Image: Las cosas como fueron. Memorias

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Letras

Las cosas como fueron. Memorias

Francisco Nieva

10 abril, 2002 02:00

Francisco Nieva, por Gusi Bejer

Espasa. Madrid, 2002. 622 páginas, 23’25 euros

Cajas chinas en manos del prestidigitador. Otro falso final. Otro testamento de este genial escritor que cierra ahora las puertas de su vivir, poco a poco, como las fue abriendo, también poco a poco

En diciembre, Francisco Nieva cumplirá 78 años. Y, como dando por clausurada su itinerancia, nos entrega sus memorias, Las cosas como fueron. ¿Precipitación? No, manera de ser. Hace una década publicó su Teatro completo, que selló su dramática. Nieva cierra ahora las puertas de su vivir, poco a poco, como las fue abriendo, también poco a poco.

El dramaturgo se recrea en el colofón. Los finales se suceden. Cajas chinas en manos del prestidigitador. Porque esto no termina aquí, dentro de unos meses Nieva vuelve a los escenarios como autor, director, escenógrafo y hasta músico con su recreación de El manuscrito encontrado en Zaragoza. Otro falso final. Otro testamento ológrafo de este laureado escritor, de aparición tardía, que, en las postreras líneas de sus Memorias, duda de la proyección de una obra que ha defendido a lo largo de 650 páginas: "Me embarga el sentimiento angustioso de que, con la rápida globalización de la cultura, mis escritos queden cada vez más arcanos y distantes, y su lengua sea sólo un galimatías". Atroz dilema para un autor que apostó por la palabra de Cervantes, a su manera.

Nieva es un artesano de la obra literaria, sea teatral o no. En sus Memorias también lo es. Y en las partes más sólidas de su trabajo, en sintonía con Proust. "Queremos buscar en las cosas", confesó el francés en su exploración. Así, Nieva. Las cosas como fueron es un desnudamiento sin pudor. Bueno, habría que decir que con desvergöenza controlada. Los dramaturgos somos muy calculadores. Desde ese "decorum", Nieva -clásico- estructura sus memorias en tres partes, en tres actos. En el primero, no tarda en mostrarnos su conflicto. Su madre le vampiriza. Enamorada de su marido, pretende y consigue torcer el destino del niño, que ha de ser "otro". Otro, como su padre, bello y seductor, "el otro". Su madre será la modeladora; su padre, el modelo. "Aquel ménage a trois me indujo a enamorarme de mi padre", concluye Nieva. Y comienza la andadura de aquel "otro" forjado en una tiránica esquizofrenia que desemboca en una reconocida bisexualidad. Desde estas premisas, el otro observa con pasmo su España: los sofocantes barros manchegos o los atestados tranvías madrileños. Pero en esos escenarios, junto a la pasión de su madre o el sexo de una generosa Carola, la querencia del bello guardia civil o la mirada del joven del tranvía -Vicente Aleixandre. Es el otro universo, sin compensación en el postismo de Carlos Edmundo de Ory, que vive en su casa.

Hay que huir. Se inicia el segundo acto (1948-1963). El decorado será primero París y luego Venecia. Nieva marcha de Madrid. "De haberme quedado en la España estreñida, militar y fanática, hubiera terminado en Carabanchel o escri-
biendo El Jarama", grita "el otro".

"Chico listo", inventa "una llave para entrar en Europa", la que él llama "la escritura del caos". Sólo provisto de "pluma, tintero y papel" aborda su "trabajo incantatorio". Genevieve Escande, Ginette, alta funcionaria del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, será la encantada. Al año y medio de estar en París, se casa con ella "por pura necesidad". Le obliga a abortar por dos veces, pero es reo de Ginette. A través de Ginette, conoce a Barthes, que quiere acostarse con él, o a Genet, que le roba un tomo de una edición exquisita de Robinson Crusoe. Cuando un día Ginette le dice que vaya a devolver unas prendas de lencería, Nieva le contestará: "¿Tienes un marido solo para eso?". A lo que replica Ginette: "¿Y para qué lo voy a tener? Sin mí tú no serías nada". La ruptura. Y el fin del acto, en Venecia. Ante el Excelsior, con "todo Venecia social" allí, los baños con Raúl de Carrera, descendiente de un virrey del Perú: "Raúl buceaba y me hacía una gentil felación". Las pasiones en flor.

Y tercer acto. "El otro", en plenitud. La vuelta a España y la incardinación en el teatro. Se abandona la deriva proustiana... Nieva expone su sólida dramaturgia. Aquel postismo desemboca en este posmodernismo. Pero si con Ginette no quiso ser "un anticuario", ahora no quiere ser "un decorador". Es autor. Lo es.

De La carroza de plomo candente -montada por Alonso, en el 76, "ocho meses en cartel, a millón por mes"- hasta Pelo de tormenta -una apoteosis de Pérez de la Fuente, en el 98-, un camino de rosas. Y el sillón J de la Academia y el premio Príncipe de Asturias coronan al "otro". Pero queda una insatisfacción. Nieva no perdona algunas cosas. ¡La izquierda! Tina Sainz, Pilar Miró y otros, entran en su ajuste de cuentas. Mientras, entre los demonios familiares, Bousoño, Gimferrer o... Haro Ibars son los ángeles.

Y el final. El desvelamiento de la homosexualidad de su padre, "el otro" buscado: "Mi padre soy yo, nada le puedo reprochar que no me reproche a mí mismo". Y la muerte de Ginette, "vieja, sola y frustrada". Y la confesión: "Nieva no deja herederos. Tanto se muere cuanto se vive, tanto se mata cuanto se crea". Un final. Uno más. De un genio.