Guerra mundial en la Antigua Roma: del asesinato de Julio César al suicidio de Marco Antonio y Cleopatra
Entre los años 44 y 30 a. C., el fin de la República estuvo marcado por un sinfín de guerras civiles y campañas militares que el historiador Giusto Traina explica en un libro.
6 septiembre, 2024 02:15En el final de la República romana asistimos a mucho más que a un encadenamiento de guerras civiles (Mario contra Sila, César contra Pompeyo, Octaviano contra Marco Antonio…): desde el asesinato de Julio César (44 a. C.) hasta el triunfo definitivo de Octaviano sobre Marco Antonio y Cleopatra (30 a. C.) se desarrolla una compleja serie de conflictos activados en distintos vectores geográficos.
Esta internacionalidad lleva al historiador italiano Giusto Traina, profesor de historia romana en la Universidad de París Sorbona-París IV, a definir este proceso como La guerra mundial de los romanos (que acaba de llegar a las librerías de la mano de la editorial Crítica), que involucra a, entre otros, hispanos, galos, griegos, tracios, armenios y los temibles partos.
El asesinato de César interrumpe sus conquistas orientales, que habrían incrementado insoportablemente su prestigio, y cancela “sus proyectos de poner al día el inventario geográfico del mundo”. También lo matan por su aspiración a la monarquía y porque “proyectaba un imperio cuyo centro ya no era la ciudad de Roma”.
Por otra parte, su guerra con Pompeyo continuó hasta mucho después de sus respectivas muertes. Traina pone en valor la figura de Sexto Pompeyo, hijo menor de Pompeyo Magno, desprestigiado por sus enemigos y considerado a veces un personaje de segunda fila. Sufrió la propaganda en su contra de Octaviano. Pero el autor señala que su talento de estratega era mayor que el del futuro emperador Augusto. Fue nombrado por el Senado prefecto de la flota militar y las costas del Mediterráneo.
César tenía el objetivo de “modificar el equilibrio político y económico del mundo”. Había previsto refundar dos grandes ciudades destruidas por los romanos, Cartago y Corinto. Tras los idus de marzo, sus asesinos se alejan de Italia. Las comunidades del Oriente romano tenían que tomar partido y Bruto y Casio, cesaricidas, buscan el apoyo de las ciudades griegas. Los atenienses les agradecen la eliminación de César, “que los había humillado después de Farsalia”.
Atenas había optado por el bando de Pompeyo. Casio ocupa Siria y busca mantener su fuerza en Oriente mediante el terror. Esclaviza judíos. Bruto pone el foco en la parte occidental de Asia Menor, territorio que ya conocía (César le había perdonado su apoyo a Pompeyo porque pensaba que podía aprovechar su experiencia en Oriente). En Roma se incrementaban las tensiones con la creación del triunvirato y la muerte de varios proscritos, entre ellos Cicerón.
Los triunviros declaran la guerra a los cesaricidas, entre los que incluyen a Sexto, que podía hacer sombra a Octaviano y que se convierte en señor de los mares, con voluntad de salvar a Bruto y Casio. Ocupa la estratégica Sicilia.
Las ciudades de África se pasan al bando de los triunviros, mientras uno de ellos, Lépido, refuerza la cohesión de las provincias occidentales con procesos de municipalización, fundación de nuevas colonias (entre ellas, Cartago Nova, la actual Cartagena) y una política de concesión de la ciudadanía romana.
Él se ocupa de los asuntos administrativos mientras los otros dos triunviros se preparan para la guerra contra Bruto y Casio (42 a. C.), que siguen en Oriente con su política de fuerza y acogen proscritos. La toma de Janto por parte de Bruto acaba en suicidio colectivo.
Marco Antonio y Octaviano atacan los Balcanes. Las dos batallas de Filipos ponen de manifiesto el talento táctico de Antonio, al que el futuro emperador intentará desacreditar. Bruto y Casio se dan muerte. Los triunviros han vengado a César. También muere la República romana.
La rivalidad entre Octaviano y Antonio, más aceptado por el pueblo, aumenta. Pero la situación exige “un esfuerzo de realpolitik, porque se trataba de restablecer el orden romano en todo el tablero mediterráneo”. Y es preciso unir fuerzas en detrimento de Lépido, que sale perdiendo en el reparto de provincias.
Plutarco, en un ejercicio de “historia contrafáctica”, se lamenta de que César y Pompeyo no hubiesen unido sus fuerzas contra los bárbaros. La situación se repite con Antonio y Octaviano. Después de Filipos hay que ordenar los Balcanes y el Oriente heredado de los cesaricidas: Asia Menor y Siria.
Antonio inicia entonces su periodo oriental con la intención de recomponer un ejército sólido, y busca el apoyo de las ciudades griegas. En Asia Menor recompone las relaciones con las comunidades oprimidas por Bruto y Casio. Pero sabe que esta estabilidad geopolítica será precaria hasta que no se resuelva el problema de los partos, que amenazan el prestigio de Roma en Oriente. Para ello establece una alianza con la reina de Egipto, Cleopatra VII.
También reorganiza la región sirio-palestina. Con su cosecha de apoyos orientales y sus demostraciones de fuerza lanza una advertencia a los partos y otra a Octaviano: el triunviro de Oriente estaba dispuesto a llevar a cabo el proyecto de César.
Y negocia con Sexto Pompeyo para neutralizar a Octaviano, si bien la situación aconseja prudencia y repliegue, y el que sale perdiendo es Lépido. Antonio necesita soldados y medios económicos para proseguir su campaña oriental, que es su interés principal, por lo que renuncia al control de la región gala. Se reconcilia con Octaviano con banquetes (y proceden a un nuevo reparto de provincias), mientras los partos quieren aprovechar la situación de inestabilidad de los triunviros y ocupan Siria.
Antonio busca el apoyo de Herodes, rey de Judea, que no pudo parar el avance parto. No obstante, el contraataque romano permitió la recuperación de estos territorios (el enemigo recula hacia la Alta Mesopotamia), con importante papel de Ventidio, antiguo lugarteniente de César, que fue recibido en Roma con honores.
En el extremo occidental, Hispania, otro veterano, Domicio Calvino, se ocupaba de las operaciones. En las Galias, Agripa lidera una campaña más allá del Rin. Y Lépido prosigue en África su política de romanización.
Antonio consolida la posición de Roma en Asia Menor y regresa a Italia para encontrarse con Octaviano: intercambian favores militares (una consecuencia fue la derrota de Sexto Pompeyo y el fin de su poder en Sicilia) e incluso sellan un pacto matrimonial entre las dos familias.
Octaviano ajusta cuentas con el molesto Lépido y a su regreso a Roma recibe “honores inauditos”. La situación parecía propicia para “el cese de las luchas fratricidas” y Octaviano declara que espera a Antonio para poner fin al estado de emergencia que había engendrado el triunvirato.
Antonio se lanza a su campaña en Oriente aplicando una fórmula basada en la combinación de diplomacia y agresividad. Castigó ciudades, reorganizó provincias, recompensó a los griegos, otorgó beneficios como la ciudadanía romana, reconoció a los gemelos nacidos de su relación con Cleopatra y se casó con ella. La expedición fue un fracaso, a pesar de lo cual fue proclamado imperator por tercera vez por sus soldados, durante la retirada.
En un estado de polarización entre Oriente y Occidente (dos frentes abiertos para el expansionismo romano), Octaviano logra nuevos éxitos militares (Iliria) y, según algunas fuentes, proyecta una campaña en Britania para conquistar un territorio que a su padre adoptivo se le había resistido.
Antonio, con su prestigio disminuido, está en Alejandría: sus enemigos romanos lo ven como un borracho entregado a costumbres disolutas, pero en la capital egipcia, donde exhibe “el estilo de los soberanos helenísticos”, se rodea de intelectuales griegos y es objeto de comparaciones con Dioniso e incluso con Alejandro.
Su nuevo objetivo es la ocupación de Armenia para consolidar su posición en el Oriente. Apresa al rey Artavasdes, al que manda a Alejandría junto a su familia. Parece ser que después de este triunfo Antonio adoptó unos modos más escandalosos. A comienzos del año 32 a. C., el triunvirato llega a su término y la alianza romano-egipcia toma un rumbo que no agrada a Octaviano. Las acusaciones entre ambos se intensifican. Había llegado “la hora del ajuste de cuentas”.
Se declaran la guerra, que viene a ser una guerra entre Occidente y Oriente y una reanudación de la guerra civil. La revelación del testamento de Antonio resultó fatal para él y permitió a Octaviano presentarlo como un traidor. La batalla de Accio se convierte en el punto de inflexión entre la República y el Principado. Con el triunfo de Octaviano, Roma se apodera de Egipto, si bien le otorga un estatuto particular como provincia.
Poco tiempo después, en Alejandría, Antonio y Cleopatra se suicidan. El futuro Augusto siguió denigrando a su enemigo, cuya identidad romana “fue sacrificada por razón de Estado”. Y de la “guerra mundial” salió un Mediterráneo convertido en un lago romano.