Image: Temblores de aire

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Letras

Temblores de aire

Peter Sloterdijk

20 febrero, 2003 01:00

Peter Sloterdijk, por Gusi Bejer

Trad. Germán Cano. Pre-Textos. Valencia, 2003. 142 páginas, 12 euros

Temblores de aire es una documentada, inteligente e inquietante exploración de las fuentes de este terror, del terror que se erige hoy en horizonte último, explícito o latente

Un fantasma recorre el mundo: el del terror. Ubicuo e imprevisible, su sola posibilidad nos recuerda una y otra vez la vulnerabilidad de nuestras impresionantes fortalezas.

Su realidad nos enseña que la incertidumbre y el riesgo serán la materia con la que habremos de ali-
mentar nuestras supercivilizadas, privilegiadas y un tanto fatigadas vidas. Sus fogonazos iluminan el imaginario colectivo: torres emblemáticas que se derrumban en una suerte de espectáculo macabro anticipado por ciertos productos cinematográficos para el gran público -americano-; secuestro de un teatro que acaba con un asalto en el que se emplean gases enervantes, componiendo un fresco de rara violencia visual, igualmente anticipado por fantasías proféticas de fuerte impronta estética; bombardeos sobre vastos y casi inaccesibles territorios; atentados suicidas; limpiezas étnicas; ofensivas militares que destruyen pueblos enteros; hambrunas que desatan guerras protagonizadas por espectros...

Temblores de aire es una documentada, inteligente e inquietante exploración de las fuentes de este terror, del terror que se erige hoy en horizonte último, explícito o latente, de nuestro ser-en-el-mundo. Y que como todo tiene una historia. Una historia que Sloterdijk ha reconstruido, en sus entresijos técnicos, con el sentido de la oportunidad y el afán provocador que le caracterizan, en un plazo tan breve como intenso de nuestro pasado inmediato: el que media entre la voladura neoyorquina y la aniquilación en Moscú de un comando suicida checheno. Al fin, todos uno. Cuanto menos, en lo peor. En el bien entendido, por lo demás, de que no estamos ante una mera genealogía de un fenómeno, todo lo relevante y revelador que se quiera. Estamos ante un diagnóstico epocal de muy profundo calado. Las conclusiones a que llega su autor conforman un lúcido y cruel veredicto final sobre nuestra civilización "posmetafísica", o "metafísica- mente diferente", en cuanto civilización erigida en marco trascendental de ese aprendizaje de la desconfianza y esa ausencia de toda entrega que presuntamente vendrían hoy a constituirnos. "La integridad", escribe Sloterdijk, "ya no se puede pensar más como un valor obtenido en virtud de una actitud de entrega a un entorno benéfico, sino sólo apenas como la contribución propia de un organismo que cuida él mismo de delimitarse con respecto al medio ambiente". Lo que lleva a redefinir la vida como algo que no se sustenta ya -como previó Nietzsche- en su participación en el Todo, sino "estabilizándose mediante la clausura en torno a sí misma y la negativa selectiva a participar".

El punto de inflexión, o el arranque de la actual situación, es situado por nuestro autor en los cambios a que se han visto y se ven sometidos nuestros presupuestos vitales medioambientales a consecuencia de la universalización de un terror que los ha escogido como blanco principal y recurrente de ataque. El blanco decisivo de la guerra actual no es ya el cuerpo del enemigo, ni el terror busca hoy, como el jacobino, eliminar las selectas cabezas de los que presuntamente obstaculizarían la gloriosa marcha hacia la libertad, ni el radio del fenómeno se limita a la desestabilazión pre-revolucionaria de la sociedad burguesa pretendida por anarquistas y nihilistas en el último tercio del XIX, ni el terror que acompaña a las operaciones bélicas es el mero resultado, perfectamente circunscrito, del "ingenuo intercambio de golpes armados entre tropas normales de las guerras clásicas". La era del honor pasó, como pasó el culto al valor físico -que se le "suponía" al soldado- o llegó a su fin la nostalgia de esa embriaguez guerrera que con "el viejo sonido del batir de las armas ligeras entre contrincantes de la misma alcurnia" se apoderaba ayer de algunos. Las figuras del horror son hoy otras. Y su rostro es anónimo: asfixia, intoxicación, disgregación atmosférica...

Desde estas perspectivas y con este objetivo Sloterdijk reconstruye la historia reciente de la guerra química desde que el Ejército Alemán hizo uso del gas clórico frente a la infantería franco-canadiense en 1915 en la batalla de Yprés. Los crueles hitos y las terribles estaciones de la misma, su progresivo refinamiento y sus mutaciones diabólicas desfilan ante el lector procurando una imagen del último siglo y de su lento e implacable caminar hacia otro concepto de confrontación bélica -la "guerra total"- que le obligará a hacer un alto y reflexionar. En el recorrido de ese laberinto el excelente prólogo de N. Sánchez-Durá se ofrece como un muy oportuno hilo de Ariadna. En cualquier caso, una aportación de primer orden, llena de referencias técnicas y glosas tangenciales de amplio espectro, a la ontología de un presente cada vez menos analizable y sopesable con los esquemas convencionales.