Charlas de mañana y tarde
Naguib Mahfuz
22 julio, 2004 02:00Naguib Mahfuz, por Gusi Bejer
Naguib Mahfuz (El Cairo, 1911) creció en el barrio de Al-Gamaliya, en la zona antigua de El Cairo. Hijo de un modesto funcionario, su existencia nunca se ha deslindado de esa burguesía que, sin repudiar la tradición, asimiló la modernización promovida por el nasserismo.
Charlas de mañana y tarde apareció en 1987, pero no se había traducido a nuestro idioma hasta ahora. Mahfuz escoge la forma del diccionario biográfico para recrear la historia de una familia cairota. Seis generaciones, sesenta y siete personajes que conocen el amor, la muerte y la fragilidad de los afectos entre la invasión napoleónica y la revolución de julio de 1952. Sus peripecias se confunden con las de una ciudad que se perfila como una realidad viva, cambiante. El bullicio de las calles, la luz del sol resbalando por las fachadas, el ruido del tráfico ("semejante al de la erupción de un volcán") o el silencio de los patios no son menos importantes que las expectativas incumplidas o las efímeras alegrías de esos personajes que se acomodan a las circunstancias o se rebelan contra ellas. Mahfuz no introduce elementos fantásticos, pero no elude el carácter onírico de la percepción infantil, que reserva su credibilidad para lo improbable. Para la imaginación del niño, sólo es real lo inverosímil, lo sobrenatural. La muerte de un ser querido es incomprensible, cuando no está asociada a elementos mágicos. Es posible desaparecer, cambiar de estado, pero no extinguirse. Sólo al crecer se advierte que la existencia está abocada al no ser. Mahfuz no apela a la religión. Sus personajes creen vagamente en Dios, pero su desamparo ante la enfermedad o la muerte revela la inconsistencia de su fe. El Islam aún flota en la conciencia colectiva, pero el escepticismo crece tan deprisa como esa ciudad rebosante de vida que estrangula su centro histórico con barrios nuevos.
La crisis de la tradición se refleja en la convivencia familiar, donde los jóvenes reivindican su derecho a elegir o discrepar. Las mujeres también se rebelan y el divorcio, una sombra semejante al vuelo de un "murciélago ciego", deshace los matrimonios basados en el dominio masculino. La unión de una pareja sólo puede basarse en la expectativa de felicidad y cuando ésta se desvanece, se impone la disolución del lazo. Los personajes de Mahfuz apenas conocen la dicha. Su insatisfacción está ligada a la incomprensión o la conciencia de fracaso. El anhelo de amor queda incumplido cuando la fatalidad interviene. La belleza se malogra con los años y ni el alcohol ni el adulterio permiten huir de la desdicha. No es imposible morir en completa soledad, aunque hayas prodigado afecto y entrega. Vivir más de cien años puede convertirse en una maldición, cuando la edad te permite asistir a la muerte de tus hijos. La inminencia del fin evidencia la inutilidad de acumular bienes. Las propiedades materiales son baratijas inservibles. La felicidad es un estado del alma que no puede proporcionar ningún objeto. Mahfuz explora el resentimiento que experimentamos hacia los más próximos, cuando les responsabilizamos de nuestro malestar. El odio adquiere una fuerza pavorosa en los matrimonios que sobreviven a su fracaso. La hostilidad no desaparece ante la muerte del otro. La gratitud es un sentimiento precario, pero el desprecio permanece, incluso cuando se han borrado las causas que lo originaron.
Con una prosa sencilla, casi elemental y suavemente poética, Mahfuz logra hilvanar las biografías de sus personajes, sin incurrir en esa confusión que aflige a las narraciones con un exceso de historias. El riesgo de la dispersión queda neutralizado por el carácter coral del texto. Cada relato es como la nota de una melodía que explora todas sus variaciones. Hay un aliento trágico en la fatalidad de algunas vidas, pero Mahfuz es un escritor moderno y no es el destino, sino el azar el que determina los hechos. No obstante, Mahfuz ha interiorizado la lección del rey Lear, que descubre en el páramo la profundidad del dolor, su inagotable reserva. Tras la pérdida de los hijos o la soltería indeseada, puede aparecer la miseria o la enfermedad. Esta consideración no está vinculada necesariamente al pesimismo. Mahfuz recrea la muerte de sus personajes con un lirismo conmovedor, evitando la complacencia morbosa. Una o dos líneas son suficientes para evocar el último aliento. Su sencillez sugiere melancolía, pero no desesperación. Aunque el hombre no parece hecho para la felicidad, es imposible contemplar una noche de otoño o la agitación de una plaza, donde se comercia, se come y se habla, sin renovar el entusiasmo por la vida. La sombra de unos robles somnolientos nos reconcilia con el simple existir, ayudándonos a soportar las inevitables decepciones.
"La esterilidad es el único consuelo que nos queda", exclama uno de sus personajes, pero Mahfuz nunca ha cedido a esa tentación. Después del atentado, tuvo que rehacer su caligrafía, pues su mano derecha apenas respondía a los estímulos. Su letra era ilegible, pero no renunció a la escritura. Al igual que Primo Levi, Mahfuz entiende que la adversidad es incontrolable, pero no la actitud que adoptemos ante ella. La memoria, la dignidad y el amor son un ejercicio de resistencia contra la barbarie. Amenazado de muerte por los integristas (el jeque Omar Abdel Rahman dictó una fatwa contra él por su libro Hijos de nuestro barrio), Mahfuz no puede prescindir de la protección policial, pero su escritura sigue fluyendo en forma de brevísimos relatos. Su tenacidad es un triunfo del espíritu que nos exime de la desesperanza.
Egiptos
Dos direcciones ha tomado la obra novelística de Naguib Mahfuz: de un lado están sus novelas del Egipto antiguo, con sus faraones y sus pirámides; de otro, las del Egipto moderno, con no menor carga histórica. Los estudiosos han señalado cuatro etapas en su obra. La primera comprendería tres novelas sobre la historia del antiguo Egipto escritas entre 1939 y 1944 bajo la influencia de Walter Scott. En adelante Naguib Mahfuz pasaría a ocuparse de las historias cotidianas de El Cairo. Esta es su segunda etapa, culminada entre 1956 y 1957 con la publicación de la Trilogía de El Cairo. En este periodo estudia las enfermedades sociopolíticas de su sociedad con las mejores técnicas del realismo y el naturalismo. Lugar aparte merece El espejo (1948) donde Mahfuz experimenta a escribir basándose en las teorías freudianas del psicoanálisis. Después llegarán Gente de nuestro barrio o El ladrón y los perros (1982). En las novelas de este período se muestra más crítico que antes. Finalmente, en su cuarta etapa, Mahfuz abandona los modelos occidentales para retomar la influencia de clásicos árabes como las Mil y una noches, como en Las noches de las mil y una noches.
En los cafés de El Cairo
Naguib Mahfuz nació en El Cairo en 1911 y es el menor de los siete hijos de un funcionario de bajo rango. Estudió Filosofía en la Universidad Rey Faruk I y enseguida adquirió un profundo conocimiento de la literatura medieval y árabe. Para perfeccionar su inglés, durante sus años de universidad tradujo la obra de James Baikie. Entre 1939 y 1954 trabajó como funcionario en el Ministerio de Asuntos Religiosos: en esa época proyectó una serie de cuarenta novelas históricas ambientadas en la época de los faraones de las que publicó tres para acabar por abandonar el proyecto, ciertamente faraónico, y escribir sobre temas contemporáneos, con una sutil mirada atenta a los cambios sociales y a la sensibilidad moral y política de su país, sin dejar nunca de centrarse en los conflictos personales individuales. A la vez escribió algunos guiones cinematográficos que serían rodados en su país. Su gran éxito llegaría con la publicación de la llamada Trilogía de El Cairo (El palacio del deseo, Entre dos palacios y La azucarera), entre 1956 y 1957, la historia de una ambiciosa familia con no pocos elementos autobiográficos y alusiones a las circunstancias políticas de Egipto que confirmaba lo ya anunciado con la publicación de El callejón de los milagros (1947). Otras de sus obras maestras son El ladrón y los perros (1961) o Miramar (1967). En toda su obra muestra un gran conocimiento de la sociedad cairota y egipcia, vista a través del espejo de la novela rusa y francesa del XIX, y sobre todo una capacidad singular para desvelar los misterios de las relaciones humanas. En 1972 recibió el premio nacional de las letras egipcias, y en 1988 recibió el premio Nobel de Literatura y afirmó que creía "en la ciencia, el socialismo y la tolerancia". Seis años después recibió dos puñaladas en el cuello y en el vientre por parte de un fanático integrista de la Yarna Islamiya, que le acusaba de escribir libros blasfemos con críticas a Mahoma. Desde entonces está prácticamente ciego y sordo.