Image: Marte contra Minerva. El precio del Imperio Español

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Letras

Marte contra Minerva. El precio del Imperio Español

Bartolomé Yun

20 mayo, 2004 02:00

Felipe II, por Gusi Bejer

Crítica. Barcelona, 2004. 624 páginas, 29’90 euros

Bartolomé Yun es uno de los historiadores españoles con mayor proyección internacional. Cordobés, afincado durante muchos años en Valladolid, de cuya universidad fue alumno y profesor, es catedrático de la Universidad de Sevilla, aunque actualmente desarrolla su actividad como profesor del prestigioso Instituto Universitario Europeo de Florencia.

Durante el año que pasó en el Institute for Advanced Study de Princeton, a comienzos de los noventa, empezó a forjarse este libro. Su campo de investigación específico ha sido siempre la historia económica moderna, a la que ha dedicado numerosos trabajos como su primer libro, Crisis de subsistencias y conflictividad social en Córdoba a principios del siglo XVI (1980), su tesis Sobre la transición al capitalismo en Castilla. Economía y sociedad en Tierra de Campos (1987), o el reciente La gestión del poder. Corona y economías aristocráticas en Castilla, siglos XV-XVIII (2002). Tales títulos, junto al que comentamos, muestran en él una evolución desde lo particular a lo general, a una historia económica entendida cada vez más como marco explicativo de la realidad histórica en su conjunto. Y ello es importante, no solo por la capacidad de comprensión y el enorme esfuerzo de lectura, análisis e interrelación que implica, sino por lo excepcional que resulta en la historiografía española.

Estamos demasiado acostum-brados a que los grandes análisis de conjunto vengan del exterior. Por ello, el mérito de esta obra es el de proponer, desde nuestra historiografía, una visión de la historia del imperio español durante su etapa de formación y auge, entre 1450 y 1600, que sabe integrar de forma crítica las visiones precedentes, y que se basa en una profunda información. Gracias a ello consigue subrayar el protagonismo en la historia de Europa de un área como la hispana, frecuentemente olvidada en los debates sobre el desarrollo económico del continente. El resultado ha sido "una investigación sobre economía política, donde el hecho central es la cuestión de cómo la política y el desarrollo institucional afectan a la evolución económica". Un estudio que analiza e integra en la interpretación variables de tipo demográfico, económico, social, político, institucional o cultural. No se trata sólo de analizar las consecuencias económicas del imperio, la política hegemónica y la guerra, sino sobre todo de estudiar hasta qué punto tales hechos contribuyeron a modelar realidades como las relaciones entre la corona, la nobleza, la iglesia y los poderes locales, instituciones como el mayorazgo, o las propias estructuras sociales, y sus efectos sobre el desarrollo económico.

Los primeros capítulos estudian las estructuras que se conforman tras la crisis del XIV, que en Castilla se caracterizarían por un "entrelazamiento" entre el poder real y el señorial (incluidos el señorío urbano y el eclesiástico), que permitió un potente incremento de los ingresos de ambas partes, merced a un aparato fiscal eficaz. La corona se vio forzada a una continua cesión de rentas y jurisdicciones a la aristocracia que, pese a cuanto se ha dicho, no se interrumpió, en lo fundamental, con los Reyes Católicos. Tal sistema dio lugar a un cierto equilibrio -aunque cargado de tensiones- entre los diversos elementos, y permitió la formación de un sistema urbano relativamente sólido, que en lo político se caracterizaría por el poder del patriciado de un grupo de ciudades. En Aragón, en cambio, la corona había esquilmado buena parte de su patrimonio y carecía de un aparato fiscal eficaz, lo que dio lugar a una aristocracia con fuertes capacidades políticas frente a la monarquía -que defendería con frecuencia a través de los fueros y las Cortes- pero mucho menos rica y potente que la castellana.

El reinado de los Reyes Católicos fue un periodo de notable estabilidad política, aunque basada en numerosas transacciones. La crisis posterior a la muerte de Isabel llevaría a las rebeliones de comienzos de los años 20 (Comunidades y Germanías), tras las cuales se restablecieron las líneas básicas del equilibrio anterior, aunque algo había cambiado: la inserción, con Carlos V, de los reinos peninsulares en un conjunto patrimonial más amplio que abría nuevas posibilidades a sus grupos dominantes. Castilla jugaría un papel decisivo, merced a la notable capacidad de movilización de recursos para la guerra que tenían la nobleza y las ciudades, lo que explica su destacado papel en la hegemonía internacional de la monarquía de los Austrias. En Castilla, como en Francia -a diferencia de Aragón o de Inglaterra- se habían constituido poderosos sistemas de bombeo de la renta hacia la corona que, al tiempo que alimentaban la renta señorial, permitieron la constitución de poderosas maquinarias bélicas. Todo ello coincidía con una fase de notable expansión económica desde las últimas décadas del siglo XV. El autor no acepta para la economía española las ideas de arcaísmo, retraso, debilidad o dependencia, ni tampoco su carácter periférico: insiste en el dinamismo de las economías ibéricas, que se enfrentaron a problemas similares a los de otras sociedades y regiones de Europa, como demuestra. Desde tales premisas, analiza el modelo de crecimiento de la economía hispana, y posteriormente la crisis del mismo, a partir de una serie de problemas que comienzan a manifestarse en la segunda mitad del siglo XVI. Tras repasar las diversas explicaciones aportadas por la historiografía, achaca a la política y la evolución institucional y social la clave explicativa de la evolución económica y de la crisis, que era en buena parte una cuestión de contexto, lo que explica el que determinados elementos influyeran en España de forma distinta a como lo hicieron en otras economías. La causa principal de la crisis estuvo en el Imperio y sus efectos "a la hora de solucionar los problemas de reproducción de la aristocracia y de las élites sociales, sin forzarlas a cambios radicales en sus bases económicas". A diferencia también de algunos territorios europeos, la contrapartida a la pérdida de eficacia económica fue una notable estabilidad política.

Al final del periodo estudiado, y al revés de lo ocurrido en el encuentro entre griegos y troyanos narrado en la Ilíada, la idea de la guerra destructiva, personificada por Marte, parecía haberse impuesto sobre Minerva, que simbolizaba un tipo de guerra ligado a la sabiduría y era patrona de actividades productivas como las de los artesanos, hilanderas y tejedores.


Marte en Hispania
Cuando en 1556 -explica Yun- Felipe II se hizo cargo de la herencia de su padre, los Habsburgo parecían convencidos de la dificultad de mantener un conjunto político tan heterogéneo y disperso. Desde 1555 la dirección de los asuntos alemanes había pasado a Fernando, quien se haría con el trono imperial mientras Felipe parecía destinado a dominar en el oeste de Europa. Era además rey de Inglaterra tras su matrimonio con María Tudor, cuya muerte habría de reforzar el carácter hispánico de la Monarquía. Pero para entonces estaba claro que la compleja red de relaciones internacionales y delicados equilibrios locales condicionaría el destino de sus dominios. No pocos historiadores han hablado de castellanización del Imperio. No faltan razones para aceptar dicho calificativo, que subraya el creciente protagonismo que tuvieron las elites de la Corona de Castilla en el conjunto patrimonial de los Austrias. Pero eso no implica la imposición de una lógica estrictamente castellana a los dominios de los Habsburgo españoles: esa castellanización terminó por cambiar los destinos de los territorios peninsulares y de la propia Castilla y partía además del hecho de la pluralidadde situaciones a que habían dado lugar las diferentes relaciones entre cada uno de ellos y la Corona. En 1556 éste era aún un entramado muy delicado, una monarquía compuesta, muy diferente según los reinos.


La crisis del XIV
Muchos son los factores que llevaron a la crisis del siglo XIV, una crisis que comenzó hacia el año 1300, pero fue hacia el 1400 cuando alcanzó su fase más aguda. La crisis ha sido estudiada desde dos puntos de vista contrapuestos, uno malthusiano y otro marxista: hay quien ha visto esta crisis como revelación de la decadencia de un sistema y quien la ha comprendido, más bien, como el anuncio de un nuevo mundo. En los últimos años se ha visto esta crisis no sólo desde un punto de vista socio-económico (que ha sido el privilegiado por la tradición historiográfica), sino también desde otras perspectivas. Según el historiador alemán Wilhelm Abel se produjo en Europa una depresión agraria salpicada por numerosas crisis de corto plazo. No hay que olvidar que se trata de un período abundante en conflictos armados (la guerra de los Cien Años fue el más espectacular, pero no el único). Tampoco la difusión incontrolada de la peste negra fue el único detonante de la crisis, aunque quizás sí el más importante. Al descenso de habitantes lo acompañaron otros factores dependientes de él: la caída de la producción de alimentos, el descenso de las rentas señoriales...

Para F. Lutge la crisis sería exclusivamente agraria, pues las ciudades, dice, no sólo no pasaron por dificultades durante los siglos XIV y XV, sino que vivieron una auténtica edad de oro. Otro factor no desdeñable de la crisis son las condiciones climatológicas adversas, "de muy grandes nieves e de grandes yelos", como se recordaba en las Cortes castellanas celebradas en la ciudad de Burgos en el año 1345, que se vivieron en la época. El francés E. Perroy, en un célebre articulo del año 1949, habla, con bastante sentido, no de la crisis, sino de las crisis del siglo XIV.