Ian Gibson, este martes en el Instituto Cervantes. Foto: Matias Chiofalo (Europa Press)

Ian Gibson, este martes en el Instituto Cervantes. Foto: Matias Chiofalo (Europa Press)

Historia

Ian Gibson se abre en canal en sus memorias: "Encontrar a Lorca fue un milagro en mi vida"

El hispanista y biógrafo se desprende en un libro de todos los traumas de su infancia en Irlanda y narra cómo toparse con el poeta granadino significó el hallazgo de su talento literario.

15 marzo, 2023 02:13

A este Ian Gibson no lo conocíamos. Su pasión casi obsesiva por Federico García Lorca ha guiado la trayectoria profesional del hispanista dublinés, aunque ya no le gusta esa etiqueta porque es un ciudadano español más. Pero lo que no había confesado es que su fortuito encuentro con el poeta granadino y su obra supuso un "milagro" en su vida, una vía de escape para desprenderse de los traumas de su infancia: crecer en una sociedad protestante de un rígido puritanismo religioso, la falta de amor materno y un complejo de Edipo manifestado en tendencias voyeristas, los miedos a la muerte y al infierno, impulsos violentos...

El biógrafo, como así se define él mismo, de Lorca, y también de Antonio Machado, de Salvador Dalí, de Luis Buñuel, cuenta todo esto en Un carmen en Granada (Tusquets), obra galardonada con el último Premio Comillas. Son unas memorias crudas, chocantes en muchos momentos, de una sinceridad estremecedora, en las que Gibson se abre en canal y muestra cómo es realmente, las rabias y complejos que lleva dentro, tan deseosas de salir, y cómo sumergirse en la vida trágica del autor de Romancero gitano, descubrir España, quedarse aquí, le brindó lo que tanto ansiaba: tranquilidad y reconocimiento. 

Pregunta. ¿Por qué escribir estas memorias tan personales y sinceras? ¿Qué le ha empujado a ello?

Respuesta. Creo que ha terminado mi etapa de biógrafo. He dedicado décadas de mi vida a Lorca primero, luego a Dalí, a Machado, a Buñuel... figuras señeras de la cultura española. Décadas de mi vida analizando y tratando de entender a los demás. Y pensé por qué no hacer una especie de exploración de mi propio discurrir por este valle de lágrimas, de hablar de mi familia, de mi infancia... Y había un problema: no podía publicarlo en inglés porque viven todavía algunos primos, alguna hermana y otras personas del entorno familiar. Si ese libro aparece en Irlanda, podría hacer daño.

»La infancia es fundamental en todos en mis biografiados. Empecé una investigación pequeña porque no había casi documentación. Recogí lo que pude y lo combiné con mi propia memoria, sabiendo que es capaz de tergiversar. Ha sido un ejercicio útil porque necesitaba echar fuera toda esa amargura de una infancia en muchos aspectos muy infeliz. Fue una tragedia nacer en el sur de Irlanda en una familita protestante metodista, la secta más puritana de todas, donde todo está prohibido. La literatura poco a poco me fue salvando, y lo quería contar no con autoconmiseración, también con sentido del humor.

Ian Gibson en su casa de Madrid durante una entrevista con este periódico en 2019.

Ian Gibson en su casa de Madrid durante una entrevista con este periódico en 2019. Jorge Barreno

P. Pregunta. Escribe que siente "rabia y desolación por el puritanismo de la sociedad en la que le tocó nacer". ¿Estas memorias son una forma de rebelarse contra esos recuerdos?

R. Hay algo de eso, pero yo ya me rebelé siguiendo la tradición de Joyce, a quien al fin estoy leyendo en profundidad. Somos dublineses los dos. Acabo de terminar la lectura de la gran biografía de Richard Ellmann, que tenía mil páginas y me ha costado tres meses de lectura. He aprendido un montón que no sabía sobre él, sobre Irlanda, Inglaterra... porque está todo ahí. Yo he decidido hacer una investigación sobre mi propia vida, hablo de mi familia desde la tristeza y luego explico mi llegada al hispanismo. Ahora ya lo he sacado todo fuera y me encuentro mejor. Porque esto es una especie de libro confesional en la línea de Rousseau. Sobre todo confesando mis dificultades, mis problemas eróticos. Ahora me quiero dedicar a ir al campo de aventuras por Cáceres en busca de diosas celtas. Cosas así, divertidas, con muchas copas entre investigaciones y charlas con los amigos. Creo que me lo he ganado.

P. Cuenta que con seis años ingenió un "proyecto asesino" para acabar con su hermana o que se convirtió en un voyeur entregado a la necesidad de conocer los secretos del cuerpo de su madre. Es muy valiente contar todas esas cosas de forma tan explícita.

R. Algunas cosas las rebajé porque pensé que quizá fueran demasiado fuertes. No quería forzar al lector a escuchar mis miserias. Hay momentos que no he puesto todo, ni mucho menos. Cada libro es cuestión de seleccionar, como pasa con las biografías. Hay que buscar el estilo adecuado. De modo que en el libro, obviamente, hay supresiones, hay nombres que no pongo porque viven todavía y sería incluso cuestionable si tengo derecho a hablar de ellos. He tratado de ser honrado, de no ocultar nada de lo esencial de mis debilidades, de mis cobardías. 

La derecha no acepta la criminalidad del régimen de Franco

P. Habla de acumulación de vergüenza, culpa o incluso hasta incluye un pensamiento estremecedor: que quizá le hubiera ido mejor suicidándose cuando de niño la criada que le cuidaba se marchó.

R. Ahora leo que hay cada vez más suicidios de niños y de jóvenes. Pero la gente habla con más facilidad de que antes, y de sus problemas con los ansiolíticos. El tema gay también está más abierto, y todo el tema LGTBI+. Algo hemos avanzado. En el libro hablo de la fascinación por mi madre y de cómo no me dejaban estar con ella. Cuando está dando de mamar al nuevo bebé y me arrancan de la puerta para que no vea lo que está pasando. Esto lo tengo todavía dentro de mí: mi rabia. Todo esto te marca para siempre; lo puedes asumir y seguir, pero marca. Por eso quería contarlo. 

P. El Gibson que conocemos públicamente es un hombre apasionado, agradable, cercano... Usted se define casi como lo contrario: "Un ser obsesivo empeñado sobre todo en que los demás lo admiren, o por lo menos le hagan caso".

R. Sí, no lo oculto. Nací en una familia donde todo el aprecio y el amor de la madre iban hacia el número uno, que me llevaba cinco años. Esto me creó una necesidad de hacerme notar, de impactar a los demás haciendo algo, lo que fuera. Iba en busca de mi talento para llamar la atención. Y entre tanto mi hermano dirigía el coro o montaba el teatro, hablaba con todo el mundo, pero resulta que era bipolar y sadomasoquista, y se murió en una clínica. Eso es lo que hay en mi familia, una tendencia maníaca depresiva. No sé de dónde viene pero ahí hay algo tengo yo dentro también, aunque mínimamente.

»España me ha ayudado a expresar esto y ser algo, tener un nombre. No lo voy a negar, porque sería mentira. Lo he conseguido siendo un biógrafo. No me voy a comparar con los grandes, pero soy sólido y meritorio, capaz de hacer una contribución al arte de la biografía. Todo eso era vergonzoso en mi familia: hacerse notar. Me hicieron creer que era mala persona por ser un niño que rompía cosas. Y España, la manera de ser de este país, y juro que no miento, me ha ayudado a mover los brazos, a gritar con más facilidad, a ser más fuerte que antes. Y esto lo agradezco con toda mi alma.

Portada de 'Un carmen en Granada'.

Portada de 'Un carmen en Granada'. Tusquets

P. ¿En qué momento se dio cuenta de que debía convertirse en un hispanista?

R. Cuando tenía 18 años no sabía español [Gibson acababa de ingresar en el Trinity College Dublin y para licenciarse en literatura francesa debía cursar castellano o italiano, y eligió el primero]. Por suerte, quizá por algo del destino, me encontré en una librería de ocasión con un ejemplar del Romancero gitano de Lorca. Leí el primer poema, Romance de la luna, luna, y me hechizó. Fue mágico para mí, me recordó al mundo telúrico, el contacto del hombre con la tierra.

»Cuando me fui adentrando en la obra de Lorca supe que había encontrado a mi autor. Yo buscaba alguien, buscaba mi camino y buscaba un poeta que me hablara a mí de una manera muy personal. Y eso lo encontré en Lorca, un poeta tan vinculado a la tierra del sur, porque el sur de Europa siempre fue para mí la Meca. Y quise saber: me enteré de que lo habían asesinado y que no se había aclarado. No sabía nada de Franco ni de Primo de Rivera. Empecé de cero en la universidad como segundo idioma. Y me encuentro con que tengo un talento para la investigación literaria, algo detectivesca.

P. Está claro que recuerda nítidamente ese primer encuentro con Lorca —en el libro detalla que fue concretamente el 11 de marzo de 1957—. Dice que fue un "milagro" descubrirlo. El poeta ha marcado su trayectoria profesional, ¿pero cómo ha influido en la evolución de su vida?

R. No me concibo sin Lorca. Hay gente que dice que Gibson está loco, que es la viuda de Lorca. No me ofendo. Su mundo es para mí tan fantástico, y él como ser humano tan extraordinario... Estamos hablando de un gran poeta, un gran dramaturgo, con un tema que es el amor que no puede ser, el tema de los que sufren, el estar con los perseguidos de la tierra. Hay una ternura en su mensaje que se percibe pese a la terrible barrera de la traducción: la piedad hacia el sufrimiento del otro. Y todo lo escribió en veinte años. He conocido a miles de personas gracias a Lorca. He estado en la misma mesa con Salvador Dalí, con Andrés Segovia, con Vicente Aleixandre... Ellos hablándome a mí sobre su amistad con el poeta. Eso te enriquece como ser humano. No necesito nada más.

No me concibo sin Lorca. Hay gente que dice que Gibson está loco, que es la viuda de Lorca. No me ofendo

P. ¿La obsesión que tiene con Lorca puede interpretarse también como una conexión con su infancia, como una suerte de liberación al descubrir su obra?

R. He ido a consultas con psicoanalistas toda mi vida buscando solución a mi timidez, también por mi miedo al rubor. Todo eso es la vergüenza relacionada con el cuerpo. Mi encuentro con Lorca cuando ocurrió fue una especie de milagro en mi vida. No niego la vinculación. Influyó mucho en mí porque me dio este trabajo de investigación. Y cuando tienes un trabajo que te obsesiona y te llena totalmente, te olvidas un poco de tus propios problemas. 

P. Las memorias las finaliza con una petición: que llegue una España dialogante, reconciliada y en paz. ¿Cree entonces que todavía seguimos instalados en el guerracivilismo?

R. Sí, hay guerracivilismo. El gran problema es la derecha que no acepta la criminalidad del régimen de Franco. Fue una sublevación ilegal de algunos militares contra una democracia legales. El golpe de Estado fracasa y se convierte en una guerra civil con el apoyo de los fascismos internacionales, de Hitler y Mussolini. Fue un régimen criminal que duró 40 años. Aquí no hubo juicios de Núremberg. Esta gente se quedó ahí, y la gente actual que procede de allí son neofranquistas, siguen con los mismos pensamientos y odian a los otros.

»Hay más de 100.000 fusilados por Franco en las fosas comunes, en sitios inmundos. Y luego viene Pablo Casado y dice estar hasta ahí de la "fosa del abuelo", y no se desdice. Y tampoco los otros que han dicho barbaridades como que la gente solo busca al abuelo cuando hay subvenciones. Es inmundo en un católico, no respetar al otro. Si esto no se resuelve, España no puede ser el gran país que es en potencia. Paco de la Torre en Málaga es el ejemplo de un alcalde del PP capaz de asumir la realidad, que habla de la necesidad de desenterrar a los fusilados y darles un entierro decente como hicieron los franquistas con los suyos.

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P. ¿Cómo se podría llegar a esa reconciliación definitiva? Porque hay intentos, como la Ley de Memoria Democrática, que avivan aún más las cosas...

R. No creo que haya dejado las cosas peor. El Estado interviene en las exhumaciones y esto es lo correcto. Un país no puede dejar a su gente en las cunetas. Estamos en Europa, los franceses han rectificado en relación con los campos de concentración y todo lo que pasó en Francia con los nazis, y en Alemania también ha habido un enorme intento de asumir el horror de ser alemán después de Hitler. Yo no sé qué milagro hace falta, pero hay que superarlo.

»Hace falta una derecha moderada, solo eso. Yo no estoy en contra de la derecha. No todo el mundo es facha ni comunista. Se puede estar en el centro, pero hay que tener un programa sobre esto: no se pueden dejar estos cuerpos ahí tirados como perros. Es injusto. Y no fue una cruzada por Dios y por la patria. Fue una guerra cruenta. No sé por qué hay que implicar a Dios en todo esto, de hablar de buenos españoles católicos y el resto comunistas rojos y mala gente. Es ridículo verlo así. Queremos moderación, más Machado y más diálogo.

P. En el libro cuenta que de pequeño tenía un tremendo miedo a la muerte. ¿Lo ha logrado superar?

R. No lo he superado totalmente porque el ser humano tiene niveles del subconsciente, a nivel subliminal, donde siguen los temores. Describo una pesadilla que tuve a los seis años en la que aparece un fantasma a mi lado en un pasillo. Durante la pandemia, décadas después, tuve una parecida. No podemos controlar lo que hay debajo. Mi madre también tenía un miedo atroz a la muerte y nos lo transmitió. Yo sigo teniendo miedo a la muerte, no me voy alegremente hacia el final, no me siento nada tranquilo.

»No temo un castigo eterno, pero fijémonos en lo que ha sido el cristianismo en ese sentido al infundir el miedo a la muerte: si no te arrepientes te condenan a una eternidad espantosa en la oscuridad, en el purgatorio. No solo es difícil vivir, y encima si no te comportas bien vas al infierno. Ahora el papa dice que es una metáfora, nada más. Pues vaya metáfora que ha funcionado durante miles de años. Ya era hora de que alguien dijera algo así, pero el infierno era absolutamente real para mí.