Image: La fundación de Europa. Informe provisional de los últimos 1000 años

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Letras

La fundación de Europa. Informe provisional de los últimos 1000 años

Ferdinand Seibt

17 febrero, 2005 01:00

Un funcionario del parlamento europeo retira la bandera de turquía en el último pleno sobre la ampliación. Foto: Christian Lutz

Traducción de Ramón Ibero. Paidós. Barcelona, 2005. 417 páginas, 27 euros

La esforzada campaña a la que estamos asistiendo para movilizar a la opinión pública en torno a un tratado internacional, al que se le ha querido otorgar el carácter de constitución europea, ha servido para desmayados intentos de reactivación de fervores europeístas que nunca han dejado existir en nuestro país, aunque ahora se intentan ofrecer la imagen de una vuelta a Europa que sería consecuencia de los cambios políticos del pasado año.

También ha prosperado, como casi inevitable corolario, la idea de insistir en las diferencias crecientes que experimentan las sociedades europeas y norteamericana, que son el objeto de un reciente libro de Timothy Garton Ash (America, Europe and the Surprising Future of the West) con una intención conciliadora y esperanzada que contrasta con las imágenes mucho más militantes que han ofrecido otros analistas recientes como T. R. Reid, J. Rifkin, o A. Lieven.

En esas circunstancias una reflexión histórica sobre lo que significa ser europeo no puede dejar de ser bien recibida y más si nos llega de la mano autorizada de Ferdinand Seibt, un medievalista alemán de los Sudetes que, desde hace cuarenta años, viene dedicando su atención a cuestiones relacionadas con la política, la religión y las condiciones de vida en esa zona central de Europa que tiene como centro las tierras alemanas y de Bohemia, entre los ríos Rin, Elba y Moldava. En su producción historiográfica, en cualquier caso, tampoco faltan incursiones en la primera mitad del siglo XX, cuando la cuestión de los Sudetes pasó a primer plano de la atención general.

El libro que ahora se nos ofrece se editó en Alemania en el año 2002, y llega a nuestras manos en una edición bastante cuidada y con una traducción de calidad. La escasez de mapas, en un libro que tiene abrumadoras referencias geográficas, tal vez sea un ligero defecto de la edición original pero resulta algo menos comprensible que, pese al encomiable esfuerzo para dar información de las ediciones en castellano de la bibliografía original alemana, no se tenga en cuenta que mucha de la bibliografía que ahí se cita no fue editada originariamente en alemán, sino en otras lenguas, especialmente en inglés (Martín Bernal, Barraclough) y en francés (Braudel, Bloch), con lo que dejan de tener sentido las fechas de edición que aquí se dan. Y mucho menos aceptable todavía es que la única referencia bibliográfica que aparece de un autor español (Ortega y Gasset) se nos haga a partir de ediciones alemanas.

Al margen de estas pequeñas limitaciones, la obra de Seibt supone un ejemplar empeño por reflexionar sobre los últimos mil años con la intención de formar una "imagen histórica" de Europa. Eso quiere decir que se abandona el discurso basado fundamentalmente en la sucesión cronológica, para analizar elementos concretos -rutas, viviendas, vestidos, armas y herramientas- que han contribuido a la forja de esa imagen. También se renuncia a la compartimentación en marcos nacionales, con la intención de acentuar los elementos de persistencia y las vías de transferencia cultural por encima de las fronteras políticas. A pesar de todo, el libro se abre con un informe de los últimos mil años en el que, según el autor se asiste a la consolidación de una nueva sociedad que se aleja, incluso geográficamente, de los referentes mediterráneos clásicos aunque mantiene una persistente atención a las experiencias del mundo como elementos de legitimación de nuevas entidades que se suceden a partir del intento de Carlomagno en el siglo VIII.

No se trataba, en cualquier caso, de la reconstrucción de grandes dominios políticos. Era también el impacto del racionalismo en las técnicas más elementales, la intensificación en el uso de los recursos naturales, la vitalidad del mundo de las ciudades como espacio de libertad, la voluntad de expansión que se intensifica con el fenómeno de las cruzadas, la comunión en una misma fe cristiana y la existencia de una Iglesia que es, tal vez, el principal agente legitimador de aquella sociedad. Elementos, todos ellos, que permitieron la singularización de un espacio histórico europeo con un dinamismo como nunca se había visto anteriormente y con unas posibilidades de proyección hacia todos los continentes.

Seibt articula esta reflexión sobre el espacio europeo -Europa es un término que no prodiga- a partir de consideraciones generales sobre las nociones de espacio y de tiempo y las dificultades de su utilización en la vida diaria. También sobre cuestiones fundamentales en esa vida diaria como es la de la importancia de las vías de comunicación en un espacio continental en el que el trazado de los ríos favorecía los ejes de comunicación norte-sur, que habrían de complementarse con otras vías transversales relacionadas con intereses comerciales, culturales o políticos.

Europa es, en el libro de Seibt, comunicación de bienes, de personas y de ideas en un escenario que, si bien apareció articulado desde muy pronto en comunidades políticas que, prefiguran, con ligeras variantes, las divisiones políticas de la actualidad, mantuvo también siempre abierto un sistema de comunicaciones que animan la concepción del mundo europeo como un espacio único, tanto en el ámbito intelectual como en el de circulación de bienes materiales de todo tipo. Esto es algo que aparece magistralmente ilustrado en la descripción que Stefan Zweig hace de lo que todavía era el espacio europeo en vísperas de la primera guerra mundial (El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Acantilado, Barcelona, 2001).

El acusado centroeuropeísmo del libro tiene como consecuencia que España queda un tanto marginada en esta reflexión sobre los elementos constitutivos de la imagen europea. Aparece caracterizada como una excepción condicionada por la presencia de los que denomina "árabes" y sitúa, un tanto sorprendentemente, el proceso de la Reconquista en los aledaños, si no al margen, de la construcción de la identidad europea. Incluso el mismo fenómeno del Camino de Santiago -"las cruzadas de los pobres", en oposición a las que llevaron a la nobleza europea a los Santos Lugares- es presentado como un fenómeno exclusivamente europeo, sin una atención excesiva a las circunstancias internas que favorecieron el desarrollo de una devoción en una tierra de frontera, de lucha, como era la que sostenían los reinos cristianos peninsulares frente a los musulmanes peninsulares.

En ese mismo sentido, toda la idea de la proyección europea queda un tanto desvaída cuando se desborda el marco cronológico de los tiempos medievales y se adentra en la época moderna. Fue aquel un periodo de extraordinaria proyección colonizadora -especialmente a través de los reinos peninsulares- del que apenas hay eco en el libro. Una mayor atención a ese fenómenos habría obligado a modificar la marginalidad de la experiencia ibérica y, quizás, a valorar de diferente manera los móviles que existían detrás de ese impresionante despliegue.

Ayudaría, además, a valorar más adecuadamente el componente europeo que existe en la formación de otras sociedades que hoy alcanzan hasta las antípodas de Europa pero que tienen indudables elementos europeos, fácilmente apreciable en muchas de las instituciones que las caracterizan. Eso ayudará, también, a entender el sentido de profundo desgarro que yace debajo de esos conflictos intercontinentales que aparecen de tanta actualidad, pero que son, no pocas veces, frutos del oportunismo y de intereses cortos de mira. El libro de Seibt contiene un caudal inmenso de reflexiones sobre las condiciones y circunstancias que permiten que millones de personas se sientan hoy europeas y se planteen la manera de hacer efectivo ese sentimiento que es, también, expresión de costumbres, de valores, y de tradiciones intelectuales compartidas.

El capítulo final, que podría haber sido de las conclusiones, se abre con una reflexión sobre el sueño de lo bello que es, en realidad una reflexión sobre el mundo de los artistas y los intelectuales. Sorprendentemente no hay conclusiones propiamente dichas, pero sí un oportuno cierre con la referencia a la Utopía (1516) de Tomas Moro. Un generoso intento de brindar un horizonte virtual para quienes estaban deseosos de mejorar la sociedad, que todavía es capaz de atraer a quienes se interesan por el futuro de Europa.


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