2666, 'la' novela de Roberto Bolaño
Los escritores hispanoamericanos contemporáneos de resonancia (entre ellos Roberto Bolaño) siguen empeñados, tras alcanzar el éxito -y el chileno (1953-2003) consiguió con Los detectives salvajes el premio Herralde y el Rómulo Gallegos- en escribir “la novela” de su vida, la que ha de dejar testimonio de su capacidad para alterar el curso de la novela.
No cabe duda de que 2666 es una obra de gran envergadura y el proyecto de “la novela” en el que Bolaño trabajaba se revela en la nota final de su editor y amigo Ignacio Echevarría, quien nos obsequia con algunas claves: su enigmático título o la precisión de que Santa Teresa equivale a Ciudad Juárez. En una nota inicial los herederos del autor precisan que, ante la proximidad de una muerte anunciada, dio instrucciones sobre la edición por partes, una al año, con lo que suponía “dejar solventado el futuro económico de sus hijos”. Nunca sabremos qué hubiera ocurrido si Bolaño hubiera seguido puliendo esta novela que requiere devoción para adentrarse en su selvático mundo.
La más literaria de las cinco partes de la novela es la primera: “La parte de los críticos”, porque es literatura sobre literatura inventada: un puro ejercicio borgeano. Las historias de los críticos que analizan la obra de un escurridizo escritor alemán, Archimboldi, tres hombres y una mujer, que se encuentran en sucesivos congresos y se atraen hasta conformar un menage à trois, desgranan historias personales: la británica y divorciada Liz Norton, el francés Pelletier, el español Espinoza y el italiano Morini en su silla de ruedas trazan variadas historias amorosas. Sugieren también un mundo paralelo de sueños individuales y desembocan en Santa Teresa, donde descubrirán al profesor chileno Amalfitano, que entiende el exilio “como un movimiento natural”.
2666 constituye una experiencia literaria compleja, donde el autor busca inscribir sus pesadillas en un tiempo que siente desvanecerse. Su lectura apasiona
“La parte de Amalfitano”, segunda de la novela, gira también en torno a la literatura (Lola abandonará a su pareja para visitar a un poeta que “vivía en el manicomio de Mondragón” [alusión a L. M. Panero]); literatura y sexo se confunden, de forma irracional, anticipando el tema central del relato. Lola, su pareja, acaba abandonándolo, como a su hija Rosa, que seguirá viviendo con su padre en un silencio de 7 años. El reencuentro se da con una literaria normalidad. Es cuando descubre El testamento geométrico, de R. Dieste, sobre quien investigará también en Santa Teresa, donde acabará enseñando. Las relaciones literario-filosóficas las resolverá en figuras geométricas que se reproducen. Símbolos como el libro colgado en un tendedero ofrecen toques irracionalistas y vanguardistas (Duchamp) a una novela enriquecida con observaciones sobre el arte y la literatura. Los paralelismos entre Bolaño y Cortázar resultan fáciles de advertir.
La tercera parte (“La parte de Fate”) nos propone los trueques de personalidad. Nadie es lo que parece y hasta el cambio de nombres no se da sólo en el periodista negro Quincy Williams (Fate), sino en el novelista alemán, cuya naturaleza se nos revelará con detalle en la última parte, “Archimboldi”. Este borgeano juego de identidades. Fate, convertido en periodista, se introduce en el mundo del boxeo. Se acentúa ya el tema de la desaparición de las muchachas en la zona, por las que se interesa la periodista Guadalupe Roncal, tema anticipado con breves alusiones en las anteriores capítulos. El relato se sirve de las técnicas objetivistas de la novela policíaca clásica. Descubriremos una antológica descripción del desierto (pág. 344) y una reflexión sobre la muerte.
La cuarta parte (“La parte de los crímenes”) constituye la zona más amplia y central (págs. 441-793). Los crímenes contra las mujeres describen violencias sexuales y torturas de toda índole, con la minuciosidad de un forense. Reiterativas, exhaustivas, y terribles estas páginas son un rosario de depravaciones de asesinos desconocidos. Otra serie de personajes desfilan: la exótica Dorita con sus apariciones televisivas, y Klaus Haas, alemán nacionalizado estadounidense, acusado de los crímenes en serie. La desaparición de Kelly, una mujer de la buena sociedad capitalina, provoca la investigación de un detective. Pero, a la muerte del policía, las investigaciones derivaban hacia el mundo del narcotráfico con conexiones políticas. Y poco sabremos de los resultados de Kessler, el máximo especialista estadounidense en asesinatos en serie. Porque nos hallamos frente a una corrupción colectiva.
La última parte “(La parte de Archimboldi”) nos llevará a escenarios bien distintos. Trata la infancia y aventuras bélicas de Hans Reiter, un muchacho, en el que, como en tantos personajes de Bolaño, el misterio inicial se combina con la magia en su vida adulta. Sólo en la página 981 se desvelará que Reiter ha elegido el nombre literario de Archimbaldi, tras haber narrado una serie de aventuras, donde los personajes dejan de ser lo que dicen ser y así Zeller, compañero de campo de concentración, resulta Leo Sammer, un exterminador de judíos. La hermana de Reiter se casará con Werner, de modo de Klaus, en la cárcel de Santa Teresa, será el sobrino del escritor nobelable alemán.
Da la impresión de que Bolaño pretende ir cerrando los círculos y enlazar las historias confiriéndoles valores simbólicos. 2666 constituye una experiencia literaria compleja, donde el autor busca inscribir sus pesadillas en un tiempo que siente desvanecerse. Su lectura apasiona, aunque el material, los tiempos y el volumen parezcan desbordantes. Debía publicarse en un único volumen y así debe leerse.