Los invitados al jardín
Antonio Gala
15 mayo, 2002 02:00Antonio Gala. Foto: Mercedes Rodríguez
"Nosotros somos los invitados al jardín: de la vida, del amor, de la felicidad, de la alegría. No permaneceremos en él siempre, ni siempre nos parecerá en flor. Ni siquiera seremos dichosos durante todo el tiempo que lo habitemos. Por nuestra propia culpa, en buena parte. De eso trata este libro".Con estas palabras, que son al mismo tiempo preámbulo aclaratorio y declaración de intenciones, se dirige Gala a sus lectores para anunciar la trama de los 32 cuentos de este volumen. Así, esa idea de que "el jardín" es el territorio simbólico en el que se asienta la vida de cada uno aparece ilustrada a través de un variado muestrario de personajes y situaciones que sirven de conclusión a la tesis dominante: "maltratamos y deformamos la realidad -como piensa la mujer protagonista de uno de estos cuentos mientras repasa su vida-, que es lo único que tenemos".
Y es que ese territorio, donde tienen lugar las pasiones humanas -viene a decir el autor-, no está exento de las inclemencias del tiempo. Por eso cuando se trata de dirimir querellas pasionales el paisaje se llena de motivos que son las diferentes versiones del modo en que unos y otras lo habitan. De ahí que el amor sea el único tema recurrente y junto a él todas sus variaciones, "todo lo que le hace la guerra al amor", es decir, la traición, el desaliento, la derrota, la recaída, el resentimiento, el miedo a la soledad...
De todo esto trata Gala con los recursos narrativos que le son propios, como son su admirable bagaje cultural y su pasión por el mundo clásico y por subrayar el paralelismo entre los héroes míticos y determinadas acciones humanas. Pero en ocasiones la fluidez de su prosa y su riqueza verbal se ven enturbiados por su tendencia a traducir los hechos a juicios morales y una prosa refinada en exceso. Junto a esas licencias expresivas no desdeña el uso de otros recursos que derivan de la perspectiva elegida para explorar cada historia. Elección que trae pareja la intensidad y el tono -más o menos grave, dependiendo del aire de crónica ("Las envidiadas", "Una historia frecuente") o de relato introspectivo ("La hora del lobo") que exija el tema-, que no desdeña el recurso al humor ("Los gorditos" y "La penúltima")ni renuncia a hacer alguna incursión que responda al modelo de los cuentos tradicionales ("El dragón moribundo", "Cuento de Navidad").
Lo más logrado de esta treintena de casos que se presentan como el anverso y el reverso de muchas vidas comunes está en esos cuentos en los que la atmósfera de incertidumbre alcanza al lector, como sucede en "Presentimiento", o en el titulado "El sueño", una escena breve y sugestiva en la que alguien sueña o cree que sueña su propia muerte, y la duda alcanza a si realmente despierta o cree que despierta de ella. "Humo y espejos" cuenta con acertada intensidad el incidente que reúne, en un ascensor, a una pareja a punto de consumar su separación; a partir de ese encuentro la mujer pasea su memoria por el proceso de su relación, por el comienzo de su desilusión. Aunque quizá el mejor ejemplo de personaje que busca aliviar su destino siendo alguien dentro de una historia es el que protagoniza "La exposición"; en él un hombre que parecía poseer sentimientos blindados descubre el potencial de una pasión y asiste con perplejidad no sólo al amor sino a todo lo que "le hace la guerra".