Image: Momentos estelares de la humanidad

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Letras

Momentos estelares de la humanidad

Stefan Zweig

5 diciembre, 2002 01:00

Stefan Zweig, por Gusi Bejer

Traducción de Berta Vías. El Acantilado. Barcelona, 2002. 310 páginas, 17 euros

Zweig opone conciencia a violencia, tolerancia a fuerza bruta y constata cómo la victoria endurece el alma de los que triunfan, mientras la derrota imprime en el alma de los vencidos "profundos y dolorosos surcos"

El destino póstumo de las creaciones literarias está sometido a toda suerte de contingencias que pueden llevar a sus autores desde el Parnaso del reconocimiento público hasta el Hades del olvido. La obra de Stefan Zweig (1881-1942) es un caso típico, pues conoció el éxito precoz a escala mundial, se rodeó de los mejores espíritus de su tiempo, sus novelas y biografías fueron traducidas a múltiples idiomas e incluso todavía en vida se adaptaron al cine relatos como Amok, Veinticuatro horas en la vida de una mujer o Secreto ardiente. Sin embargo, la fortuna de Zweig dio un giro trágico con la llegada de Hitler al poder, pues en cuanto judío sufrió persecución y exilio, con la consiguiente prohibición y quema de su obra en las plazas públicas de Alemania y Austria.

Zweig inició así un peregrinaje que le llevó a Inglaterra, Estados Unidos y Brasil, donde, olvidado y derrotado, se suicidó junto a su mujer con veronal. La minusvaloración que sufrió posteriormente frente a autores más selectos como Musil o Broch tal vez se deba, en parte, a su fama de divulgador cultural y best seller, como ejemplifican sus biografías sobre María Antonieta o Fouché. En su reseña de las memorias de Zweig, El mundo de ayer, Hanna Arendt contribuyó a difundir la falsa imagen de un literato obsesionado por el prestigio social, apoltronado en el sofá de la seguridad burguesa y ajeno a los avatares sociales y políticos del pueblo judío. Sin embargo, la posibilidad de releer a Zweig con la perspectiva de la distancia ha permitido superar los viejos prejuicios que enturbiaban la recepción de este judío cosmopolita y pacifista, amante de Erasmo y Montaigne y defensor de una nueva Europa supranacional frente a los delirios soberanistas y los ardores guerreros que hoy vuelven a resucitar, si es que alguna vez habían muerto.

Prosiguiendo su loable proyecto de recuperar la obra de Zweig, El Acantilado ofrece al lector -en una buena traducción exquisitamente presentada- Momentos estelares de la Humanidad (1927) que alcanzó una tirada de 250.000 ejemplares en plena crisis económica de entreguerra. De hecho, el libro ya mencionado llegó a ser de lectura obligada en muchas escuelas de Austria y Alemania.

Ciertamente, está escrito con una manifiesta voluntad de instruir deleitando, pues Zweig no aborda la Historia como docto sino como narrador y dramaturgo, atento a los aspectos dramáticos y a los conflictos trágicos en la vida de los individuos y los pueblos. Zweig emplea el concepto pictórico de "miniatura" para referirse al estudio de esos instantes decisivos de la historia que "resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero". Y, en efecto, el autor se interesa por aquellos detalles y azares que -como la kerkaporta, esa pequeña puerta olvidada a través de la cual los jenízaros invadieron Bizancio- suelen pasar desapercibidos en los grandes frescos de la Historia Universal. El periodo que abarca el librito es realmente ambicioso, pues se extiende desde el año 44 a.C., con Cicerón como víctima y testigo del derrocamiento de la vieja res publica bajo la dictadura de los nuevos césares, hasta 1919, cuando el presidente Wilson fracasó al intentar realizar el ideal kantiano de una paz duradera en la Europa recién salida de la Gran Guerra. Entremedias desfila toda una galería de grandes hombres como el sultán Mehmet, Núñez de Balboa, Goethe, Händel, Tolstoi, Dostoyevski, Napoleón o Lenin, pero también de pequeños hombres fracasados, como el capitán Rouget, creador de la Marsellesa, el mariscal Grouchy, cuya indecisión determinó la derrota de Waterloo; J. A. Suter, que perdió toda California por la avidez febril de oro; Cyrus W. Field, que comunicó mediante cable telegráfico América con Europa y Scott, el capitán británico derrotado por Amundsen en la carrera por llegar primero al Polo Sur.

Al igual que en sus obras sobre Erasmo y la polémica de Castellio contra Calvino, Zweig opone conciencia a violencia, tolerancia a fuerza bruta y constata cómo la victoria endurece el alma de los que triunfan, mientras la derrota imprime en el alma de los vencidos "profundos y dolorosos surcos". Su sensibilidad hacia las víctimas le hace cobrar conciencia de la función ordálica de la historia donde el éxito se impone como única instancia de justicia. Sin embargo, ya sean grandes obras de arte o titánicas aventuras de exploración geográfica, no oculta su admiración por el espíritu épico de ese "misterioso taller de Dios", donde los individuos, tal héroes forjados en la fragua del dolor y del trabajo, combaten no sólo contra las resistencias de la naturaleza y de la sociedad, sino también contra sus propias flaquezas. Así, por recomendable que sea la lectura de este libro tan ameno, a veces chirría su vocación de gesta y nos embarga la añoranza de esos periodos de felicidad e indolencia que no son sino páginas en blanco en los manuales de historia.