Letras

La noche de las 200 estrellas

Nicolás Casariego

10 enero, 1999 01:00

Lengua de Trapo. Madrid, 1998.219 páginas, 2100 pesetas

Son relatos, intensos, ingeniosos, cuajados de hondura y belleza, repletos de buen gusto, que denuncian en su autor agudos síntomas literarios

C uando todavía no hace un año de la publicación de su primera novela, de aquel "Dime cinco cosas que quieres que te haga", embaucador, fresco, ágil, eso sí más logrado en la fluidez y expresividad de su discurso que en la factura de la historia, reaparece Nicolás Casariego (Madrid 1970) detrás de un delicioso manojo de relatos, intensos, ingeniosos, cuajados sobre razones llenas de hondura y belleza, repletos de buen gusto hacia el arte de contar historias que denuncian en su autor agudos síntomas literarios.
Lo componen un total de once historias,once maneras de instalarse en realidades crudas y desprotegidas, de propinarle rigor a la fantasía, de remitir a la extrañeza y de ensayar excelentes piruetas con el envés de algunos sueños. Un conjunto logrado y trabado a pesar de la independencia de cada historia, de la dicción dominante en cada caso, de la plural muestra de enfoques e interlocutores. Todos, eso sí, asidos al mismo intento de un único pulso, fabulador, que sabe aunar sin estridencias eso de contar sin sacrificar el ejercicio de pensar (que diría otro cuentista, J. Bonilla, citando a Fogwill), dispuesto a fantasear para purgar el fantasma dominante en este muestrario de desconsuelos. O mejor, a consolar la soledad en la que no quiere vivir ninguno de los personajes convocados a "La noche de las doscientas estrellas".
Así, todos representan variaciones sobre ese único tema, ejemplos de solitarios con desidia, grises, irrelevantes, sin propósito de erigir sobre ellos conclusiones cerradas. Por eso, y no es casual, ese título que abraza el volúmen y lo cierra -con punto y aparte, no final- con el soliloquio de un hombre envuelto en una farsa imposible y necesaria para seguir viviendo. Cuenta en ella que cuando conoció a su madre él tenía treinta años y ella veinticinco -cosas más raras, arguye, ha visto donde vive-, que duró una noche, la única con doscientas estrellas, y que desde entonces le debe el sueño de no estar solo. Un relato antológico, lleno de tensión humana, de ternura y expresividad, elocuente desde su misma sencillez, tal como ocurre con el que abre la serie inaugurando desde el título -"Tres cuentos"- el deseo de combatir a ese fantasma con la palabra y la fantasía. Tres narraciones extraordinarias donde no caben príncipes, brujas ni otros seres imposibles, sólo el único decorado que sustantiva la pobreza de esa realidad -una calle, una casa, el frío y un banco pensado para sentarse y mirar- sin otra forma del tiempo que hoy y sin más atavíos que la presencia de un hombre dragón y una mujer dragón que han perdido el aliento de fuego hace ya muchos años. Y lo encuentran, en la historia que cada uno se regala, en los dos cuentos esenciales al gran cuento que les une.
Extraordinario y fantástico, en este sentido revelador de afinidades con la más rica tradición de los relatos en los que lo onírico despunta sobre lo tangible -que puede apuntar a Cortázar, a Borges, a Poe y a tantos otros- es lo que sucede en "La libélula y el sauce llorón", una hermosa metáfora desplegada con la excusa de la pesadilla que cada dos años acosa a un hombre, ya viejo, obligándole a disfrazarse, a enterrar bajo una estudiada locura su vida gris de contable. Un relato magnífico sobre el miedo a perder el asidero que nos engancha al circuito de la existencia. Y sobre el deseo y el amor animando a probar el riesgo y saborear sus peligros. De igual intensidad significativa es la peripecia del héroe anónimo de "La rueda", que se niega a heroicidades que le saquen de su cubil de seguridad. De distinto signo, rozando más lo real y vagabundeando por las habituales acciones de un suceso concreto, aunque señalados por la misma razón de ser de algo que se presume fatal en "Las gafas de broma"; imprevisible en el plan de los dos amantes que buscan burlar cualquier posible separación y deciden su final "Juntos".
Así es el talante que anima este libro, ejemplar en relatos como el del tipo que, de bar en bar, apura sus copas al ritmo de historias interminables, bajo la mirada de un camarero que le atiende mientras resuelve un crucigrama y en la casilla reservada para "Una palabra de nueve letras" escribe; "solitario".