Image: Antología. El Neruda de los jóvenes poetas

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Letras

Antología. El Neruda de los jóvenes poetas

Pablo Neruda a los 100

8 julio, 2004 02:00

Pablo Neruda y Matilde Urrutia

A MATILDE URRUTIA
Señora mía muy amada; gran padecimiento tuve al escribir estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera. Al proponérmelo, bien sabía que al costado de cada uno, por afición electiva y elegancia, los poetas de todo tiempo dispusieron rimas que sonaron como platería, cristal o cañonazo. Yo, con mucha humildad hice estos sonetos de madera, les di el sonido de esta opaca y pura substancia y así deben llegar a tus oídos. Tú y yo caminando por bosques y arenales, por lagos perdidos, por cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de palo puro, de maderos sometidos al vaivén del agua y la intemperie. De tales suavizadísimos vestigios construí con hacha, cuchillo, cortaplumas, estas madererías de amor y edifiqué pequeñas casas de catorce tablas para que en ellas vivan tus ojos que adoro y canto. Así establecidas mis razones de amor, te entrego esta centuria: sonetos de madera que sólo se levantaron porque tú les diste la vida.
(Dedicatoria de Cien sonetos de amor, 1969).

No hace falta alegar que es un poema en prosa. Esta bellísima secuencia, texto perfecto, abre los Cien sonetos de amor como una especie de "soneto cero" hecho de preciosas tensiones. Conmueve el código nobiliario ("señora mía muy amada") y hasta místico ("que adoro y canto") en boca de un comunista. Frente a los artificios, la naturalidad. Frente a los lujos, la pobreza. Platería, cristal o cañonazo se ven superados por la humilde madera. Combate con el idioma ("madererías"), cargándolo de imágenes y de ritmo ("pequeñas casas de catorce tablas"). Europa entera se convierte en pasado ante esta América que emerge con los amantes. Sé que es un poe-ma porque sus palabras se quedaron una por una en mi corazón. "La alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera": Neruda en estado puro. Juan Antonio GONZáLEZ IGLESIAS


PUNTO
No hay espacio más ancho que el dolor,
no hay universo como aquel que sangra.

Estravagario -el libro al que pertenece este poema- no es el mejor título de Neruda, pero quizá es uno de los más sorprendentes. Se diría escrito tras "un baño de tumba" y asombra en él que el poeta más capaz, más verboso, más abundante del idioma renuncie a toda su habilidad lingöística para callar ante el silencio sin analogías, sin adjetivos y sin calificaciones del dolor, ante el mutismo sin verborrea posible del universo ensangrentado. Frente a esto, que habla por sí solo, Neruda parece añadir un "punto en boca", un "punto final". La desdicha no necesita más versos ni mayores enunciados. Esperanza LóPEZ PARADA

PICAFLOR

Sephanoides II
El colibrí de siete luces,
el picaflor de siete flores,
busca un dedal donde vivir:
son desgraciados sus amores
sin una casa donde ir
lejos del mundo y de las flores.

Es ilegal su amor, señor,
vuelva otro día y a otra hora:
debe casarse el picaflor
para vivir con picaflora:
yo no le alquilo este dedal
para este tráfico ilegal.

El picaflor se fue por fin
con sus amores al jardín
y allí llegó un gato feroz
a devorarlos a los dos:
el picaflor de siete flores,
la picaflora de colores:
se los comió el gato infernal
pero su muerte fue legal.

Decir que éste es mi poema preferido de Neruda es a la vez verdadero y falso. Podría haber elegido una veintena más con igual devoción. El maestro es tan pródigo en milagros como en desacatos. En esta oda veo al Neruda de cuerpo entero: el visionario, el que enfoca lo diminuto para abarcar el gran misterio gozoso del ser, el mago del idioma, el siempre diáfano, el de altos vuelos. Vicente GALLEGO


20
20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero [...]

Me gusta cómo plantea una situación vital que no tiene por qué cumplirse en el poema; cómo se muestra lo que el poema no va a ser y se considera toda queja como sólo posible. P.N. construye con ingredientes que ya no son memoria, sino memorial, residuo ironizado, materia equivalente a la de los números alejandrinos y la rima o la modulación de contradicciones que abren el campo de la coherencia poética: llenar de sentido realidades contrarias. Habla de versos "últimos". Finales de una historia y primeros en poesía: los versos de una alegoría o una metamorfosis. álvaro GARCíA


ODA AL DíA INCONSECUENTE
Plateado pez
de cola
anaranjada,
día del mar,
cambiaste
en cada hora
de vestido,
la arena
fue celeste,
azul
fue tu corbata,
en una nube
tus pies
eran espuma
y luego
total
fue el vuelo verde
de la lluvia
en los pinos:
una racha de acero
barrió
las esperanzas
del Oeste,
la última o la primera
golondrina
brilló blanca y azul
como un revólver,
como un reloj nocturno
el cielo sólo
conservó un minutero [...]

De entre los innumerables Nerudas, escojo el de las Odas, cuya principal enseñanza consiste en demostrar que el verdadero poema es el mundo al completo, y viceversa: la mágica disposición de las palabras en el poema adquieren el rango de universo propio. Nada de lo humano, pues, -un limón, el humo- es ajeno a la voluntad hímnica de la poesía. Carlos MARZAL


CABALLOS
Vi desde la ventana los caballos.

Fue en Berlín, en invierno. La luz
era sin luz, sin cielo el cielo.

El aire blanco como un pan mojado.

Y desde mi ventana un solitario circo
mordido por los dientes del invierno.

De pronto, conducidos por un hombre,
diez caballos salieron a la niebla.

Apenas ondularon al salir, como el fuego,
pero para mis ojos ocuparon el mundo
vacío hasta esa hora. Perfectos, encendidos,
eran como diez dioses de largas patas duras,
de crines parecidas al sueño de la sal.

Sus grupas eran mundos y naranjas.

Su color era miel, ámbar, incendio.

Sus cuellos eran torres
cortadas en la piedra del orgullo,
y a los ojos furiosos se asomaba,
como una prisionera, la energía.

Y allí en silencio, en medio
del día, del invierno sucio y desordenado,
los caballos intensos eran la sangre,
el ritmo, el incitante tesoro de la vida.

Miré, miré y entonces reviví: sin saberlo
allí estaba la fuente, la danza de oro, el cielo [...]

Neruda recuerda estos magníficos caballos que a mí, como lector, me traen a la memoria el inquietante caballo blanco que Rilke evoca en el poema XX de sus Sonetos a Orfeo. Pero, a la vez, esas grupas que son "mundos y naranjas" me hacen pensar en Lorca y en su jinete fatal que no puede llegar a su destino. El vértigo de asociaciones no tiene fin. Porque, ¿cuál es el trasfondo de este emblema? La plenitud frente a la desolación, la belleza que salva y que nos hiere, el enigma del ritmo que cifra en sí la vida, el orgullo de la autoafirmación frente a tantos inviernos cotidianos. Imagen como piedra en el agua, abriéndose al misterio. Lorenzo OLIVáN


ODA A LOS CALCETINES
Me trajo Maru Mori
un par
de calcetines
que tejió con sus manos
de pastora,
dos calcetines suaves
como liebres.
En ellos
metí los pies
como en
dos
estuches
tejidos
con hebras del
crepúsculo
y pellejo de ovejas.

Violentos calcetines,
mis pies fueron
dos pescados
de lana,
dos largos tiburones
de azul ultramarino
atravesados
por una trenza de oro,
dos gigantescos mirlos,
dos cañones;
mis pies
fueron honrados
de este modo [...]

En donde yo vivo las nieves de finales de octubre son perpetuas hasta marzo. El frío es invisible pero pesa. Te adormece y te emborracha, como el gas de la risa. Algunos días hace tanto frío que sólo salen los suicidas o los muñecos de nieve. Esos días salgo con unos calcetines de lana mágicos y me doy cuenta de que la felicidad a treinta bajo cero son unos simples calcetines de lana. Ana MERINO


APOGEO DEL APIO
Del centro puro que los ruidos nunca
atravesaron, de la intacta cera,
salen claros relámpagos lineales,
palomas con destino de volutas,
hacia tardías calles con olor
a sombra y a pescado.

¡Son las venas del apio! ¡Son la espuma,
[la risa,
los sombreros del apio!
Son los signos del apio, su sabor
de luciérnaga, sus mapas
de color inundado,
y cae su cabeza de ángel verde,
y sus delgados rizos se acongojan,
y entran los pies del apio en los mercados
de la mañana herida, entre sollozos,
y se cierran las puertas a su paso,
y los dulces caballos se arrodillan.

Sus pies cortados van, sus ojos verdes,
van derramados, para siempre hundidos
en ellos los secretos y las gotas:
los túneles del mar de donde emergen,
las escaleras que al apio aconseja,
las desdichadas sombras sumergidas,
las determinaciones en el centro del aire,
los besos en el fondo de las piedras.

A medianoche, con manos mojadas,
alguien golpea mi puerta en la niebla,
y oigo la voz del apio, voz profunda,
áspera voz de viento encarcelado,
se queja herido de aguas y raíces,
hunde en mi cama sus amargos rayos,
y sus desordenadas tijeras me pegan en
[el pecho
buscándome la boca del corazón ahogado [...]

La atención, la minuciosa atención, donde, a un mismo tiempo, se ilumina y arde lo atendido. La emoción, centrífuga, pero con su centro exacto en las palabras; esa emoción que va del corazón del apio, al corazón del hombre, y de ambos a la perplejidad de todo y ante todo. La hermandad en los asuntos de la vida, su murmullo y sus silencios, sus bulliciosos mercados y apartadas habitaciones. Y su imperfección, su descuido final, ese magnífico eclipse, ese involuntario tropiezo que hace verdaderamente impuro al mejor Neruda. Guadalupe GRANDE







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