Recuerdo los comentarios de mi viejo maestro, en el sentido rancio de la palabra, don Pedro que allá a finales de los sesenta dogmatizaba con gesto grave que la literatura era ante todo imaginación. No llegó a tiempo, el bueno de don Pedro, de leer La historia interminable pero esta novela encarna su visión, tal vez "trasnochada" para algunos, de la magia de la creación literaria. Bastian, el niño protagonista, se antojaría un personaje quijotesco encargado de liberar al mundo de un peligro mucho más grave que una bomba atómica: el final de la fantasía. ¿Acaso no defendía eso mismo nuestro ingenioso hidalgo? J. A. GURPEGUI