Snap Dragon en tiempos de la reina Ana Estuardo, a principios del siglo XVIII. Reconvertido en pirata por azares del destino, sus aventuras en alta mar le permitieron hacer acopio de importantes riquezas. Pero su nombre no ha sobrevivido hasta la actualidad como consecuencia de hazañas despiadadas o un agónico y legendario final, sino por entregarse a la extraordinaria normalidad, muriendo en la cama de su casa en 1714.
El caso de Goldsmith resulta todavía más singular porque suya es la única lápida conocida que señala un enterramiento de un pirata, ubicada en el cementerio de la iglesia de su Dartmouth natal. La estela, además, contaba con un literario y entrañable epitafio: "Los virtuosos sirven al Señor; / Al Diablo adoran sus parciales; / Según méritos son colocados / Entre bienaventurados o réprobos. / Decidme, doctos eclesiásticos, / ¿Adónde irá el bruto de Tom Goldsmith? / Toda su vida se esforzó inicuamente / En burlar a Dios, al Hombre y al Diablo".
El final de la mayoría de los piratas y de buena parte de los bucaneros —bandidos del mar que saquearon las posesiones españolas de ultramar— fue repentino y violento, está marcado por relatos macabros y sangrientos. Muy pocos fallecieron pacíficamente en sus lechos. Un ejemplo extremo lo constituye la biografía del capitán Jean David Nau, alias Francis L'Ollonais, artífice de la captura de muchos barcos ibéricos en las Indias Occidentales y famoso por el bárbaro tratamiento que daba a los prisioneros, que terminó descuartizado vivo por una tribu de indígenas que arrojaron sus miembros al fuego y sus cenizas al viento.
"Muchos cayeron en combate, otros tantos se ahogaron. No pocos bebieron hasta reventar fuerte ron de Jamaica, en tanto que gran número de bucaneros murieron de malaria y fiebre amarilla contraídas en las junglas de Centroamérica; de los que sobrevivieron a todas estas calamidades, los más fueron ahorcados", escribe el historiador británico Philip Gosse en Quién es quién en la piratería. Ese fue el castigo definitivo que se impuso al capitán escocés William Kidd, uno de los personajes piráticos que más fantasía ha suscitado en el gran público, ejecutado en la horca acusado de asesinar a un artillero de su galera, la Adventure.
El mismo destino aguardó al temible capitán John Rackman, alias Calico Jack, también tras ser juzgado por los ingleses en Jamaica en 1720. Entre su tripulación se encontraban dos mujeres, las célebres Mary Read, capaz de derrotar a un pirata en un duelo a espada y pistola para salvar a su amante y muerta en prisión víctima de una fuerte fiebre, y Anne Bonny, pareja de Rackman, cuyo final es un misterio. Ambas, vestidas con ropas de hombres, lucharon con gran bravura antes de ser capturadas.
Corsarios españoles
Todas estas fascinantes biografías se relatan en forma de breves y ágiles píldoras en la clásica obra de Gosse (1879—1959), que acaba de ser reeditada por Renacimiento con prólogo de Luis Alberto de Cuenca en el marco de su colección Isla de la Tortuga, único proyecto editorial en español dedicado exclusivamente a la piratería. La serie cuenta con volúmenes biográficos, memorísticos, estudios genéricos y testimonios que cubren todas las zonas geográficas en las que actuaron los depredadores marítimos, desde los corsarios berberiscos que surcaron el Mediterráneo en las edades Media y Moderna hasta las rapiñas de los corsarios, bucaneros y filibusteros vascos.
El historiador inglés, nieto del naturalista Philip Henry Gosse e hijo del escritor sir Edmund Gosse, traza un imprescindible —y humorístico a veces— diccionario biográfico de la piratería, materia sobre la que fue uno de los principales especialistas del mundo. Seguramente, apunta, la tercera profesión más antigua de la historia. Pero sus protagonistas pertenecen a la denominada "piratería clásica", la que sembró el terror en todos los mares, pero con preferencia por el Caribe y sus costas aledañas, desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XIX. No aparecen, por lo tanto, los que capturaron a un joven Julio César y cobraron un rescate por él que les terminaría saliendo rana: el futuro dictador los atrapó y crucificó, demostrando ya en ese momento su despiadada personalidad.
Sí están en esta enciclopedia todos las demás grandes figuras, como el escurridizo y enigmático Henry Every, capitán del Fancy y autor de uno de los crímenes más lucrativos de siempre en el las aguas del Índico gobernadas por el Gran Mogol —Turner ha editado hace poco más de un año una estupenda biografía escrita por el divulgador Steven Johnson—; o el notorio y fiero Barbanegra, llamado en realidad Edward Teach, que hizo temblar a toda la costa americana desde Terranova hasta Trinidad. También fue este sujeto de una violenta muerte en una encarnizada batalla —resultó herido en una veintena de ocasiones antes de caer— contra el capitán de la Royal Navy Robert Maynard, quien colgó del penol de su corbeta la cabeza del pirata.
Incluye Gosse, aunque no con cierto recelo, unas líneas escasas sobre Francis Drake, uno de los más temidos piratas de todos los tiempos a ojos españoles —los ingleses, en cambio, acabarían por ordenarle caballero—. Dice que fue "propiamente un bucanero" con el único fin de expoliar las embarcaciones de Felipe II. Pero como él mismo reconoce, todo depende del punto de vista.
No faltan tampoco en este collage de biografías —una lectura plagada de divertidas sorpresas— los nombres de curiosos marinos hispanos, como el del capitán José Gaspar. Oficial de cierto rango de la Armada española, fue descubierto en 1782 robando joyas de la Corona y se hizo pirata. Destacó por una enorme crueldad, asesinando a todos los hombres que capturaba y encerrando a las mujeres en un fortín construido en Puerto Charlotte. En sus fechorías le acompañaron sujetos como su cuñado Juan Gómez, muerto supuestamente a la increíble edad de 120 años.