Diccionario de la lengua española
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
31 octubre, 2001 01:00Lo primero que destaca en esta vigésima segunda edición -además del elevadísimo precio con que sale al mercado en la versión de un solo volumen- es el esfuerzo de la institución por actualizar la nomenclatura. Anticipándose a las habituales críticas acerca de la resistencia de los académicos a incorporar los vocablos del habla viva más reciente, los redactores se han lanzado a tumba abierta esta vez a legitimar palabras de registros coloquiales, jergales y juveniles, como guay, mogollón, tropecientos, pasota, pasma, bofia, basca "pandilla de amigos", o verbos como abrirse "irse", molar y flipar, entre otras formas de análoga estirpe. Arriesgada decisión, porque es difícil pronosticar la vigencia futura de algunas de estas voces. Y no se entiende bien por qué, con tales supuestos, no se han incluido, por ejemplo, papear "comer", sobar "dormir", yonqui, buga "coche", chorreo "bronca", zulo, buitrear "apoderarse de algo", bote (con el sentido que tiene en la lotería), expresiones como salir del armario o diversas acepciones coloquiales de pirula o del sustantivo sobre, por citar únicamente algunos vocablos posibles.
Los partidarios de que el Diccionario académico acoja hasta la más trivial moda reciente -entre los que no me cuento- seguirán teniendo, pues, motivos de queja. Se diría que los académicos han querido incrustar en el Diccionario de siempre otro del español actual -ni siquiera se han ahorrado el prurito de incluir encefalografía espongiforme- sin que en ese alud de palabras recientes haya existido una criba adecuada. Por eso adquieren carta de naturaleza, en algún caso con cierta torsión del significado propio, voces de más que dudosa necesidad, como inicializar, discapacitado, privacidad o contactar.
Junto a esta denodada actualización, los redactores declaran que han decidido "suprimir del Diccionario muchos registros innecesarios, ya que sólo servían de incómodo lastre" (pág. XXVI). Sorprende, por consiguiente, el mantenimiento de arcaísmos como agora, hu hu hu (interjección usada "en las galeras para saludar a las personas principales que entraban en ellas") o ahó, otra forma interjectiva utilizada, al parecer, por los campesinos "para llamarse de lejos", según se indica. Nada digamos de la curiosa conservación de deo gracias como fórmula de saludo al entrar en una casa, que es algo más que una antigualla. Y resulta a menudo desconcertante el criterio con el que se han recogido acepciones dialectales y se han omitido otras. De gata, por ejemplo, se registra la acepción asturiana "oruga de la mariposa de la col", pero no el significado "agujetas, dolores musculares", frecuentísimo en zonas leonesas. Así como, en otros tiempos, ciertos nombres referidos a profesiones tenían en el Diccionario sólo forma masculina, ahora induce a perplejidad tropezar con algunos vocablos que únicamente aparecen en femenino, como mechera "ladrona de tiendas" o pajillera. ¿Acaso los varones están excluidos de actividades tan poco ejemplares? Una observación de análogo tono suscita la acepción 10 de gancho: "atractivo, especialmente de una mujer". ¿Es el "gancho" atributo especialmente femenino? Las mujeres tendrían que responder a esto.
Hay bastantes definiciones que convendría perfilar más acabadamente. ¿Por qué mechero es "encendedor de bolsillo"? ¿No hay mecheros de mesa? Jubilar es "disponer que [...] cese un funcionario civil en el ejercicio de su carrera o destino", lo que parece indicar que sólo se jubilan los funcionarios. La acepción 2 de caridad dice: "Virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión". ¿No es virtud para budistas o mahometanos? Este tufillo ideológico, antaño muy marcado en el Diccionario académico, aún mantiene algunos residuos. Así, fiesta de guardar es, sin más especificación, "día en que hay obligación de oír misa", y Papa se define así: "Sumo Pontífice romano, vicario de Cristo, sucesor de San Pedro en el gobierno universal de la Iglesia católica, de la cual es cabeza visible, y padre espiritual de todos los fieles". Puesto que se trata de un diccionario y no de una cartilla para catecúmenos, bastaría con decir: "Máxima autoridad de la Iglesia católica". Lo demás sobra. La revisión de muchas definiciones anteriores ha sido acertada en bastantes casos e insatisfactoria en otros. En la voz soneto se indicaba que era una estrofa de versos endecasílabos compuesta por dos cuartetos y dos tercetos, lo que no siempre es exacto, porque existen sonetos en versos alejandrinos y otros cuyos cuartetos son, en realidad, serventesios. Ahora, la definición se ha ampliado considerablemente. Se repiten los rasgos anteriores y se añade: "En cada uno de los cuartetos riman, por regla general, el primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero", precisión innecesaria, ya que de lo contrario no serían cuartetos. Por si fuera poco se agrega: "En ambos [cuartetos] deben ser unas mismas las consonancias". Pero hay infinidad de sonetos, sobre todo desde el Modernismo, en que no sucede esto, sino que las rimas de los cuartetos son diferentes.
Causan desazón algunos desajustes internos. Cortaviento se define como "aparato delantero de un vehículo, que sirve para cortar el viento". Algo excesivo parece considerar "aparato" una simple pieza, sobre todo si se considera que aparato es un "conjunto organizado de piezas que cumple una función determinada". Hubiera sido preferible utilizar dispositivo. Y en los vocablos en los que la deseable caracterización lexicográfica aparece sustituida por la remisión a otras voces supuestamente sinónimas, hay todavía zonas mejorables. En lugar de definir pudor, por ejemplo, el Diccionario ofrece tres equivalencias: honestidad, modestia, recato. Pero ninguna de las definiciones de estas palabras conviene en absoluto a lo que cualquier hablante -o diccionarios como los de María Moliner o Manuel Seco- entiende por pudor.
El Diccionario incluye en letra cursiva numerosas entradas que corresponden a palabras extranjeras. Se echa de menos un esfuerzo mayor por españolizar algunas de ellas. Si se ha hecho con espagueti, nada impide proceder de igual modo con carpaccio, que, además, no es forma ni frecuente ni necesaria: el carpaccio de salmón es lo mismo que el salmón marinado. Si body parece inevitable, no lo es blazer. Y recoger living -cuando su empleo decrece- o gentleman parece igualmente caprichoso. Más lo es incorporar vocablos cuya equivalencia exacta en español se da como definición: gouache remite a "aguada", gin a "ginebra", marketing a "mercadotecnia". Se podrían haber evitado, lo mismo que stock, traducible por "mercancía en depósito". Abierta la puerta a la incorporación en cursiva de palabras de otras lenguas, ¿por qué no añadir -pensarán muchos- una palabra tan característicamente catalana como seny? En el terreno de los extranjerismos hay incluso alguna contradicción ortográfica: la Academia prefiere göisqui a whisky, y, en cambio, antepone whiskería a göisquería. O bien ofrece la doble grafía gillete y gillette.
La presente edición del esperado Diccionario académico es mejor y más útil que las anteriores, pero no ha logrado aún ese delicado equilibrio a que obliga una obra de formación aluvial, crecida a lo largo de dos siglos y en la que debe atenderse por igual a su mesurada actualización y a la supresión, necesariamente ponderada y cautelosa, de formas que han perdido su vigencia de antaño.