Image: Las vidas ajenas

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Letras

Las vidas ajenas

José Ovejero

21 abril, 2005 02:00

José Ovejero, por Gusi Bejer

Premio Primavera. Espasa. Madrid, 2005. 284 páginas, 20’90 euros

En la producción literaria de José Ovejero se observa el cultivo de modalidades diferentes: poesía, ensayo, relatos breves, novelas e incluso un libro de viajes acreditan no sólo las variadas facetas y los diversos intereses del escritor, sino también su conocimiento de lugares y países distintos y una experiencia cosmopolita que aporta a sus creaciones enfoques y escenarios poco frecuentes entre nosotros.

La historia de Las vidas ajenas se desarrolla en Bruselas; una Bruselas alejada de tópicos, despojada de cualquier tinte turístico, captada por la pupila de un residente que, además, es autor de un ensayo sobre la capital belga y ha contemplado a lo largo de los años la transformación sufrida por la urbe con la progresiva ampliación de las sedes de los organismos internacionales y, de modo paralelo, con la afluencia de una intensa corriente migratoria procedente de países del llamado tercer mundo. La elección de Bruselas como marco de las acciones permite mostrar, sin necesidad de hacer hincapié en ello, los contrastes agudos entre un estrato social enriquecido con negocios poco claros o procedente de los antiguos comerciantes que hicieron fortuna con la explotación de países sojuzgados, por un lado, y la multitud de parados, inmigrantes, gentes de vida humilde y precaria que se hacinan al norte de la ciudad y forman la legión de los desheredados de la fortuna en la opulenta sociedad del bienestar, por otro.

Todo comienza cuando el magnate Daniel Lebeaux, que ha creado un imperio económico guiándose más por los beneficios materiales que por consideraciones éticas e incluso legales, recibe copia de una fotografía comprometedora y una llamada telefónica de unos chan- tajistas. Lebeaux pide ayuda a su asesor jurídico, el tenebroso abogado Degand, que se encargará a partir de ese momento de localizar a los chantajistas con la misión de frustrar sus propósitos. El lector puede tener al comienzo la impresión de hallarse ante una novela de intriga con personajes y asuntos algo manidos -empresario acaudalado y poderoso, consejero legal sin escrúpulos, negocios turbios-, pero pronto comprobará que este planteamiento era engañoso, y que los elementos de la intriga son secundarios en la historia, porque lo que ha importado al autor es el retrato minucioso de unos personajes, la contemplación de unas vidas entre las que hay notables contrastes y, en suma, la pintura de una sociedad de supervivientes, donde la soledad, la falta de horizontes, la hostilidad del entorno, la frágil subsistencia diaria y el desamor conducen a la degradación personal, a la búsqueda de estímulos artificiales e incluso al delito.

Los primeros capítulos van presentando a los personajes mediante una narración tradicional, en tercera persona, aunque salpicada a veces por la irrupción de monólogos o bien por frases sueltas sin puntuación que ocupan una mínima parte de la línea, a la manera de pensamientos o impresiones fugaces que atraviesan momentáneamente el discurso principal. A partir de cierto momento opera la analepsis: las escenas narradas se refieren al pasado y van desgranando los precedentes de la historia. Así, el hallazgo por parte del chantajista de la fotografía compro- metedora que Lebeaux recibe en el capítulo inicial se contará mucho después, en la página 234.
La lectura es, por tanto, como una indagación o un buceo: cuanto más se adentra y se sumerge el lector en la historia, más datos acerca de su origen y su gestación va conociendo. Los personajes poderosos -Lebeaux, su joven esposa, el abogado Degand- aparecen delineados desde el primer momento y, en cierta medida, responden a arquetipos reconocibles. La mayor originalidad radica en el diseño progresivo de los demás: Daniel, cuyos estudios universitarios no le han permitido segregarse del mundo de los favorecidos y que soporta su frustración con ayudas artificiales; el grotesco Kasongo, antiguo esbirro de Mobutu que ha logrado borrar sus antecedentes y que, como se manifiesta en su truncada relación con Marie Désirée y en la escena de la autopista, ha pasado a formar parte del bando de las víctimas en una sociedad supuestamente desarrollada donde todavía, sin embargo, la pobreza o el color de la piel se erigen como obstáculos insalvables entre los seres humanos; Chantal, que pugna por criar a su hija y que acaso encuentre la salvación en su huida final con Rachid; la pareja de Claude y Marlene, ensombrecida por el aplazamiento de ese hijo deseado para el que sólo dispondrían de los escasísimos ingresos de Claude como trapero y de Marlene en la peluquería. Todo ello sin contar con las "vidas imaginadas" cuyas huellas encuentra Daniel al vaciar los pisos abandonados. Junto a las grandes avenidas, cerca de las mansiones señoriales rodeadas de verjas con alarmas y agentes de seguridad, se alzan las casas míseras del barrio de los africanos, los solares llenos de escombros, las viviendas en que "las paredes estaban comidas de hongos y los techos tan estropeados que se podía ver en algunos sitios el suelo del piso de arriba" (pág. 107).

La pobreza no alcanza sólo a los inmigrantes menos afortunados. Claude se queja de vivir en una casa ruinosa cuyo alquiler apenas puede pagar y donde no es posible asomarse al balcón porque se desmorona. Las calles nuevas, los ostentosos edificios administrativos "eran estructuras hostiles que provenían de un mundo distinto" (pág. 219). Todo ello conduce a la irritación, la desesperanza y el rencor social: "Y esos cabrones siguen prometiéndose no sé cuántas cosas, que son todos iguales, justicia, solidaridad, crecimiento [...] Y los moros que llegan aquí, que en cuanto cruzan la frontera les ponen un piso, pagan el colegio de sus siete u ocho hijos..." (pág. 80). Ovejero ha moldeado un friso de personajes marginales, que se sienten atropellados por una sociedad injusta y aspiran a escapar del ambiente opresivo que soportan, aunque sea a costa de delinquir. Pero ni siquiera en este terreno irán más allá de trapicheos insignificantes. Al final, una vez más, únicamente los poderosos tendrán en sus manos la posibilidad de cometer delitos productivos, incluso aprovechándose del trabajo previo llevado a cabo por unos pobretones desesperados y sin experiencia alguna.

Ovejero ha construido la novela como un mecanismo de relojería, dosificando las informaciones, manejando con destreza contraposiciones y paralelismos entre pasajes y escenas a veces distantes -confrón- tese, por ejemplo, el final de la primera secuencia con el final absoluto de la novela-, cuidando los detalles -olores, indumentaria, objetos-, todo con una prosa nítida y precisa. Una buena novela de un buen escritor.

4 cuestiones a Ovejero
-¿Por qué reniega de la novela policiaca con estas Vidas ajenas?
-Porque en realidad no me la he planteado como novela de género, sólo pretendo narrar la historia de una personajes.
-¿Y por qué ha elegido áfrica como telón de fondo de la intriga?
-Porque aunque la protagonista real es Europa, áfrica me permite estudiar coherentemente las relaciones entre Occidente y los países que explotamos.
-¿Y no cree que esa explotación vaya a cesar?
-Me temo que no, que las grandes decisiones dependen no de sensibilidades sino de intereses.
-¿No siente ya Añoranza del héroe?
-No, aunque me interesan sobre todos los héroes cotidianos, los que no llegan a la Historia.