Image: Vida secreta

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Letras

Vida secreta

Pascal Guignard

27 enero, 2005 01:00

Pascal Guignard. Foto: Isabelle Lévy-Lehmann

Trad. Encarna Castejón. Espasa. Madrid, 2004. 284 págs, 19’90 e.

Pascal Quignard (Vernuil-sur-Avre, 1948) entiende la literatura como una forma de expresión que mezcla pensamiento, vida, ficción y saber en un solo cuerpo. Escritura que fluye al margen de los géneros, infundiendo valor estético a los diferentes aspectos del quehacer humano.

Vida secreta (1997) comienza como una novela, recreando la peripecia de un amor adúltero, pero las ideas desplazan a los hechos y la especulación reemplaza al relato, transformando la narración en un ensayo donde confluyen realidad, mito y sueño. Quignard apenas confiere identidad a los amantes. Sólo conocemos la necesidad del secreto, inherente a la infidelidad. Se trata de una relación efímera, pero con suficiente intensidad para cuestionar los convencionalismos asociados al matrimonio.

Quignard disocia el amor de la sociedad. El amor es un sentimiento improductivo, disgregador, impregnado de fatalidad. Sólo puede entenderse como una fuerza que trasciende la voluntad, como un impulso que aniquila cualquier otro anhelo u obligación. Al igual que el arte, exige un penoso tributo: la disposición de perder la vida, de sacrificarlo todo, sin esperar otra dicha que la proximidad de un cuerpo. Los amantes que no consuman su deseo son como artistas que renuncian a su creatividad, que "desisten de sí mismos". El encuentro de los amantes nunca es duradero. De alguna manera, siempre hay una lejanía que los separa. El conocimiento del otro no es más que una aproximación, incapaz de penetrar el misterio que esconde cada existencia. Es imposible resolver ese enigma, pues ni siquiera conocemos nuestra propia intimidad, preservada por el temor que experimentamos ante nuestros propios deseos. El amor nunca puede fundar un hogar. Es una experiencia incomprensible, que casi siempre desemboca en la destrucción de los amantes.

Las palabras son insuficientes para explicar el amor. La diferencia sexual que origina la compulsión de fundirse con otro cuerpo se expresa mediante un lenguaje propio. Es el lenguaje del placer, ese espasmo que sólo se manifiesta en la oscuridad y el silencio, donde la pasión no conoce nombres ni identidades. Al igual que Bataille, Quignard entiende el erotismo como una experiencia próxima a la locura y la muerte. El amor es algo que nos enajena y el deseo no se conforma con penetrar otro cuerpo. El anhelo del otro no se extingue hasta que se insinúa la posibilidad de sepultarlo bajo nuestra propia piel. El amante siempre es un caníbal. No conoce el descanso hasta devorar la carne que enciende su deseo. Quignard no habla de perversidad, sino de eucaristía. El cuerpo del amante es el absoluto hecho carne, cuerpo sagrado que revela la trascendencia del sexo y la necesidad de no limitar el erotismo al intercambio de fluidos. El deseo nunca se extingue. Cuando el amor es verdadero, sobrevive a cualquier contingencia, incluida la separación y la muerte.

El amor sólo puede entenderse como fascinación. Su magnetismo es tan poderoso que rompe cualquier vínculo: familia, clase social, época. Sólo advertimos su violencia en la pérdida. Su desinterés nos revela su pureza. Quignard apunta que el amor no repara en la voz de la razón, pero ha organizado su libro como un tratado, utilizando axiomas y corolarios. Se aprecia cierta semejanza con la ética de Spinoza. La prosa limpia, precisa, el lirismo de los conceptos y la disposición de los capítulos, evoca el razonamiento geométrico que utilizó el sabio holandés para llevar a cabo su estudio de las pasiones. "El amor es un vínculo antisocial", pero nada nos aproxima más al otro, aunque esa cercanía implique la inmolación de los que renuncian a todo para estar juntos. El suicidio es el final de muchos amantes, que escogen la destrucción para no soportar el tormento de una relación imposible. Vida secreta nos revela la connivencia entre el amor y la muerte. Sus páginas nos estremecen, pero nos acercan más a nosotros mismos que los sentimientos de culpa y vergöenza heredados de una tradición hostil al cuerpo y el deseo.