Image: La amante de Bolzano

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Letras

La amante de Bolzano

Sándor Márai

27 marzo, 2003 01:00

Sándor Márai

Traducción de J. Xantus. Salamandra, 2003. 281 páginas, 12 euros

El redescubrimiento de Sándor Márai (Kassa, Eslovaquia, 1900-San Diego, California, 1989) nos ha puesto en contacto con una escritura poderosa, que combina magistralmente la introspección, el relato y la evocación del pasado.

Esa tendencia a situar el nudo de la trama en un tiempo anterior, que se reconstruye mediante la memoria, lo aproxima a Proust, sin eludir el parentesco con los grandes narradores de la desintegración del Imperio Austrohúngaro (especialmente Joseph Roth). La amante de Bolzano (1940) utiliza la figura de Casanova para redundar en el estudio de la psicología humana y en la capacidad de la palabra para contrarrestar el olvido. La novela transcurre en el siglo XVIII, pero los hechos trascienden el marco temporal, insinuando que la felicidad es la más improbable de las emociones.

Tras fugarse de los calabozos de la Inquisición, Casanova se detiene en Bolzano, donde reside Francesca, la única mujer que neutralizó su instinto depredador, oponiendo la posibilidad del amor al vacío de la seducción. La relación no se consumó. Cinco años después, Francesca sigue amándole y el conde de Parma, que no ignora los sentimientos de su esposa, ofrece a Casanova dinero para que transforme el amor en desprecio. Deberá pasar una noche con ella y decepcionarla. El desenlace no produce el efecto esperado. Casanova no logra destruir la pasión de Francesca, pero descubre la inanidad de su vida. La seducción no es una obra de arte, sino una huida prolongada. El placer sólo es un espasmo que apenas puede ocultar el vacío de una existencia incapaz de reconocer en el otro su humanidad.

Casanova es un símbolo de libertad, pero también es un ejemplo de insatisfacción y soledad. El libertino siempre está solo porque concibe a los otros como objetos, meras piezas de su juego narcisista. Francesca revela a Casanova que no soporta el amor, porque éste comporta "un deber pleno, una plena responsabilidad". Estas palabras no encierran una objeción moral, sino una profunda comprensión del amor, que no es una obra de arte, sino plenitud. Amar es servir, pero Casanova se rebela contra esa posibilidad, pues su ambición es convertir su existencia en la apoteosis del artificio. Sus peripecias son las de un actor que declama bajo una máscara, pero sólo Francesca advierte que no hay nada más allá. Casanova es "un depredador triste y hambriento", pero también un escritor que acumula palabras para impedir que prospere el olvido. Márai imprime al personaje una complejidad que recuerda las tesis de Kierkegaard sobre la seducción. Lo más característico del donjuanismo no es la vanidad, sino la búsqueda del todo, del instante absoluto. Márai recrea esta tensión con largos e intensos diálogos. Su habilidad para crear atmósferas y mantener la expectación acreditan sus extraordinarias dotes de narrador. Sólo cabe esperar que la feliz recuperación de su obra no se interrumpa. La comprensión del siglo XX quedaría incompleta sin su literatura.