Cuentos completos
José María Eça de Queirós
14 octubre, 2004 02:00Caricatura de Eça de Queirós
Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 1845-Neully, 1900) se adhirió tempranamente al realismo, pero su prosa florida revela la influencia del romanticismo y el simbolismo. La admiración de Valle-Inclán, que tradujo algunas de sus novelas con notable libertad, surge de ese estilo moroso y refinado donde confluyen la ironía, el lirismo y el análisis social.Sus cuentos reflejan la misma poética que sus novelas: sin descuidar las calidades estéticas, se repudia la doctrina parnasiana del arte por el arte, buscando una forma que rehuya el énfasis y el sentimentalismo. El propósito de escarnecer los vicios de la burguesía introduce el lastre de una tesis que confunde literatura, sociología y política. Tal vez éste es el aspecto de su obra que peor ha envejecido, pero los imperativos del naturalismo no han malogrado la perspicacia psicológica ni la voluntad de explorar las posibilidades de la palabra en su recreación de las emociones, la naturaleza y la sociedad.
Sus cuentos dibujan el mismo arco temporal que sus novelas. Se aprecia la misma evolución hacia una madurez narrativa, que en sus últimos tramos incluye lo onírico y lo fantástico. Los relatos póstumos (Enghelberto y Sir Galahad, inacabados) se internan en el mundo medieval, reelaborando temas clásicos de la literatura artúrica (la búsqueda del Santo Grial) o redundando en los tópicos de una época caracterizada por lo brutal y primitivo. En Tema para versos, Eça de Queirós manifiesta su antipatía hacia la "poesía subjetiva", que sólo se ocupa del Amor, ignorando que la creación literaria surge como expresión de los grandes conflictos humanos: la intuición de lo sobrenatural, la incertidumbre ante la muerte, la ambición de poder. Eça asocia la "poesía subjetiva" a lo femenino y se burla de esos poetas que sólo hablan de alcobas y rosas, sin reparar en la guerra, la ciencia o la religión. Sin embargo, el patetismo de algunos de sus personajes (el ena-morado de Excentricidades de una chica rubia o la madre de El aya) evoca la desesperación romántica, evidenciando que su orbe narrativo no es ajeno al decadentismo del romanticismo tardío. El protagonista de Un poeta lírico corrobora esta interpretación, justificando el interés de Valle-Inclán, que advierte una afinidad estética, pese a la diferencia de planteamientos. El realismo de Eça no le impide aproximarse a la sensualidad pervertida, abordando la fascinación por las niñas de doce a catorce años con la complacencia de un poeta maldito.
El magisterio de Flaubert inspira En el molino, donde la frustración de una joven casada con un hombre mayor y enfermo desemboca en el adulterio. Flaubert no se compadece de su heroína. Eça elude la condena moral, esforzándose en comprender la inestabilidad emocional de una mujer que no ha conocido la pasión ni el placer y que, tras experimentar la seducción ocasional de un poeta infatuado, acepta la humillación y el desprecio de un amante indigno y sin escrúpulos. La sombra de Emma Bovary también se aprecia en José Matías. El romanticismo prolonga interminablemente una espera inútil. La hermosa Elisa alimenta el amor de José Matías, pero nunca se entrega a él. Se casa dos veces y consuela su viudez con un amante, sin desalentar a ese enamorado que renuncia a todo para contemplarla de lejos. El trágico fin de José Matías sugiere que el romanticismo es una enfermedad del alma, pero hay cierta grandeza en ese despilfarro que conlleva la inmolación de la propia vida. Eça no ridiculiza a su personaje, sino que se aflige con su destino, sin ocultar el asombro que le produce una peripecia tan inaudita. Al usar la segunda persona, se agudiza la impotencia del narrador, que refiere los hechos, aceptando la insuficiencia de su mirada. Esto es lo que evidencia la modernidad de Eça, que se desenvuelve con pasmosa maestría en un género intransigente con la imprecisión y la prolijidad. Frente a la omnipotencia del escritor realista, sus cuentos ofrecen una perspectiva fragmentaria, asumiendo que el conocimiento de los otros siempre es incompleto. La literatura es la crónica de un fracaso que se complace en su derrota.