Letras

Eugenio D`Ors, en un minué

Los alucinados

28 noviembre, 1999 01:00

No se puede escribir en los periódicos con un poco de dignidad sin incurrir en la greguería o en la glosa, o en ambas cosas a la vez, como el propio d' Ors

"No sabemos bien todo lo que cabe en un minué", solía repetir el maestro, Y en esta frase, con un cierto resabor del XVIII, cabía todo él. Quiere decir d'Ors que hay que dejar que se abra y aflore y desflore lo pequeño. De un minué puede nacer un siglo. Viene a ser lo mismo de su otra frase famosa: "Elevar la anécdota a categoría". Lo que, siglos más tarde, el minutísimo Nabokov, primer discípulo de Proust, llamaría "los pequeños detalles, mis amados detalles". Pero ahora los libros no se hacen con detalles, con minués, con anécdotas, sino con culos, con marcas, con asuntos de sotabanco y con episodios.

Los abruptos españoles que habían filosofado a golpes con Unamuno, no saben filosofar a sonrisas con Eugenio d'Ors. (Ortega se lo escribe a Unamuno: "Su libro del Quijote está hecho a empujones.") Pero el maestro catalán no pierde la sonrisa, nunca ensayó la teatralería macabróntica del dolor frente a los injustos catalanes, frente a los horteras madrileños, Se sabía dueño y señor de la ironía, más que nadie, y algunas noches cruzaba la calle, su calle de Sacramento, para bailar un minué, vestido de Goethe, en la fiesta de la marquesa de O'Relly, donde yo mismo dejaba un día mi minué de palabras.

Y en esa calle apartadiza, en las mañanas silenciosas, distanciadas sólo por el lamento largo de un tren, escribía él su glosa diaria. Durante este siglo XX sólo se han inventado en España dos géneros literarios, y los dos en el periódico: la glosa y la greguería. No se puede escribir en los periódicos con un poco de dignidad sin incurrir en la greguería o en la glosa, o en ambas cosas a la vez, como el propio d'Ors:

-Bécquer es un acordeón tocado por un ángel.

Se sabía dueño de tantas cosas que hizo un lujo de su indigencia. Pero tampoco le ganaron quienes venían del otro lado, con exceso pomporé, mordoré y punzó, como aquel pintor provinciano que le mostró unos ángeles primorosos:

-Los ángeles eran más viriles, joven.

Bello y barroco de lámina, se enseñorea de Europa como el primer europeísta de eso que ahora es toda una movida continental, sólo que d'Ors contaba por ideas y no por euros, como estos tenderos de Bruselas, Su filosofía es rigorosa, construida, atractiva, y hasta Ferrater Mora concluye que se trata de un auténtico filósofo, aunque a su manera. Pero a tanto andamiaje de la Razón le pone don Eugenio por dentro dos argumentos irónicos y como falleros: la angeología y la resurrección de la carne. El catolicismo, para él, se consuma en el Misterio de Elche. Con todas estas bombas antipersonas están garantizando el estampido, la falla y el rechazo de un sistema filosófico moderno. Quiere decirse que no trae una fe, sino que juega a una liturgia. Y, resuelto eso, queda libre para sus salones, pintores, "academias breves", "novísimos", etc. (palabras galvanizadas por él y que le robó Carlos Barra¡, de modo que aún están muy vigentes).

Como no llega a tiempo para descubrir a Picasso, tiene que conformarse con descubrir a Pedro Pruna. Y este signo "menos" sería el signo de su vida. Como no puede o no quiere escribir en la "Revista de Occidente", tiene que escribir en el "Blanco y Negro". Pero no pierde la caligrafía, el tiempo ni la sonrisa, Le gratifica y certifica que no le entiendan los mataburras del periodismo, pero es el primer crítico de arte de Europa, después de Baudelaire.

Quiso la paz de Goethe en su pequeño Weimar del Madrid de los Austr¡as, y de Goethe heredaría la duda entre injusticia y desorden, entre clasicismo y barroquismo, Se opina de clásico repetidamente, pero su mejor libro es Lo Barroco, escrito en francés y pasado luego al español. Se supone que todos los días pasa tres horas en el Museo del Prado, por lo presentes que tiene a todos los maestros y discípulos de la pintura.

-Sólo entiendo las ideas que se puedan dibujar.

Es decir, un pensamiento figurativo, una ideación plástica, cosa muy mediterránea que le localiza y fija contra su europeismo evanescente. Porque nunca quiso ser dogmático, salvo en los dogmas:

-Solamente soy un especialista en ideas generales.

Escribió la glosa diaria toda su vida, en castellano, en catalán o francés:
-Mi gran frase, a la hora de la muerte, será: ay, que me desgloso.

Barroca melena blanca, hombre muy encorpachado, dice, ante un amor que huye:

-Ahora que empezaba yo a ser demorado en el trance...

La glosa consta de una noticia, un pensamiento agudo, certero, y una ironía, una broma, a veces un chiste. Todo esto en un folio, a veces dos o tres, pero vemos que queda mejor en esa lápida de estraza que eran los periódicos de entonces, en esa esquela que se pone a sí mismo todos los días, Guardo un recibo firmado por él donde se le pagan cincuenta pesetas por un artículo. Todo el periodismo literario viene de él, que abrió el camino a los grandes prosistas de la Falange: Sánchez Mazas, Mourlane, Michelena, Eugenio Montes, Foxá, etc, Estuvo en Salamanca a ver a Franco, cuando la cosa, para lo que se hizo un uniforme heterodoxo y como churrigueresco, pero en heroico. Se lo explicaba así al estupor de los militares y los falangistas:

-Me gustan los uniformes siempre que sean multiformes.

Es decir, otra vez el conflicto entre lo clásico y lo barroco. Postreramente, vivía en una ermita marinera con ascensor, al costado insistente de su mar catalán. Sólo Aranguren, Valverde y yo mismo hablamos y escribimos de don Eugenio en los últimos tiempos. En Francia hubiera sido mucho más que Barrés o Claudel. Aquí sólo fue un genio de media tarde. El madrileño de Atapuerca no le entendía. Más que un hombre fue una vasta, numerosa e irónica oceanografía.