Image: Guárdame bajo tierra

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Letras

Guárdame bajo tierra

Ramón Saizarbitoria

5 junio, 2002 02:00

Ramón Saizarbitoria. Foto: Julio Carlos

Alfaguara. Traducción de F. Eguiar. Madrid, 2002. 491 páginas, 18’50 euros

El título de las narraciones agrupadas por Saizarbitoria en Guárdame bajo tierra se debe a un levísimo hilo común: las 5 tienen algo que ver con alguna clase de enterramiento. Ese vínculo resulta, sin embargo, casi un pretexto.
De ello se resiente el sentido unitario del conjunto del volumen, exigible cuando se pone un rótulo distinto al de todas las piezas. Tampoco hay unidad en la forma, pues se mezclan cuatro relatos y una auténtica novela. Además, los textos se saldan con muy desigual acierto: la primera y la última de las narraciones breves tienen una calidad sobresaliente, las otras dos resultan sólo correctas y la novela, bastante desequilibrada, aunque amena.

¿Ha querido el escritor donostiarra dar impresión de potencia creadora sumando 500 páginas en un abultado tomo? Ese probable señuelo le ha hecho tomar una decisión no atinada. Al menos tendría que haber dejado fuera la novela por su tema y tono. Esta, titulada "La obsesión de Rossetti", cuenta una historia acerca del amor muy culturalista. En ella se afrontan las relaciones entre vida y literatura sobre el cañamazo ingenioso pero forzado de la actitud vital del pintor y poeta inglés Rossetti (no deja de ser llamativo que Muñoz Puelles se ocupe también del artista decimonónico en su última obra).

Saizarbitoria envuelve a sus personajes, sobre todo a los femeninos, con un sugestivo aire de misterio. Y desarrolla la peripecia mediante un estilo muy suelto y expresivo. Opino, claro, a partir de la traducción castellana de F. Eguia Careaga, que sabe darle a la prosa, en todos los textos, un eficaz ritmo narrativo. Estas cualidades se desvirtúan en parte por la tendencia del autor a dilatar innecesariamente la materia.

A la novela siguen los relatos cortos "La paternidad..." y "Dos corazones en una tumba", que acentúan las notas de humor no ausentes en todo el volumen. Giran en torno a las incongruencias y equívocos de los que se nutre la vida. Correctos, ingeniosos y sorprendentes, no alcanzan la altura de los otros dos, "La guerra perdida del viejo gudari" y "El huerto de nuestros mayores". También en el fondo de éstos se halla una mirada sobre los enigmas de la existencia y sobre el secreto de los comportamientos humanos, pero aquí con una hondura y emoción verdaderamente admirables.

Ambos parten de la realidad vasca, de la influencia en los vascos de los sentimientos y actitudes derivados de la ideología nacionalista. El nacionalismo es algo sentido por el escritor y lo trasmite a sus personajes con un enfoque reflexivo. En el primero, el autor no obvia las resoluciones más censurables del Partido (escrito con mayúscula) durante la guerra civil. En el último, hace una apuesta clara, a través de una tenue historia sentimental, a favor del vitalismo como superador de una ideología ensimismada, sin negar el valor último de ésta.

Este trasfondo colectivo e ideológico se convierte en materia literaria de primera calidad al tratarlo como base de conflictos que afectan a individuos que los viven de modo traumático y hasta desgarrado. La historia del gudari trae a una actualidad de desvalimiento personal la épica de ayer: el viejo luchador tiene que comerse hoy el orgullo para obtener una pensión de invalidez. El argumento va del pasado al presente con la plasticidad derivada de un certero tratamiento de la memoria y gracias al arte de trabar muy bien la historia.

"El huerto..." relaciona dos generaciones de nacionalistas a través de una curiosa anécdota: la devolución de un par de huesos del cadáver de Sabino Arana por los hijos de quienes los han conservado como reliquia. Hay que subrayar, aparte el sentido apuntado, la perfecta urdimbre de la historia, la verdad psicológica de unos personajes complejos, y la penetración en los fantasmas personales y en el dolor. La intensidad emotiva y la lucidez para indagar en la dimensión trágica de la vida cotidiana, junto con los méritos literarios fundamentales del autor (la expresividad de la prosa y la destreza para organizar el relato), colocan estas dos narraciones en un lugar destacado de nuestra ficción, sobre todo la historia del gudari, una verdadera pieza maestra de la novela corta.