La contemplación del sufrimiento ajeno puede despertar compasión, placer o indiferencia. La aparición de la fotografía transformó el dolor en imagen perdurable. Sontag se pregunta si fotografiar las atrocidades de guerra, las epidemias de hambre o las catástrofes naturales es una forma de solidaridad o una perversión del instinto. La imposibilidad de elaborar "una ecología de las imágenes" no disminuye su importancia como testimonio. Ninguna imagen agota el horror que reproduce, pero garantiza el ejercicio de la memoria. La fotografía no es un simple testigo. Produce realidad, historia. Es una interpelación permanente que nos impide la autocomplacencia y nos invita actuar.