El Sefarad de Muñoz Molina
En Sefarad, al indicativo nombre de la España judía se lo acompaña de un subtítulo, “Una novela de novelas”, esclarecedor de la arquitectura del libro y de su visión de la vida. Tomando pie en una afirmación de Galdós, Antonio Muñoz Molina subraya que cada existencia es en sí misma una novela posible y sostiene que narrarla es sustancia suficientemente novelesca. Así que Sefarad se contenta nada más ni nada menos que con hilvanar unas vidas, en buena parte ciertas, según se aclara en un breve colofón. Esta arriesgada concepción del realismo sustenta la forma de la obra, sucesión más o menos enhebrada de 16 relatos casi independientes centrados en personajes que existieron, algunos famosos, otros anónimos.
No son, sin embargo, vidas cualesquiera las que centran los respectivos capítulos, por llamar de alguna manera a las secuencias del relato. Todas ellas comparten un motivo nuclear, la vivencia real o el sentimiento lacerante del exilio. Lo anuncia dicho título al remitir a la patria de los judíos hispanos en la diáspora, cuya memoria ha pervivido en el recuerdo colectivo y en la lengua generación tras generación. Y lo corrobora el capítulo final. Es el exilio el hilo conductor de Sefarad, pero está tejido con la fibra de las variadas calamidades y oprobios (persecuciones, asesinatos...) encadenados en el horrible siglo pasado. Procede el autor un tanto a la manera de la antigua literatura ejemplar: no teoriza, muestra. A veces recapitula el caso de un ser humilde. Otras veces surgen nombres conocidos: Primo Levi, Kafka y su amada Milena...
Novela a contracorriente de tanta superficialidad como abunda en nuestras letras. Quien busque en la literatura nada más evasión hará bien en no acercarse a este libro espléndido y emocionante. Ejemplar
Todos ellos han sido víctimas de la violencia. Incluso del fanatismo y la arbitrariedad de las gentes con quienes compartieron ideales. Así, se cuentan casos debidos tanto a la barbarie nazi como a la estalinista. De resultas de un minucioso y abundante repaso por las mil caras del dolor y el miedo, sale un alegato encendido a favor de las víctimas de cualquier causa totalitaria. Y todo ello bajo un designio expreso y repetido: proclamar la necesidad de la memoria histórica, de mantenerla perennemente encendida, a la vez como homenaje a esas víctimas y como lección que evite las tentaciones de repetir tanta atrocidad.
El peso de la memoria y el valor de la historia como magister vitae están en casi toda la literatura de Muñoz Molina y aquí sirven de cimiento a una pieza de vigorosa enjundia moral, comprometida, muestra bastante solitaria, aunque no única, de un pensamiento progresista basado en un humanismo sin concesiones a lo que roce la dignidad de nuestra especie. Pero todos estos méritos afectan al sentido ético, a la dimensión cívica modélicos del autor, de los que tantas muestras ha dado en otras ocasiones y que vertebran, también, sus artículos en la prensa. Por eso, dejar constancia de ellos es nada más una parte del comentario requerido por Sefarad, pues nos las habemos con una novela y no con un ensayo, todo lo bienintencionado y plausible que se quiera.
También el juicio literario merece la más positiva de las valoraciones. Muñoz Molina afronta un reto de los que se plantean sólo los grandes autores, quienes hacen de la escritura una experiencia moral y artística solidaria y son capaces de jugársela buscando una forma innovadora y comunicativa al servicio del vigor de la ideas. Ese reto consiste en convertir un manifiesto en un discurso narrativo. Que lo llamemos novela o de otra forma da igual. Lo importante es cómo fluye por Sefarad una voz poderosa capaz de amalgamar la vida del autor y otras vidas en pos de una denuncia y de un canto; aquélla de la injusticia, éste de la libertad.
Todo se debe a una intensa imaginación moral, capaz de recrear el sufrimiento ajeno con autenticidad y emoción. Es curioso que libro tan poco inventivo posea tanta fuerza imaginativa para penetrar con inusitada plasticidad en el fondo del desvalimiento. Sobre esa cualidad, primaria y fundamental, diseña Muñoz Molina una novela cabría decir que revolucionaria en la forma, innovadora al borde de un vanguardismo nada esteticista ni formalista.
Los recursos técnicos más aparentes no resultan de gran osadía, pero sí muy creativos. Apenas consisten en un juego sutil y eficacísimo en las personas narrativas; se producen en éstas desdoblamientos que ejecutan brillantemente el paso del yo del autor al tú de las conciencias o al él de la exposición. Y eso ocurre con tal naturalidad que no se percibe el artificio. La narración, por su parte, enlaza de vez en cuando, pero con persistencia, datos significativos de los personajes, de modo que las historias suelta se trenzan en ese continuo solidario y torrencial de la desventura humana.
Novela dura y combativa en su fondo; novela también de lectura un tanto exigente. Novela a contracorriente de tanta superficialidad y oportunismo como abundan en nuestras letras actuales. Quien busque en la literatura nada más evasión hará bien en no acercarse a este libro espléndido y emocionante; y valiente lo mismo en el terreno del contenido que en el de la forma. Ejemplar.