Image: Hacia el final del tiempo

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Letras

Hacia el final del tiempo

John Updike

2 enero, 2000 01:00

John Updike, por Gusi Bejer

Traducción de Jordi Fibla. Tusquets. Barcelona, 1999. 360 páginas, 2.500 pesetas

John Updike es el autor cuyas novelas ocupan más espacio en mi biblioteca. Cuento diecisiete novelas (dieciocho con esta) y tres volúmenes de relatos (soy consciente de que me falta alguno). ¿Es compatible la cantidad y calidad literaria? Mucho me temo que no, al menos cuando tratamos un corpus tan voluminoso. Desde luego que Hacia el final del tiempo no es su mejor obra, ni figurará entre las más destacadas, aunque claro, tal apreciación bien puede estar mediatizada por la excelencia de su anterior novela, publicada el año pasado, La belleza de los lirios.

La acción se sitúa en el año 2020, después de una supuesta III Guerra Mundial entre los Estados Unidos y China. Las dos naciones salieron mal paradas, pero en especial Norteamérica. Y ¿cómo es el mundo en el 2020 en los Estados Unidos? Pues el dólar ya no existe y se funciona con una especie de pagarés; la capital ya no es Washington sino Memphis, donde Federal Express tiene su sede central, pues a fin de cuentas es FedEx quien rige la nación; ya no se pagan impuestos sino una tasa de protección; México, neutral durante la guerra, es ahora la potencia económica y son los norteamericanos quienes intentan pasar ilegalmente a su nación vecina; Texas es una nación independiente... y eso es casi todo, por lo demás la vida transcurre de forma más o menos como ahora, consumismo desmesurado en grandes centros comerciales, jóvenes rebeldes, matrimonios desechos... Y es en este mundo donde se mueve nuestro protagonista, Ben Turnbull, un asesor financiero retirado, que a sus 66 años (los mismos de Updike al escribir la novela) vive una plácida existencia en Massachussets jugando al golf, visitando a sus hijos y nietos, casado en segundas nupcias con la joven Gloria, y visitando regularmente a su amante Deirdre.

Se trataría de un típico personaje updikeano si no fuera por "su lado oscuro", porque Ben es un verdadero obseso sexual aunque la acepción más acertada, pese a lo chabacano, sería la de "sucio viejo verde" con inclinaciones escatológicas y pederásticas. Eso sin mencionar toda una serie de "faltas menores" en su comportamiento social.

Todo esto lo conocemos por boca del propio Ben, quien escribe una especie de diario durante todo un año. Aunque más que ante un diario en realidad nos encontramos ante una suerte de memorándum donde junto a la acción principal se mezclan voces del pasado: un egipcio ladrón de tumbas, San Marcos, un monje irlandés, un nazi en un campo de concentración polaco, que -he creído entender- se trataban de anteriores reencarnaciones.

Como tampoco queda totalmente claro el episodio donde supuestamente mata a su esposa cuando ésta le pide que dispare a un ciervo que está estropeando el jardín (¿No les suena a John Steinbeck y su relato La codorniz blanca?) para después reaparecer como si nada hubiera ocurrido.

No se trata pues de una novela de ciencia ficción sino de una fantasía futurista, sin que, al menos quien suscribe, termine de entender la necesidad de situar la acción a veinte años vista después de una guerra. Porque esta digresión temporal para nada interviene, a no ser de forma exclusivamente anecdótica, en el asunto fundamental de la novela, que no es otro sino el balance de un sexagenario operado de cáncer de próstata viendo próximo el final de sus días.

El mencionado "lado oscuro" que se ha mencionado pudiera inducirnos a pensar que nos encontramos ante otro de los anti-héroes que tan magistralmente nos ha venido presentado Updike en anteriores novelas. Sin embargo la narración en primera persona ha tenido un efecto opuesto al pretendido, pues Ben llega a convertirse en una caricatura de él mismo (como cuando pretendidamente contrata a una pandilla de jovenzuelos para que maten al gato de su vecino).

El resto de los temas son los mismos que conocemos desde la saga de "los Conejos": el desencanto amoroso, "Cuando estás con una mujer enamorada de ti, durante cierto tiempo no puedes hacer nada mal. Entonces llega un punto en que no haces nada bien. Yo había llegado a ese punto con Gloria hacía algún tiempo..."; las obsesiones familiares -"Los Dunham eran una pareja perfecta, a menos que no tener hijos se considere un defecto"; la continua presencia de Dios, aunque en esta menos acusada que en las anteriores -"Luego tenemos lo pútrido, lo pestilente y lo mefítico, vaharadas del corazón putrefacto de la naturaleza, donde Satán, con su apestoso aliento, se contorsiona metido hasta la cintura en el hielo implacable de Dios. Desviamos la cara, avergonzados de la Creación"; las disquisiciones metafísicas de la naturaleza -"Otra propuesta es que, a través de un efecto imprevisto pero perfectamente bien entendido de mecánica cuántica y su principio de incertidumbre, las partículas ‘virtuales’, ‘creadas’ con sus antipartículas durante unos períodos de tiempo increíblemente pequeños...."

De todas formas se debe reconocer el magisterio de John Updike, pues pese a tratarse de una novela menor su agilidad narrativa, su sentido del humor y el manejo (manipulación en algunos casos) de los recursos literarios son los de un maestro consumado.