Testamento novelado, por Lorenzo Silva
Graham Greene, 100 años del espía de Dios
30 septiembre, 2004 02:00Fotograma de El americano impasible
"¿Estarás seguro de distinguir/ el lado bueno del malo,/ el capitán del enemigo? "Con estos significativos versos de George A. Birmingham se abre la última novela que publicó Graham Greene, El capitán y el enemigo, una hermosa historia de engaño y sacrificio con la que el escritor británico redondeó no sólo el conjunto de su obra, sino también aquella parte de ella por la que a la postre habría de ser más conocido y recordado: la que conforman sus relatos de espías.Cuando escribía de ese mundo de sombras, de embusteros profesionales movidos por la lealtad a una causa o por las ventajas derivadas de traicionarla, Greene sabía de lo que estaba hablando. Él mismo fue miembro de los servicios secretos británicos, en los que desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial labores de contraespionaje a las órdenes del luego famoso Kim Philby.
Poco después de abandonar el servicio para dedicarse por entero al oficio de escritor ("una ocupación segura", la califica no sin sorna uno de sus personajes en El capitán y el enemigo) Greene aprovechó sus conocimientos para alumbrar junto a Carol Reed el guión de El tercer hombre, la primera de sus historias de espionaje que, a través del cine, llegaría al gran público.
Después vendrían muchas más, no menos populares y también difundidas a través del celuloide, como Nuestro hombre en la Habana y El americano impasible. A través de todas ellas, Greene plasmó una visión irónica y escéptica del mundo de los espías, que tiene el valor de trascenderlo para convertirlo en metáfora de la condición humana, en aquello que toca a la verdad y la mentira, la generosidad y la vileza: el bien y el mal, en suma.
Es la suya una reflexión moral que parece exenta de cualquier intención moralizante, por la soltura con que sus personajes convierten el fraude, la astucia y hasta la deslealtad en una forma de vida. Pero ésta es una lectura superficial, como demuestra cumplidamente el sencillo y diáfano testamento literario que, desde la sabiduría y la maestría de su vejez, nos ofrece el autor en El capitán y el enemigo.
Sólo un necio podrá no ver el mensaje moral que encierra esta historia. A la manera de Greene, claro, que no es la de los burdos prescriptores de buenas costumbres. Al principio, el lector de El capitán y el enemigo no cree que vaya a leer una novela de espías. De hecho, casi parece un cuento dickensiano, en el que un niño huérfano de madre, y relegado por su padre al cuidado de su tía, es adoptado por un hombre que se hace llamar el Capitán, y que dice haber ganado al crío al backgammon.
El Capitán le cambia el nombre al chico, que desde entonces se llamará Jim, y lo entrega a una joven mujer, Liza, de quien después sabremos que perdió a un niño y con él la posibilidad de tener más. Jim pronto averiguará que ha sido adoptado por el Capitán para reemplazar el hijo perdido por Liza, y que el hombre de quien ahora depende es un delincuente y un embaucador, que durante largas temporadas se ausenta para acometer turbias empresas y que apenas convive con esa mujer por la que sin embargo parece preocuparse.
Es en la segunda mitad del libro, que ocurre años después en Centroamérica, en medio de las intrigas previas a la cesión del Canal a Panamá por Estados Unidos, cuando la historia adquiere el tono y el contenido característico de la factoría Greene. Tras la muerte de Liza, Jim viaja a Panamá, desde donde el Capitán, que ignora la suerte de la mujer, ha enviado a ésta dinero. Cuando llega allí, Jim no tiene valor para darle la noticia, en parte porque ha cobrado el cheque al portador que iba destinado a Liza. Mientras mantiene su embuste, descubre que el Capitán está metido en turbios asuntos, como de costumbre, pero esta vez mucho más peligrosos que las fechorías de antaño.
Comienza así un juego en el que el estafador es estafado por su hijo adoptivo, y en el que éste empieza a dudar, a medida que descubre el lado oculto del hombre al que siempre ha considerado un sinvergüenza, si no será mejor que él, que también usa de la mentira. En su sacrificio al final de la novela, el Capitán se muestra, a su modo, como un hombre cabal: porque ha engañado, incluso a quienes amaba, pero no pretendía ser inmaculado, y su amor, aunque no lo pregonara nunca, era cierto.
¿Dónde está el capitán, y dónde el enemigo? ¿Aquellos que se proclaman honrados, irreprochables, alentados por un ideal, y en verdad actúan movidos por cálculos, son más de fiar que quienes hacen ver sus flaquezas, sus pretensiones censurables, y las persiguen con descaro pero cuando llega el momento decisivo son capaces de ofrecerse sin pestañear? ¿A quién seguimos? ¿Al capitán? ¿Al enemigo? Dieciséis años después, la pregunta a la que nos arroja esta novela no puede estar más vigente.
El Capitán, entre sus peculiaridades, cuenta la de usar a veces palabras rebuscadas, porque fue prisionero de los alemanes en la guerra y su única lectura allí era un diccionario. En la carta-testamento que le deja a su hijo adoptivo, resume su vida como "una historia fuliginosa". En la novela testamentaria que es también El capitán y el enemigo, Greene nos invita a asumir ese hollín que nos oscurece siempre la vista y la memoria, que nos hace complejos y falibles, y entre el cual, con todo, los seres humanos nos vemos irrenunciablemente obligados a discernir el camino correcto de todos los que no lo son.