Image: Corpus solus. Para un mapa del cuerpo en el arte

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Letras

Corpus solus. Para un mapa del cuerpo en el arte

Juan Antonio Ramírez

17 julio, 2003 02:00

Juan Antonio Ramírez, por Gusi Bejer

Siruela. Madrid, 2003. 355 páginas, 45 euros

Ramírez nos ofrece un mapa de lo corporal en el arte actual, trazado con deliberada parcialidad, de lectura realmente apasionante. Es un ensayo, en su doble acepción de reflexión y de tentativa: el trabajo de un crítico de arte más que de un historiador

Aunque el cuerpo humano ha sido uno de los motivos preferidos del arte de todos los tiempos, creo que se puede afirmar que desde comienzos de la década de 1980 atrajo de forma aún más insistente la atención de los creadores. El debate en torno al género y el sexo, la aparición del sida, la crisis de los proyectos de transformación social, entre otras causas, otorgaron al cuerpo un protagonismo que se explicita en la frase que acompaña una obra célebre de Barbara Kruger, de 1989: "Tu cuerpo es un campo de batalla". En efecto, muchas luchas, sociales y políticas, se libran sobre él, aunque no seamos conscientes de ello. Dar cuenta de esa presencia, con su riquísima proliferación de interpretaciones y presentaciones es el objetivo de este libro singular.

Su autor, Juan Antonio Ramírez, catedrático de Historia del Arte, ha dado pruebas en numerosas ocasiones de poseer un talento especial para presentar los aspectos menos transitados del arte o las miradas más originales sobre sus creadores, ya sean las arquitecturas del cine o la inspiración apícola de la obra de Gaudí. En esta ocasión nos ofrece un mapa de lo corporal en el arte actual, trazado con deliberada parcialidad, cuya lectura es realmente apasionante. Y cuando digo parcialidad quiero referirme a su intención de evitar un examen sistemático y exhaustivo de este territorio. Este libro no es un tratado, es un ensayo, en su doble acepción de reflexión y de tentativa: el trabajo de un crítico de arte más que de un historiador. Pero dudo mucho que una aproximación más académica hubiera resultado más eficaz y, sobre todo -qué palabra tan poco científica- más interesante. Creo, en definitiva, que su autor ha sido consecuente con el hecho de que ante un cuerpo que se muestra, el observador se convierte, inevitablemente, en voyeur.

En los orígenes de la tradición artística occidental, la aproximación clásica al cuerpo humano buscó en él la representación de un canon de belleza cuya estela, en nuestros días, sólo se prolonga en el ámbito estrictamente económico de la moda y la publicidad. El arte actual, por el contrario, aborda el cuerpo desde una posición que está en las antípodas: utiliza el cuerpo como escenario de problemas y adversidades. Las performances quirúrgicas de una Orlan, por referirme a la última artista estudiada, tienen un objetivo "caosmético", más que cosmético, si se me permite el neologismo. Entre el cuerpo humano como microcosmos al cuerpo humano como microcaos, se desarrolla un viacrucis cuyas estaciones a lo largo del siglo XX arman los capítulos de este libro.

El antiguo desnudo, edénico y estático, emplazado en la naturaleza, se convierte en un desnudo trémulo e inequívocamente sexual en los interiores urbanos pintados por cubistas y futuristas. La piel pintada de Manzoni o Klein es ya carne lacerada en Gina Pane o Danielle Buetti. Creo que "lo más profundo es la piel" y por eso me parecen menos hondas las perturbadoras creaciones del doctor von Hagen, que presenta desollados cadáveres plastificados. Mientras que su inclusión en este libro me parece francamente prescindible, encuentro muy acertada la atención que Ramírez le dedica al vestido, como segunda piel y acaso más constitutiva de la identidad que la primera: los vestidos de Elena de Rivero, Lygia Clark o Rebeca Horn son ejemplos de ello. Otro aspecto de interés es ese cuerpo derramado que constituyen los fluidos orgánicos. Prescindiendo de otros líquidos menos espirituales, Ramírez elige las "lloronas" de Picasso o las lágrimas lupa de Man Ray. Y también tienen un lugar destacado los maniquíes que tanto gustaban a los surrealistas y los maniquíes abyectos de Cindy Sherman. Junto a todos estas obras y estos nombres, bien conocidos, aparecen otros que sin duda constituirán un descubrimiento para el lector. Pienso en Amaya Bozal, en Javier Velasco, en Alberto García Alix o en David Nebreda, al que se le dedica un capítulo conmovedor, como lo es su propia obra.

Creo, en este sentido, que es muy de agradecer que este largo recorrido por los cuerpos llegue hasta nuestro país y nuestros días. Me resulta difícil resumir en unas líneas la multiplicidad de enfoques y perspectivas que el libro ofrece, pues hablar de la representación del cuerpo le lleva a Ramírez a historiar muchas otras ramas del saber. Mención aparte merece la extraordinaria selección de imágenes que acompaña al texto. Es la mejor prueba de hasta qué punto tenía razón Maurice Reynal cuando escribió, allá por 1933, que todo verdadero artista "rehace el cuerpo humano". No me cabe duda de que los historiadores tendrán también que rehacer este mapa, que es el de un viajero, no el de un cartógrafo. Para nosotros, sus lectores, seguirá siendo un estímulo insuperable.