Image: Bernardo Atxaga

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Letras

Bernardo Atxaga: "Para mí el Paraíso es vivir varias vidas, empezar de nuevo"

2 septiembre, 2004 02:00

Bernardo Atxaga. Foto: Iñigo Ibañez

Galardonado con el premio de la Critica y el Euskadi de novela, el libro no sólo pone al fin a cinco años de silencio narrativo, sino que con él que se despide de Obaba, ese espacio mítico vasco que limita con la juventud, el terruño y la libertad. El hijo del acordeonista es la historia de dos amigos de Obaba que se reencuentran en los Estados Unidos en los años 90. Uno de ellos, David, ha muerto, y ha dejado como testamento tres ejemplares en euskera con su historia, que Joseba, el otro amigo, el espejo cínico, revisa y reescribe, a vueltas con los paraísos perdidos, la guerra civil, la traición, el amor y la muerte.

Tras cinco años enclaustrado, Atxaga se siente como si acabara de recuperar la libertad, así que este verano se ha multiplicado en foros y universidades con Neruda o su propia obra como excusa. Lo cierto es que han pasado más de veinte años desde que Joseba Irazu, que así se llama Atxaga, decidiera jugárselo todo por la escritura, dejando atrás la licenciatura en Económicas y su trabajo como guionista de radio y librero. De este oficio recuerda que la suya parecía la librería con más futuro de Euskadi porque estaba junto a la estación de tren por la que debían de pasar los estudiantes a la universidad, pero que un transporte especial a las aulas hizo que no se detuvieran allí jamás. Pero volvamos al presente, a este Hijo del acordeonista que ha sido una “conmoción en el País Vasco” por ventas (más de 10.000 ejemplares) y polémica. Resulta que le ha ocupado años de trabajo lleno de titubeos (“nunca sabes si la musa te acompaña”, confiesa), que probó hasta cuatro estructuras y suprimió casi la mitad de un libro que llegó a tener cerca de mil páginas: “Hay siete fragmentos que he tenido que apartar y que saldrán en un libro de cuentos, quizá en primavera”. En cuanto a la estructura, “tomé muchos riesgos” para lograr la aparente sencillez de una historia que son muchas: “La idea es que el lector entre en el libro desde el prólogo, y vaya inconsciente, gozosamente”, dice.
"En esta novela está todo lo que pienso de ese mundo como escritor y como hombre. El libro muestra la idea poética de un mundo que se apaga, ése que, con su belleza y su lado siniestro, se está disolviendo"
Paraísos y utopías -Después de Obabakoak o Un hombre solo, esta novela es la culminación del universo narrativo de Obaba, que abandona para siempre. -Sí, en esta novela está todo lo que pienso de ese mundo como escritor y como hombre. El libro muestra la idea poética de un mundo que se apaga, ése que, con su belleza y su lado siniestro, comenzó en el XIX y que se está disolviendo. -Se despide de Obaba, quizá porque, como reza el epitafio de un personaje, “Necesitaba dos vidas, sólo he tenido una” ¿Comienza ahora su segunda vida como escritor? -Como bien dice, me parece clave la idea de dos vidas, de resucitar, de empezar de cero si es preciso. Creo que hay que luchar por tener varias vidas y que si uno no se espabila, acaba muriendo en vida. Anhelo seguir escribiendo y viviendo sin repetirme ni quedarme varado. Y comienza a desgranar nuevos proyectos, como Llamadas a larga distancia: “Ahora -desvela- quiero girar hacia intramuros. Al menos sé dónde no quiero volver. Cuando escribí el prólogo al último libro de Leopoldo María Panero, mencioné una roca que se exhibe en un museo de Milán sobre cuya superficie unos hombres de hace 7000 años hicieron rayas y estrías. ‘Estuvimos aquí, hicimos esto”, nos dicen. Yo también quiero dejar mis marcas en la piedra”. -Como marcas en la piedra es otro epitafio clave en la novela, el de David: “Nunca estuvo más cerca del Paraíso que cuando vivió en este rancho”. Porque resulta esencial la nostalgia del paraíso. -Es un descubrimiento tardío, pero el Paraíso toma muchos nombres: algunos hablan de utopía, para otros es el país natal. Para mí la idea de paraíso tiene que ver con empezar de nuevo. Los paraísos son lugares que no existen pero que no podemos dejar. La otra cara del infierno -También en este libro escribe como nunca de amor y sexo. -Creo que la vida me ha dado suficientes pistas como para hacer tres historias de amor y sexo muy distintas. En este libro era insoslayable, porque sólo es posible hablar del infierno desde ese otro lado de la escalera que es el amor. Y el humor. Y el euskera. Una de las imágenes más hermosas del libro es la de David enterrando palabras vascas en cajas de cerillas para que sus hijas, norteamericanas, aprendan euskera. De hecho la novela comienza con un poema sobre la muerte de las palabras antiguas: “como copos de nieve/que tras dudar en el aire/caen al suelo/sin un lamento”. -Sí, llevaba mucho tiempo diciéndome que como autor bilingüe, tenía que hablar de esa problemática: no se sabe si el euskera saldrá adelante, ya que muchas palabras antiguas desaparecen como copos. Pero le pasa a todas las lenguas. También hay una equivalencia simbólica en la caja de cerillas y una urna funeraria.
"No se sabe si el euskera saldrá adelante, ya que muchas palabras antiguas desaparecen como copos. también hay una equivalencia simbólica en la caja de cerillas y en la urna"
-Es imposible no detenerse en su enfoque del terrorismo vasco en los años 70. ¿Qué ha cambiado en estos 30 años? -Lo que cuento en el libro parte de dos situaciones muy distintas: por una parte, en los 70 perduraba el eco de la guerra civil, aunque algunos historiadores crean que no existe relación entre la guerra y eta. Por otra, esos años hubo un repunte mundial de movimientos revolucionarios con tirón romántico, como los montoneros, los panteras negras, el Che. Parecía que estábamos de nuevo en una disyuntiva que enfrentaba al fascismo y a todo lo que estaba en contra. En esa situación, la violencia se podía entender en jóvenes con ansias de justicia. Pero perdimos esos paraísos, descubrimos lo que se ocultaba tras la máscara de la Unión Soviética, a España llegó la democracia... Pero en el País Vasco algunas víctimas se convirtieron en verdugos por una suerte de inversión perversa. -Como cuando en la novela se explica que el hijo de un maestro asesinado en la guerra ahora tiene que ir con escolta por ser socialista. -Sí. Mientras escribes estás muy permeable, y eso está pasando, pero no soy el único que lo cuenta, también Lertxundi escribió de un jardinero que iba a trabajar con escolta. Vuelvo a las leyes de ficción: yo hablo de personajes, no de símbolos. -Seguro que es consciente de que su libro va a ser polémico; al menos en el País Vasco lo ha sido. -Lo que se ha dado es que algunos lectores aceptaron el libro, pero no les gustaron algunos personajes. Sabía que uno de ellos iba a molestar a determinados radicales, pero no ha ido a más, aunque se me haya acusado de apología de la traición. -Quizá porque la realidad es triste y los libros la embellecen. -Sin duda. Yo entiendo la ficción como consolación, creo que tiene que dar alegría y consuelo, porque la realidad es siempre peor. Vivir en el mal -Tal vez en su vida cotidiana se cruce con alguien con un cuaderno como el del padre de uno de los protagonistas, con la lista de los que hay que asesinar... ¿Les recomendaría un disolvente para vivir en paz? -Creo que no sólo es mi caso, sino el de todos los escritores vascos, y el de todos los vascos. Tras el 11-M escribí en El Mundo que la vida es lo más grande, y que perderla es perderlo todo. Eso es así, siempre lo será, y quien no lo acepte está en el mal. Los vascos hemos vivido una situación compleja porque partíamos de la legitimidad de la víctima del fascismo, pero ha pasado mucho tiempo, han sufrido demasiados, de todos los colores. Mi verdadera convicción es que ha llegado el final. Pensar lo contrario sólo cabe en la obnubilación de alguien que ha perdido el sentido de la realidad.
"Tras el 11-M escribí en El Mundo que la vida es lo más grande, y que perderla es perderlo todo. Eso es así, siempre lo será, y quien no lo acepte está en el mal"
-¿A eso se refería cuando reivindicaba en La pelota vasca de Medem la idea de la ciudad vasca? -Hablo de ciudad vasca en el sentido en que Atenas fue ciudad cuando se convirtió en el lugar de la palabra en el que los guerreros no tenían prerrogativas ni poder. Cuando discuten los dioses quién debe heredar el escudo de Aquiles deciden que no sea Ajax, porque es un guerrero, sino Odiseo, el que habla, el que tiene la palabra. Esa es la idea: hacer de la ciudad vasca un lugar de gente que vive en paz, en el que no haya dueños y nadie decida quién vive ni quién trabaja, porque todos tienen derecho, vengan de donde vengan. Es una articulación para la libertad.