Image: Los amantes de la niebla

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Letras

Los amantes de la niebla

Vicente Muñoz Puelles

1 mayo, 2002 02:00

Vicente Muñoz Puelles

Planeta, 2002. 273 págs., 17 euros. Manzanas. Taller M. Muchnik. 212 págs., 16 euros

La narrativa de Vicente Muñoz Puelles, que suma ya un amplio número de títulos, constituye un auténtico cajón de sorpresas. Ha cultivado distintas modalidades novelescas en las cuales se desenvuelve con pareja soltura, y siempre con seriedad, ya aborde una ficción histórica, realista, alegórica, visionaria...

Desde un punto de vista formal, sus relatos lo mismo se apoyan en la confesionalidad de un manuscrito hallado que se decantan por una trama "zigzagueante y errabunda".

Prueba de la versatilidad del escritor la tenemos en su pintoresco Manzanas, un original Tratado de pomofilia que revela una escritura ocurrente y creativa. Aunque no sea más que un juego, merece la pena acercarse a estas divagaciones cultas sobre las manzanas (las inevitables del Edén o de Guillermo Tell y otras insólitas) por su inventiva y su expresividad estilística.

Dejando a un lado este feliz e irónico divertimento, la nueva novela del autor valenciano, Los amantes de la niebla, comparte inquietudes y rasgos de títulos suyos anteriores pero los desarrolla en una anécdota original: se trata de un relato intimista que rescata, en apariencia con voluntad documental, un episodio histórico, las relaciones del grupo de pintores conocidos como Prerrafaelistas que reivindicaron una cierta pureza y simpleza expresivas en la Inglaterra del ochocientos.

La actitud de aquellos creadores llega a la novela por medio de una historia personal, la de la modelo, y artista ella misma, Elizabeth Siddal, esposa del más destacado creador de aquel movimiento, Dante Gabriel Rossetti. Y aunque las teorías, actividades y comportamientos del grupo tengan mucha importancia, Los amantes... se convierte en una historia dolorida, emocionante, de las relaciones de esa pareja.

Es la chica quien cuenta en un diario prolongado entre finales de 1861 y comienzos de 1862 su peripecia: cómo conoció a Rossetti, qué clase de tipo egoísta, indeciso e infiel era, de qué manera se abismó ella en una soledad autodestructiva, y cuánta incomprensión social y masculina padeció. De todo ello se deriva el porqué se refugió en los opiáceos, causa última de su muerte, referida en un breve epílogo en tercera persona.

El diario de Elizabeth supera con mucho la dimensión histórica de los datos biográficos y ambientales que proporciona. De hecho, podría pensarse que Muñoz Puelles hace cierta esa protesta tan reiterada por muchos de los novelistas que cultivan el subgénero histórico: no se pinta el cuadro de un ayer preciso sino un retrato atemporal que habla fundamentalmente del amor y la muerte. A estos dos temas principales hay que añadir una problemática cultural que gira en torno al arte y a la condición del artista.

De alguna manera la misma novela ejemplifica la teoría de los prerrafaelistas, que comparte la narradora. A través de un crítico, Ruskin, se sintetiza el ideario de aquel grupo: no pretendían hacer obras banales, concebidas como puro adorno, ni imitaciones de los antiguos. Preconizaban pintar con la seriedad y honestidad de los maestros antiguos. Y eso es lo que lleva a cabo la protagonista en su diario: escribe con naturalidad, calor y emoción. Pero debajo de esa exposición simple vibra un drama intenso.

Aquí está el gran acierto del autor: despejar de retórica innecesaria la confesión de un alma sencilla, noble, trastornada y valiente. Y hacerlo en un tono convincente y hondo y evitando esa sentimentalina degradatoria que pasa por literatura en un sector de nuestra novela actual y no deja de ser eso, exhibicionismo de conflictos lacrimógenos. El diario de Elizabeth avanza con toda naturalidad hacia una tragedia irreparable. La claridad de su sentir y la pulcritud del escribir proporcionan al texto su grandeza. Con este diario intenso y directo, que imagina sucesos del pasado como plataforma de una indagación psicologista con ribetes sociales y estéticos, consigue Muñoz Puelles uno de sus libros mejores.