El bosque de Serbal
Teresa Garbí
26 diciembre, 2001 01:00Teresa Garbí
Este libro, compuesto por 16 relatos de distinta extensión, que oscilan a menudo entre la narración breve y la estampa poemática, es la séptima obra narrativa de una autora minoritaria que ha ido desarrollando su obra desde 1981 con ejemplar coherencia, alejada por lo común de los grandes circuitos editoriales y de cualquier corriente de moda. Pero es bien sabido que una de las misiones del crítico consiste a menudo en contrarrestar el efecto devastador del comercio, de la publicidad y de las modas señalando aquellos textos singulares que, sin verse beneficiados por grandes lanzamientos, encierran una calidad indudable. éste es el caso de El bosque del Serbal, obra apta únicamente para quienes sean capaces de paladear textos refinados, con tanta sutileza expresiva como hondura sentimental.Los relatos que componen este volumen ofrecen, más que acciones, situaciones, recuerdos, estados de ánimo, historias borrosas, apenas sugeridas. La capacidad para transmitir sensaciones, la presencia de personajes solitarios en parajes bellísimos y desolados -con frecuencia cubiertos por un manto de nieve- en los que se produce una correspondencia entre paisaje y situación, así como la atención prestada a seres dolientes y silenciosos, introduce en estos relatos, junto a mnultitud de elementos líricos y poemáticos, una honda nostalgia. Hay narraciones, como "Enfermedad", ante las que creemos presenciar el renacimiento del mejor Azorín o de algunos maestros del más significativo simbolismo europeo, como Maeterlink, cuyo recuerdo es todavía más intenso en el cuento dialogado "El bosque del Serbal III". En "La luz, tal grieta" muestra de manera incontrovertible cómo los perros pueden ser personajes de relato con tanta hondura -y casi habría que decir, aunque parezca contradictorio- con tanta humanidad- como los ancianos, los niños o los paseantes y contempladores solitarios que pueblan estas páginas.
Pero casi todos los relatos contienen ejemplos de lo que un estilo intenso, cuidadísimo y muy personal puede lograr para transmitir al lector sensaciones y estados anímicos que ocupan el primer plano de la narración hasta diluir la historia o dejarla fragmentada, des- vaída, aludida, como en un fondo o una lejanía. La visión del mundo que preside estas narraciones, en las que la muerte, la enfermedad, la desdicha y el desvalimiento son presencias constantes, ha encontrado fórmulas expresivas afines, y de esta conjunción deriva el extraño encanto que emana de algunas páginas. No interesarán al lector de consumo rápido y de lectura precipitada, porque hay que leerlas despacio, incluso escuchándolas, como debe hacerse con los poemas, degustando sin prisa su refinada construcción, apreciando como merecen su capacidad para sugerir más allá de los significados inmediatos de las palabras. Literatura minoritaria, en fin, aunque excelente. Este elogio incluye también, por tanto, un aviso para navegantes desnortados