Letras

A ras de suelo

Ángel Ferrant

23 mayo, 1999 02:00

Museo Nacional Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 24 de agosto

"El ideal del escultor sería trabajar con humo", acababa diciendo Ferrant a José de Castro Arines en un entrevista memorable publicada en "La Vanguardia" en abril de 1957. La imagen representa certeramente el espíritu que protagoniza buena parte de la obra ferrantiana, nombra su aire desenfadado, voluble, grácil y ascensional. Pero esa escultura de humo simboliza también, en un sentido muy distinto, el riesgo cierto que corrieron su vida y su obra de disiparse en la humareda total que supuso el franquismo para quien como ángel Ferrant (1890-1961), por republicano y por artista de vanguardia, ganarse la vida y exponer sus obras se convirtió en una empresa erizada de dificultades. Pocas cosas producen más tristeza que pensar qué habría sido de la generación de creadores e intelectuales a la que perteneció Ferrant si no se hubiera producido la guerra civil y sus largas secuelas. No insistiré, pues, en ello. Lo que sí conviene subrayar es que ésta es la causa por la que la obra de Ferrant, la que a pesar de todo fue su obra, no haya sido hasta ahora ni valorada ni siquiera conocida como se merece. Porque no es exagerado afirmar que su nombre, ignorado por muchos, merece estar entre la media docena de grandes artistas españoles de este siglo. Porque su delgada figura vertebra la evolución del arte español desde los años 20, en que promovía reformas de la enseñanza artística mientras experimentaba con el arte nuevo, hasta los 50, en que impulsó la implantación de las segundas vanguardias.
La recuperación de Ferrant para la cultura española arranca de una interesante exposición organizada en 1983 por Ana Vázquez de Parga, en el Palacio de Velázquez de Madrid. Sin embargo, el trabajo más sistemático se ha venido desarrollando desde que en 1996 la Asociación Colección de Arte Contemporáneo, que adquirió el legado de obras y documentos de Ferrant, pusiera en marcha un proyecto de investigación de ese material inédito. Resultado de ello fue la publicación en 1997 de una edición de sus escritos con el título Todo se parece a algo, de la que se ocuparon Javier Arnaldo y Olga Fernández, y ahora, la celebración de esta exposición, comisariada por el primero y por Carmen Bernárdez. En ella se recoge, ordena y representa de forma difícilmente mejorable la obra y la figura del artista.
La exposición está constituida por 119 esculturas, 148 dibujos y abundante material gráfico, que va desde diseños de portadas a proyectos no realizados (véase la fabulosa ornamentación de una hipotética catedral de Madrid, proyectada por Vivanco). Mientras que el grueso de los dibujos nunca había sido expuesto, sí que eran conocidas la mayor parte de las esculturas, aunque se muestren algunas largo tiempo desaparecidas, y lo mismo cabe decir de muebles y juegos infantiles. Hijo de artista, Ferrant tuvo en Madrid una sólida y precoz formación artística, que le llevó a ejercitarse en un lenguaje académico del que hay algunos ejemplos en la primera sala de la exposición. Sin embargo, la obtención de un puesto de profesor de Modelado y Vaciado en la Escuela de Artes y Oficios, primero en La Coruña (1918) y luego en Barcelona (1920) se convertiría en el punto de partida para una investigación personal que le pondría en contacto con el "noucentisme" y más tarde con las vanguardias. Barcelona es también el escenario de los primeros esfuerzos de Ferrant por renovar las enseñanzas artísticas, una ilusión que ya le acompañará hasta el fin de su vida y que entonces atrajo sobre él la atención de cuantos planeaban o soñaban modernizar España. Los comisarios han querido llamar la atención sobre un momento de la trayectoria de Ferrant al que hasta ahora no se había concedido suficiente importancia. Me refiero a las diversas piezas y series que Ferrant denominó "La Comedia Humana", obras de temática popular, imágenes de lo cotidiano siempre teñidas de un humor que se burla de quienes las toman por demasiado vulgares. Entre ellas están esos "ninots" que son actualización de la escultura arcaica -popular por cuanto era un arte que se ignoraba a sí mismo- que a Ferrant tanto le interesó.
Un acontecimiento de innegable importancia en la carrera del escultor, por su repercusión y por la madurez que mostraba su obra, fue la exposición celebrada en 1957 en la Galería Syra de Barcelona, que se ha reconstruido hasta donde ha sido posible recuperar las piezas que allí se exhibieron. A partir de entonces, Ferrant desarrolló toda una serie de proyectos cuya clave era la posibilidad de experimentar con los elementos que los componían. Me refiero tanto a los cuadros hechos con tableros cambiantes como a los móviles, a los maniquíes articulados y, sobre todo, a lo que él denominó "escultura infinita". En todas estas obras hay una deliberada negación de lo estático y lo definido como categorías de lo artístico, y por el contrario, una demostración práctica de las posibilidades que ofrece el juego y el azar. Ya me he referido a la dimensión de Ferrant como pedagogo. Para dejar constancia de su espíritu, la exposición alberga no sólo una reproducción del taller del artista, sino que ha establecido un programa de actividades paralelas que se realizan siguiendo las pautas didácticas ferrantianas a partir de reproducciones de los modelos del escultor, elaborados por los alumnos y profesores de la Escuela de Artes y Oficios número 1 de Madrid.
Contemplando toda una serie de creaciones que él nunca consideró "obras de arte", desde el célebre "arsintes" -un conjunto de piezas que una infinita combinatoria convierte en diferentes personajes-, a los restos del juego infantil que diseñara para el poblado de Caño Roto, pasando por los muebles que fabricó para la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, pienso si no son sino espátulas y cinceles para modelar esa "plástica social" que años después otro escultor-reformador como fue Beuys hizo que entraran por derecho propio en los museos.