La fascinación del mundo por Stonehenge es tan abrumadora como la cantidad de teorías que tratan de descifrar el significado del famoso círculo de piedras prehistórico erigido en la llanura de Salisbury, al sur de Inglaterra. El monumento está de actualidad debido a la gran exposición que le dedica actualmente el Museo Británico —se puede ver hasta el 17 de julio—, que indaga en los misterios de la Europa de su tiempo -entre hace 5.000 y 3.500 años- e incluye los resultados de las últimas investigaciones sobre la procedencia y la antigüedad de las piedras que conforman el conjunto.
Pero la ciencia no cesa en su empeño de radiografiar Stonehenge y desentrañar su verdadero significado. Un nuevo estudio realizado por Timothy Darvill, profesor del Departamento de Arqueología y Antropología de la Universidad de Bournemouth, y publicado este miércoles en la revista Antiquity concluye que el icónico monumento fue concebido como un calendario basado en un año solar de 365,25 días. No es una hipótesis nueva teniendo en cuenta la alineación del círculo con los solsticios de verano e invierno —el primero en defenderla fue el anticuario William Stukeley, en la segunda mitad del siglo XVIII—, pero el investigador británico la sustenta en los últimos hallazgos y análisis geológicos.
Estudios recientes han revelado que las sarsen, las grandes piedras de arenisca silícea, procedentes de canteras cercanas, fueron añadidas durante la segunda fase de construcción del sitio, entre 2620 y 2480 a.C. —la primera, cuando se erigieron las llamadas "piedras azules", se registró en torno a medio milenio antes—. El pilar de la investigación de Darvill se centra precisamente en estas estructuras, clasificadas en tres grupos: el "círculo sarsen", los trilitos aislados y las cuatro "station stones" que formaban un rectángulo. Cada uno de ellos tendría una función temporal determinada.
"El calendario propuesto funciona de una forma muy sencilla. Cada una de las treinta piedras del 'círculo sarsen' representa un día dentro de un mes, dividido en tres semanas de diez días cada una", explica el arqueólogo, señalando que las estructuras de mayor tamaño son las conocidas como S1 —donde habría estado la entrada al conjunto y por donde sale el sol en el solsticio de verano—, S11 y S21. "Para completar el año solar básico se requieren cinco días adicionales: un mes intercalado conocido en calendarios posteriores como días epagomenales. Los cinco componentes de la herradura de los trilitos cumplen esta función", añade Darvill. Las cuatro "station stones", por su parte, servirían para llevar la cuenta y agregar un sexto día extra al mes intercalado cada cuatro años, lo que hoy llamamos bisiesto.
En este sentido, el investigador británico apunta a que Stonehenge se constituyó como una representación física del año para ayudar a los antiguos habitantes de Wiltshire a contabilizar el transcurso de los días, las semanas y los meses. Además, la alineación con los solsticios también habría permitido calibrar el calendario y detectar errores en el cómputo, pues el sol estaría en un lugar no correcto en el momento del supuesto solsticio de verano/invierno.
¿Influencia egipcia?
De ser correcta la hipótesis de Timothy Darvill, habría otra importante cuestión que resolver: ¿el calendario sería resultado de una innovación local o de influencias externas? En su estudio asegura que es "totalmente posible" que las comunidades que habitaban el noroeste de Europa a finales del IV milenio a.C. y principios del III a.C. desarrollaran un sistema como el propuesto. Aunque las evidencias apuntan a la segunda creencia.
"Tal calendario solar se desarrolló en el Mediterráneo oriental en los siglos posteriores al año 3000 a.C. y fue adoptado en Egipto en torno a 2700 a.C., siendo ampliamente utilizado al comienzo del Imperio Antiguo, alrededor de 2600 a.C.", recuerda el arqueólogo. Este sistema egipcio de representación del paso del tiempo contaba con meses de 30 días divididos en tres semanas y un mes intercalado de cinco días epagomenales. "La necesidad de un día adicional cada cuatro años para mantener el ritmo de las estaciones se entendía, pero no fue implementado hasta mucho después", añade.
¿Es posible que hace 5.000 años hubiera conexiones entre el Antiguo Egipto y las comunidades que vivían en las islas británicas? Los investigadores no lo descartan. En 2002 se halló a unos cinco kilómetros al sureste de Stonehenge la tumba de un joven varón con un rico ajuar funerario que incluía algunos objetos procedentes del continente europeo y que fue enterrado hacia 2300 a.C. Los análisis de isótopos del llamado "arquero de Amesbury" han mostrado que nació y se crió en la zona de los Alpes y emigró a Gran Bretaña cuando era un adolescente. En Wilsford apareció una cuenta de fayenza probablemente hecha en el Antiguo Egipto a principios del II milenio a.C.
"La arquitectura única de Stonehenge en el contexto del noroeste de Europa de mediados del III milenio a.C. también es relevante. La construcción 'columna-dintel' en piedra, el uso de espigas cortas para asegurar los dinteles a las estructuras verticales y la compresión de la éntasis para crear la ilusión óptica de rectitud son todas características que solo se documentan en Egipto en ese momento", detalla el autor, y añade: "La adopción de un círculo como la expresión física del ciclo calendárico tiene sentido, y en el contexto de Stonehenge es potencialmente significativo en el sentido de que perpetúa tradiciones locales existentes de construcciones en piedra y círculos de madera que se remontan a antes de 3000 a.C.".
Las conclusiones de Timothy Darvill abren nuevos escenarios interpretativos sobre el significado del conjunto prehistórico: "Encontrar un calendario solar representado en la arquitectura de Stonehenge abre una forma completamente nueva de ver el monumento como un lugar para la vida, un lugar donde el ritmo de las ceremonias y las fiestas estaba conectado con el tejido mismo de la universo y los movimientos celestiales en los cielos".