Arturo Pérez-Reverte: "Para escribir 'La Reina del Sur' he pensado y sentido dos años y medio como una mujer"
Arturo Pérez-Reverte. Foto: Mercedes Rodríguez
Es la historia de Teresa Mendoza, una joven analfabeta atrapada en el mundo del narcotráfico mexicano y español, que va creciendo hasta convertirse en la Esther Koplowitz del tráfico de drogas. Un personaje de leyenda, con Chavela Vargas y los narcocorridos de fondo, sus balaseras, y con chingaderas bien grandes. Pero hoy, Pérez-Reverte nos recibe además en su isla del tesoro, su guarida, cuajada de libros (más de 10.000), de maquetas de barcos y de sables. Por tener, tiene incluso un trozo de estuco de la biblioteca de Sarajevo, un autógrafo de Alejandro Dumas (“Abril, 1850”), escafandra, astrolabio y telescopio, cartas de navegación, cuadros, una alacena con objetos tintinescos (“yo soy de Haddock”, confiesa) y recuerdos (“los menos posibles”) de su vida de reportero. Eso sí, al doblar la esquina se intuyen las sombras de Lucas Corso y del marinero Coy... El Cultural anticipa también un fragmento de la novela, elegido por el propio Pérez-Reverte.
Aunque en La Reina del Sur afirma que “lo que decimos nos aprisiona mucho más que lo que hacemos o lo que callamos”, Pérez-Reverte tiene ganas de hablar. De contar, por ejemplo, que está “muy contento” con su última novela, y de reírse de la supuesta facilidad de su estilo, “tan difícil”.
-¿Por qué ha decidido abordar la vida en las fronteras?
-Quizá porque una novela es el resultado de una vida y en la mía me he movido en territorios de frontera. En este mundo cada vez más legalizado y desnatado, las únicas zonas vivas son las fronteras. La épica se ha refugiado en la frontera, porque allí hay carne y sangre y pasiones y aventuras y libertad.
La misma libertad que defiende la protagonista del relato, Teresa Mendoza, en una historia de aventuras que es un narcocorrido. “Sí, nació al escuchar una de esas canciones. ¡Ojalá tuviera el talento de contar la historia de Teresa en tres minutos de canción, pero no soy lo bastante bueno! Por eso he necesitado 540 páginas con estructura de corrido, su épica, su ritmo, su lenguaje. Incluso los títulos de los capítulos son de narcocorridos”.
Entre narcos y policías
“Es pura acción. Hay cantidad de mangantes de la literatura que camuflan su falta de ideas, de historias, con una especie de batería formal. Pero a mí, si no hay historia, el lenguaje me importa una mierda, digan lo que digan. Aquí sí hay historia y lenguaje”, explica.
-¿Cuál era entonces el problema?
-Que, aunque Teresa es un personaje muy revertiano, esta vez no había un enigma que resolver ni museos o bibliotecas en los que documentarse, pero sí recuerdos y amigos y contactos. La historia estaba ahí, en las cantinas de México y Gibraltar, así que he vuelto a hablar con mis amigos, y he navegado en las patrulleras de la guardia civil y en los barcos de los narcos, de día y de noche.
-Porque en el libro abundan los personajes reales, como el narco Batman Göedes, del que escribe que los coyotes encendían hogueras para ahuyentarle cuando subía a la sierra.
-Sí, pero el novelista tiene privilegios de los que el periodista o el documentalista carece, como el incluir personajes reales que al pasar a la ficción dejan de serlo. Mi agenda no es convencional, en ella no hay académicos ni diseñadores, sino traficantes, prostitutas, terroristas. Conocía bien ese mundo, y lo he convertido en literatura, en ficción.
-Porque lo importante es la historia de Teresa y su transformación.
-Es que ser mujer es una putada. Antes lo era, pero ahora es peor porque tiene que hacer frente a nuevas responsabilidades sin perder el lastre anterior. El problema que plantea la novela es cómo una mujer que no tiene esperanzas ni ambiciones puede ganar en un mundo de varones con reglas de varones. Y lo logra porque no tiene esperanza. La mujer siempre ha sido un soldado perdido en territorio enemigo. Si el hombre fracasa tiene mil refugios, pero la mujer tiene una capacidad de autoengaño menor. A Teresa la vida la va despojando de inocencias y esperanzas y le va dando lucidez. Y quería que fuera ella quien lo contara.
Por eso está contento. Porque es la primera vez que escribe el mundo con los ojos de una mujer. “Ha sido un trabajo difícil, delicado y educativo. He vivido durante dos años y medio pensando y sintiendo como una mujer. Al fin me he librado de ella, pero ahora hay heridas que comprendo. Estoy contento porque esa forma de ver a los hombres a través de la mujer me la he currado.
-Como el lenguaje.
-Por supuesto. En esta novela ése era el problema técnico fundamental: mi protagonista, que es mexicana y analfabeta, tenía que llegar a ser la Koplowitz de la droga, y tenía que hacer creíble ese proceso a través del lenguaje. También tenía que conseguir que un lector mexicano y uno español se la creyeran y la entendieran: he estudiado mucho el lenguaje hasta hacerme un glosario de 700 palabras. Siempre he sido muy ortodoxo, muy clásico con la sintaxis, pero esta novela requería un lenguaje y un ritmo diferentes, más acelerado, más heterodoxo, con anglicismos, y sin entorpecer la acción.
-Tampoco la entorpecen las historias de amor, ya que todo es amor fatal o no correspondido. ¿Por qué?
-No sé, quizá porque los personajes llegan demasiado pronto o demasiado tarde en la vida. Quizá también porque mi vida como corresponsal me ha dado una conciencia exagerada de nuestra fragilidad. Y el amor simboliza mejor que nada la fragilidad de lo que tenemos.
La fragilidad de lo que creemos también. Porque la novela “es amoral”. Al cabo, Pérez-Reverte ha pasado gran parte de su vida en un mundo en el que “lo moral y lo inmoral se confunden. Lo que pasa es que en ese mundo amoral sí existen reglas no convencionales que se llaman lealtad y dignidad. En un mundo en el que todos los valores se han ido al carajo, las únicas virtudes que existen son la dignidad y la lealtad. Prefiero un canalla leal a un bueno veleidoso”.
Hay más, mucho más en la novela. Homenajes al Conde de Montecristo y a Pedro Páramo. Una emocionada reivindicación de la lectura, “que nos abre puertas y nos ayuda a vivir” y del lector, “que sabe que todos los libros hablan de él”.
El arte de sobrevivir
-Hace tiempo aseguró que la literatura española había estado 20 años secuestrada por gilipollas que decían lo que había que leer. ¿Cree que se han rendido?
-Todavía lo intentan, pero esa batalla la han perdido gracias a los lectores. Yo sigo en el mismo sitio y son ellos los que han cambiado, y no sólo conmigo. Recuerde lo que escribieron de Marsé los que hoy le adulan...
-¿Qué es su Moby Dick?
-Nada ni nadie. Tengo 50 años y ya he arponeado a Moby Dick, he naufragado, y he conquistado mi doblón de oro. Soy un superviviente. He sobrevivido a los críticos, a García Posada, a María Antonia Iglesias, a la televisión. No tengo que salir a cazar porque lo hice con veinte años.
Lo cierto es que lo ha conseguido. Nadie se atreve con él, y por eso, aunque el libro arranca con una tirada de 275.000 ejemplares, tampoco este año va a estar en la Feria del Libro, “por coherencia”, ni se va a prestar a la promoción de la novela “más de lo imprescindible”.
-¿Y ahora qué, otro Alatriste?
-Sí, voy a empezar el quinto, ambientado en el mundo del teatro. Pero antes necesito navegar. El mar te da conciencia de que estás vivo y de tu fragilidad. Es cruel y egoísta. Pero además, cuando has vivido tanto y sientes la tentación de echarte a dormir, el mar no te deja. No conoce a nadie, el muy cabrón.