Letras

El país del alma

Nuria Amat

4 julio, 1999 02:00

Seix Barral. Barcelona, 1999. 379 páginas, 2.500 pesetas

Es una belleza inusual la que contagia este libro, tan audaz en su estructura narrativa, en la consecución de ese ritmo difícil de lograr...

C ientos de libros, de novelas, de relatos..., hablaron del episodio que partió el siglo en dos mitades, en un antes y un largo después, haciendo añicos el ánimo de sus gentes. Muchos de ellos dejaron que la realidad de esos años difíciles se colara, desnuda, en sus páginas para contarla y denunciarla; otros tomaron el escenario real e instalaron en sus restos historias disfrazadas de ficción, y otros tantos le pusieron voz a cada uno de los lados del conflicto. Se ha escrito mucho, ¿quizá no se ha dicho todo?, pero son escasos los textos que solicitan el refuerzo del lenguaje poético, que narran desde la trinchera de las emociones íntimas, que hablan desde el lado de la literatura. Para llegar a él se necesita tiempo, distancia, perspectiva, ganar profundidad de campo, tomarle la palabra al mundo social y cedérsela a la vivencia individual. No para hacer frente a la sinrazón de los años de la guerra, ni para arrojar más verdades sobre la inmediata posguerra española. Sino para acertar con novelas donde relato y lenguaje se encabalgan sin que se ahogue ninguno de estos dos principios de creación.
Novelas que haciendo memoria sobre ese tiempo en que todo -el hambre, el trabajo, el rencor, la muerte...- era más importante que la vida, se convierten en historias memorables, perdurables. Novelas difícilmente clasificables, como la que nos brindó R. Chirbes en La buena letra, donde la voz de una madre componía para su hijo, sobre un fondo que resume años de guerra y posguerra, la textura de un discurso lleno de confesiones secretas. Como ésta, El país del alma, de Nuria Amat, que siguiendo la dirección del recuerdo -porque la literatura no olvida, dice, y una novela es un susurro de inmortalidad- lo llena de palabras que fortalecen el esencial sentido de la palabra, su poder para convocar silencios, para llenarlos y empujar a la escucha, para hablar a media voz y rodear de intimidad, de motivos literarios, asuntos personales, sociales e históricos.
Tal es la relación de esta escritora con sus libros, su estilo, bebido de poesía, de pensamiento, de significados que resumen su incorregible manía de la literatura. Lo dejó dicho en sus ensayos El libro mudo y Letra herida, pero fue sobre todo con la novela que precede a ésta, La intimidad, con la que deslumbró a muchos por la fuerza y la grandeza que le arrancó al argumento desencadenado al son de esa palabra. Y fue de una belleza tan inusual como la que contagia este nuevo libro, tan audaz en su estructura narrativa, en la consecución de ese ritmo difícil de lograr cuando no lo impulsan acciones novelescas, sino movimientos de interior, voces entrecortadas, entrecruzadas, que fluyen del relato, y toman y dejan la palabra hasta tejer los sentidos de un discurso plagado de matices envolventes. Sólo hay que escucharlo con emoción y detenimiento.
Porque cuanto sucede en "el país del alma" es asunto complejo. Para empezar, su escenario real se corresponde con los años de la inmediata posguerra, y sus personajes son algunos de los miembros de dos familias burguesas, "austeras, católicas, sencillas y catalanas". Eran años de sombras, de mutismo, de sueños vanos. Había que disipar las tristezas del desastre, esperar algo de esta otra guerra, quieta y callada, que oscurecía el paisaje y los movimientos cotidianos. Era "un espacio en blanco", pensaba Nena Rocamora, y llenarlo de presente, de claros que desplazaran temores difusos, era la forma de sobrevivir a la desazón del pasado. De interrumpirlo. De darle una oportunidad al futuro. Así el miedo dolía menos. Ella es la voz cuya presencia reafirma el tono expresivo de quien narra la historia. La que lo impregna todo de anotaciones mentales, de frases y palabras que desvisten de crudeza el dolor de muchas historias tristes, de los años oscuros en ese "país pequeño" en el que todos viven hacia dentro sin poder evitar hacerse eco de los sucesos del "país grande".
Pero en otro "país", el de Nena, el de las letras y las palabras, el de la mirada capaz de anotar cosas sin importancia -pensaba ella-, ajenas a las palabras sueltas que desordenaban al "país" de fuera, cosas del "régimen que sometía culturas y despreciaba identidades", de los gobiernos y sus fronteras, de prohibiciones lingöísticas, de libros tachados..., todo sucede con la intensidad del tiempo interior.
A través de él se ensancha la historia de una pasión narrada por su autora con los medios de una verdadera artífice del lenguaje. No en vano sitúa a sus protagonistas en ese territorio sin límites en el que pueden dar rienda suelta a esa enfermedad sin diagnóstico claro que es la literatura. Para celebrarla y celebrar a sus heroínas. Para que se imponga, sobre ese tiempo sólo nombrable con palabras ajustadas a derrotas íntimas y sociales, este otro tiempo de amor, entre Nena y Baltus Arnau. Y con él un inmenso caudal de vocabulario íntimo, de confidencias a media voz. Una historia de amor bellísima, como pocas. Toda una audacia de la escritora: nada menos que veinte años de Historia sobre los que triunfa no la vida, pero sí la Literatura.