'Perdidas en el bosque': nuevos mensajes desde el futuro en la nave espacial de Margaret Atwood
- Las historias de estos relatos virtuosos y elegíacos miran hacia atrás. Esa perspectiva no es nueva para la escritora, pero la lente parece haber cambiado.
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Hay escritores a los que recurrimos porque, inexplicablemente, pueden predecir nuestro futuro; hay otros a los que necesitamos por su hábil diagnóstico de nuestro presente; y están esos a los que amamos porque pueden explicar nuestro pasado. Y luego están los atípicos: los que nos regalan otras líneas temporales distintas de aquella en la que estamos atrapados, realidades lejos de casa. Si alguien ha demostrado, a lo largo de su dilatada y diversa carrera, que puede ser las cuatro cosas, esa es Margaret Atwood (Ottawa, 1939).
Recientemente se nos han recordado sus dotes como futuróloga: El cuento de la criada (1985) ha empezado a parecer, al menos en Estados Unidos, menos la historia de una bala esquivada que un inquietante augurio de nuestro destino no muy lejano. Sin embargo, a Atwood se la alaba también por novelas como Ojo de gato (1988) y El asesino ciego (2000), ganadora del Premio Booker, que nos transportan a través del siglo XX, arrojando luz sobre pasados colectivos y personales.
Sus relatos breves, al igual que sus novelas, tienen las mismas posibilidades de estar ambientados en el mundo de la Antigüedad que en el Toronto de los años 30 o en una Tierra posapocalíptica. Si se consideran fans de Atwood y solamente han leído sus novelas, pónganse las pilas. No saben lo que han estado perdiéndose.
Perdidas en el bosque, la novena colección de relatos breves de la autora canadiense –la primera desde Stone Mattress [Colchón de piedra] (2014)– consta de tres secciones: "Tig & Nell", "Mi maléfica madre" y "Nell & Tig". La primera y la última, siete relatos en total, nos ofrecen episodios del matrimonio de una pareja con hijos ya adultos, llevándonos más o menos cronológicamente hasta la muerte de Tig y la vida en solitario de Nell, que ella compara con "volver a ser estudiante: la misma ansiedad sin forma, las mismas comidas minimalistas".
Incluso antes de la muerte de Tig, la pérdida impregna estas historias: la pérdida de un vecino, de un gato querido, del padre de Tig. Son historias que miran hacia atrás. Aunque esa perspectiva no es nueva para Atwood, la lente parece haber cambiado. Los personajes de Colchón de piedra miraban atrás con amargura o desconcierto o nostalgia o incluso ansias de venganza, pero aquí la gente mira atrás con pena.
La colección está dedicada en parte al marido de Atwood, Graeme Gibson, fallecido en 2019. Mientras que las vidas de Tig y Nell llevan la pátina de los detalles inventados, historias como "Viudas", una pieza corta que es una carta de Nell que describe la vida después de la muerte de Tig, dan la impresión de ser inmensamente personales. El relato está dirigido a una amiga que es "mucho más joven, aunque ahora no lo creas". Pero hay una sutil sensación en algunas de estas historias de que están dirigidas a un yo más joven, alguien desconcertado por los cambios de la vida adulta y no preparado para ellos, alguien que solo puede comparar la viudedad con la falta de rumbo estudiantil. (¿No es curioso que el envejecimiento no les ocurra a los viejos, sino a los que hace muy poco eran jóvenes?)
Dado que la mayoría de sus lectores son más jóvenes que la escritora, de 84 años, la impresión que producen muchos de los relatos es de sabiduría transmitida por Atwood. No son misivas desde un futuro hipotético, sino desde uno al que todos nos dirigimos, si tenemos la suerte de sobrevivir. Es un nuevo tipo de futurismo por parte de Atwood: una llamada desde lo alto del camino para avisarnos de lo que nos espera.
Resulta tentador considerar solo las siete historias de Tig y Nell como una colección completa, en parte porque las nueve piezas centrales están muy desconectadas del resto, y en parte porque, aunque en esa sección central encontramos algunas de las historias más sólidas y originales, también contiene las más flojas.
Qué alegría transmitir sus temas. Una madre cree que es una bruja; el alma de un caracol se funde con la de un representante del servicio de atención al cliente; Hipatia de Alejandría relata a un público moderno cómo la asesinaron con una concha; un alienígena, contratado para entretener a los terrícolas en cuarentena durante una pandemia, convierte la leyenda de "La impaciente Griselda" en una desternillante historia de venganza, aunque no fuera esa la intención (del alienígena). El extraterrestre cuenta la historia de un duque que ensilla un aperitivo y cabalga al rescate a horcajadas sobre él. "¿Por qué os reís todos?", pregunta a su público. "¿Qué creéis que hacen los tentempiés antes de convertirse en tentempiés?".
Atwood es nuestra Jano, con una cara vuelta hacia el pasado, otra hacia el presente, otra hacia el futuro y la cuarta dentro de una nave espacial
Varias de estas historias intermedias hacen referencia a la Covid, ya sea como una realidad del mundo (en "Una dentadura espantosa", dos mujeres toman té en el patio trasero porque "a su edad hay que tener cuidado") o como un tema de conversación (en "La entrevista post mortem", la propia Atwood interroga a Orwell a través de una médium, y cuando él le pregunta a qué se refiere cuando dice "antivacunas", ella le responde: "Es complicado").
Además de la "plaga" que lleva al confinamiento en "La impaciente Griselda", está la enfermedad en "Freeforall" [gratis para todos] que es "transmisible a través de cualquier tipo de contacto húmedo, incluidos los besos", y que ha obligado a los humanos a formar grupos aislados en los que los matrimonios son concertados. Aunque funciona como relato, esta pieza parece más el prospecto de una novela que Atwood podría desarrollar algún día, un mundo que merece más de las diez páginas que se le asignan aquí.
Algunas de estas historias intermedias llegan al presente de otras maneras: los personajes de "Mujeres en el aire. Un simposio" lidian con el cambio de costumbres en el mundo académico, al tiempo que recuerdan las luchas de décadas anteriores. Esa historia en particular funciona maravillosamente en su desconcertante yuxtaposición de feminismo pasado y presente, pero otras piezas parecen menos comprometidas con el proyecto de examinar el mundo presente que invocan. Las invocaciones a la Covid parecen improvisadas, y es en sus poco convincentes intentos de actualidad donde estas historias intermedias fallan tantas veces como aciertan.
Por otro lado, ¿a quién le importa?, ¿quién ha amado alguna vez a Margaret Atwood por su prudente moderación? No deja pasar ninguna bola, y a veces falla. En realidad, me sentiría más tentada a profundizar en el rompecabezas que plantea este popurrí de historias intermedias intercaladas entre relatos enlazados, realistas, virtuosos y elegíacos si la explicación no pareciese tan sencilla: esto es Atwood. Esta es nuestra Jano de cuatro caras, que tiene una cara vuelta hacia el pasado, otra hacia el presente, otra hacia el futuro y la cuarta dentro de una nave espacial, contando historias sobre comer caballos. Que su reinado sea largo.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips