Los aires difíciles
Comentaba hace un tiempo Almudena Grandes cómo la lectura de la gran narrativa del XIX le había supuesto un descubrimiento. Un impacto muy fuerte debieron de causarle los maestros del ochocientos porque sus propias novelas se decantan hacia las formas del realismo decimonónico.
Los aires difíciles entronca con esa tradición sin complejos, y hasta se vincula con ella en lo más discutible de la vertiente naturalista, el determinismo ambiental. El título alude a los vientos de levante y poniente, y nada más empezar la historia se reconoce a estas fuerzas de la naturaleza una gran influencia en la conducta humana. Más adelante vemos que el medio y la familia pesan decisivamente en algunos personajes.
Este sustrato tradicional que marca el fondo de la novela se corresponde con una forma que remite a los modos narrativos de la penúltima centuria. El relato avanza mediante el sopesado empleo de narración, descripciones y diálogo. La acción comienza in medias res, en un momento muy avanzado del conflicto, y recupera sus antecedentes remotos y recientes. Habla, en fin, un narrador omnisciente un tanto proclive a la retórica, al énfasis oracional, propiciado por el gusto de la autora por las anáforas y repeticiones. Incluso un puñado de páginas escritas en otro registro, un estilo indirecto que da paso a asociaciones cercanas a una corriente de conciencia libre, suponen un ejercicio de modernidad expresiva.
Este enfoque sirve al desmenuzamiento psicologista de una compleja historia de pasiones que conjuga condicionantes individuales, históricos y sociales. El aparente eje de la acción está en dos adultos, Juan y Sara, que deciden romper con su amargo pasado y emprender una nueva vida instalándose en una urbanización costera cercana a Cádiz. La proximidad de sus viviendas propicia una estrecha relación que facilita el desarrollo de un drama en el presente.
Este presente se ve convulsionado por el ayer, que se materializa por el doble peso de la culpa y de amenazas muy concretas sobre Juan, y por la incesante presencia de penosos recuerdos en Sara. Ambos confirman la verdad de un latiguillo repetido en el texto: un pasado difícil produce hijos difíciles. Sara tuvo una niñez desventurada, sufrió las humillaciones de los vencidos en la Guerra Civil, y el aprendizaje de la vida le conduce a solventar el porvenir comiéndose los escrúpulos para consumar un pelotazo económico. Juan compensa sus humildes orígenes con una carrera profesional brillante, truncada por un amor ilícito de trágicas consecuencias. Grandes refiere ambas historias con detallismo anecdótico que acompaña de innumerables hechos complementarios y aun laterales. Además de Juan y Sara, circulan por el libro sus familias y otros allegados. De todos ellos se desprende un largo censo de asuntos y conflictos: cainismo, violencia, egoísmo, sexo...
Viene Los aires difíciles a construir una especie de microcosmos representativo de nuestra naturaleza, donde a pesar de predominar la maldad y el instinto, también hay un fondo de honradez, el de Sara y Juan, y el de la asistenta que los atiende. Los tres resultan seres zarandeados por los vendavales de la existencia y por eso se les dispensa la gracia de un final positivo. Pero este desenlace tiene algo de forzado: el cruel espectáculo del mundo presentado no autoriza una esperanza semejante en el futuro.
Ha hecho Almudena Grandes un trabajo de envergadura. La misma extensión desmesurada de su empeño constituye a la vez que una prueba, una rémora. Esta novela loable por su ambición ganaría con una buena poda que suprimiera reiteraciones, prolijidades, accesorios innecesarios y algo de palabrería. Tampoco puede regateársele reconocimiento a su esfuerzo. Se echa en falta un mayor riesgo en la forma; alguna clase de enfoque creativo, menos apegado al pasado y más sensible al sentir artístico de hoy.