Nos tiene muy acostumbrados el Premio Nobel colombiano a sus jugue-teos con la realidad y la ficción. Del mismo modo que sus novelas se vetean de grandes o pequeñas verdades que el autor no vacila en confesar como propias, en estas heterodoxas memorias sucede lo contrario: pese a que lo contado es, en teoría, cierto, el autor no puede disimular su grandísima capacidad de fabulación sin que el lector se sienta por eso defraudado. El que aquí aflora es el mejor García Márquez. Y seguramente lo que aquí se nos narra ocurrió de algún modo. Si no, poco importa. Su estilo, su imaginario y sus historias lo justifican todo.